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Cuando las ventanas se abrieron

Sergio Otálora Montenegro
19 de junio de 2021 - 03:00 a. m.

Por estos días de gran insubordinación popular, de ver a los jóvenes expresando su rebeldía en todas las formas posibles, pensé en Jesús Martín Barbero. Esta variopinta resistencia, esta explosión de colores, de grupos y subgrupos, de carnaval en medio del estropicio, eran su materia, su pasión, su contenida esperanza.

Y de pronto, en una confluencia de varios tiempos, de múltiples ignominias, una nueva generación salió a la calle, saltó a la palestra y en su recorrido dejó una huella imborrable: su inmensa creatividad, su lenguaje crudo, su burla despiadada al poder, la resignificación de anquilosados símbolos patrios, el Monumento a los Héroes, que en otros tiempos era la entrada a la Bogotá urbana y la salida a la sabana, con Bolívar y las guerras de Independencia en un frío recuento de grandes jornadas de un pasado remoto, ahora, con la alquimia de la rebeldía, ese mismo monumento cobraba vida, ahí se cantaba, se bailaba, se denunciaba, nuestros desaparecidos, nuestros muertos, “Uribe paraco, el pueblo está verraco”, en fin.

Martín Barbero tuvo que haber visto como su Cali del alma —la que lo conquistó en los años 60, con la creación de la Facultad de Comunicación de la Universidad del Valle, momento brillante para la reflexión en ese campo— se convirtió en el epicentro del tropel, y muchos de los sitios donde la gente salió a manifestar su rabia y su inconformidad cambiaron de nombre, un nuevo sentido histórico, como él mismo lo dijo alguna vez: “las formas populares de la esperanza”.

Para nosotros, a los que nos tocó vivir un país sitiado por la mezcla de tantas violencias, los que llegamos a los 20 años como una especie de náufragos, la salvaje resaca de un movimiento estudiantil que en los años 80 fue espasmódico y sometido a la represión, a la bala, quedaba una sensación de vacío que poco a poco fue encontrando su propio discurso.

Fue en Lima, Perú, en 1982. Una de las conferencias más esperadas era la de él, la de Jesús Martín Barbero, un español radicado en Colombia. Lo conocíamos por un libro llamado Discurso y poder, un texto denso, por ahí salían a bailar cosas como el discurso hegemónico, el sentido como construcción histórica. Aún América Latina no dejaba del todo la larga noche de las dictaduras militares.

Había por lo tanto un ambiente de replanteamiento y, en cierta forma, de derrota. Y de repente, en su conferencia, en un auditorio expectante, oímos cosas raras: matrices culturales, cómo lo popular y lo masivo –lo que otros llamaban las industrias culturales, es decir, el melodrama que se expresaba en telenovelas, en el cine, en la música popular y, quién pudiera creerlo, en la política– se interrelacionaban, era un espacio de complicidades y resistencias. Lo popular no era algo en estado puro, ideal, estaba colmado de ambigüedades.

Las telenovelas y el populismo, esa forma de expresión tan arraigada desde el río Grande hasta la Patagonia, eran producto de una misma matriz cultural en la que había seducción, deseo y reconocimiento. Algo de dominación, también. A través del melodrama el pueblo veía su propia historia, encontraba un espacio donde sus propios símbolos eran utilizados para seducir a las audiencias. Para los críticos clásicos, para la izquierda ortodoxa, los sectores populares eran una masa alienada por productos “despreciables” como “Los ricos también lloran”, las baladas romanticonas, y la única manera para contrarrestar semejante ofensiva del poder era con cosas elaboradas, con pulidos discursos políticos, “llevar la alta cultura a las masas”, en síntesis.

Martín Barbero nos mostró que había que volver a recorrer el mundo, con otra perspectiva. Abría de par en par unas ventanas que creíamos cerradas para siempre. Entender el imaginario popular, sus usos y prácticas eran formas de redimensionar el discurso político. De rescatar esas otras gestas populares, que no estaban en los libros de historia, o no cabían en la cabeza de los obtusos arropados en dogmas. Gracias a este gran poeta, filósofo y pensador de lo que han sido las luchas de los desposeídos en América Latina, y no sólo las grandes movilizaciones, sino sus peleas cotidianas por apropiarse de sus símbolos y dar sentido a sus propias vidas, es que hoy podemos entender un poco mejor ese universo que ahora ha estallado en cientos de marchas, barricadas y protestas callejeras.

Al mismo tiempo, vino la otra ventana que aún no termina de abrirse del todo: la paz. En esa época, a principios de los 80, el frustrado intento de Belisario Betancur por lograr la desmovilización de toda la guerrilla de la época nos marcó sin remedio. Hoy, con unas Farc desmovilizadas y sus máximos dirigentes en la política, aún la deuda es enorme. A mi manera de ver, la frustración que sobrevino y, al mismo tiempo, la cruenta operación de exterminio contra la Unión Patriótica, único resultado tangible de los acuerdos de paz del que llamaban el “Lenin de Amagá”, no minaron la certeza de que la gente, a pesar de la tragedia, se inventaba nuevas formas de mantener viva la esperanza.

Por esos años, el inolvidable Alfredo Molano salió con un libro revolucionario: Los años del tropel. Esa fue otra ventana por la que pudimos entrar para explorar un país profundo, escayolado sin piedad por la violencia y también por un amor salvaje, indescifrable, por la vida.

Es tan fuerte el sistema de pensamiento, la reflexión y la poética que deja Martín Barbero, que es difícil entender su partida. Suele hablarse del vacío que dejan los que se van. Pero en su caso, en cada subversión de los símbolos y los discursos, en cada política de la cotidianidad, en cada insurrección de lo elementalmente humano, ahí estará su mirada. Ahí estará, además, su legado. Y su muy particular y prodigiosa militancia.

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Adrianus(87145)19 de junio de 2021 - 11:06 p. m.
Muy bien Sergio. Es muy reconfortante sentir que a esta muchachada no la logran uniformar en la alienación; que no toda la sociedad es un monolito. Ese calor de la alegría y sus deseos de construir un país mejor, una sociedad mejor, enciende el corazón de quienes creíamos, al igual que muchos de las generaciones de antaño, que ya no había salida. Ahora queremos que nos sorprendan en las urnas.
Fernando(70558)19 de junio de 2021 - 08:28 p. m.
La poesía y el arte es el refugio de la esencia del pensamiento. Esto explica que las clases dominantes arremetan con todo su poder represivo contra los artistas, poetas y escritores que refugian en sus obras el pensamiento libertario. En el 2022 necesitamos mayoría alternativa en el congreso y a Petro como Presidente.
Atenas(06773)19 de junio de 2021 - 02:38 p. m.
Y cómo se despacha en tan luengo como burdo e intrascendente cuento este socialbacano q' en Miami anida. De preclara necrofilia ideológica cual momia egipcia, da en elogiar cosas tan vagarosas como inútiles, o baratijas de estos q' del chiste rev. viven. Y otro prototipo del hombre vulgar q' mucho gusta descrestar. Y hablan de cómo edificar mejor ellos q' en covachas mentales viven.
  • Libardo(10892)19 de junio de 2021 - 08:52 p. m.
    Apenas:si continúa cavando,profundiza el hueco donde está metido.Arriba hay luz,le aseguro.Y el ruido que escucha no es contra usted,son tamboras y cornos y oboes y palmas y cantos que cantan la vida,la auténtica,la que estos jóvenes y quienes no claudicamos a pesar de los calendarios,queremos construir.Es una cadencia que al fin se expresa,sale a flote y llena nuestro espacio y ahoga la ruindad.
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