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Cuba revuelta

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Sergio Otálora Montenegro
17 de julio de 2021 - 05:00 a. m.
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“Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre”, Silvio Rodríguez.

MIAMI. Eso cantaba este músico, compositor y poeta cubano, hace ya como dos glaciaciones, y uno se lo creía: la isla de la revolución triunfante, la que se quitó de encima al imperio, la que decía ser digna y soberana, la que era un ejemplo de valor, la que entró en el túnel del bloqueo o embargo (depende de la esquina desde donde se mire) y debió alinearse en la órbita soviética (a pesar de que Fidel Castro llegó a ser presidente de los países No Alineados) esa isla era como un mito, el famoso “primer territorio libre de América Latina”.

Y, claro, Fidel era la revolución entera. El guerrero victorioso, la encarnación de lo que podía un pueblo de la mano del caudillo iluminado. Pero el líder de los barbudos era, a pesar de la leyenda, de carne y hueso. Envejeció. Y se fue en medio de una despedida multitudinaria, de llanto y melodrama, pero un detalle elemental impactó: el jeep militar en el que llevaban sus cenizas se varó. Tuvieron que empujarlo hasta la morada final.

Era la metáfora perfecta: ¿se había quedado sin gasolina por el embargo o por la incompetencia de quienes no supieron escoger para un momento fundamental el mejor carro para llevar los restos mortales del principio y fin (literalmente) de la revolución?

El pasado domingo, 11 de julio, sucedió algo que muy pocos se habrían imaginado, ni siquiera los más furiosos anticomunistas y anticastristas de Miami: gente por montones en las calles, y no sólo de La Habana, sino de todo el país, en abierta rebeldía contra el gobierno de la isla, pidiendo medicinas para enfrentar la Covid19, exigiendo libertad y la renuncia, o lo que sea, del desteñido Díaz-Canel, al que le ha tocado cargar con un descomunal bacalao, esa mezcla del fantasma de Fidel, la sombra de Raúl, una economía en ruinas, un partido único sin ganas de hacer reformas importantes, una casta privilegiada, un sistema autoritario, dictatorial, y la herencia de un embargo que cada año, desde 1992, es denunciado por todos los países miembros de la ONU, con la excepción de Estados Unidos e Israel. En 2014, por primera vez, el gobierno de Obama se abstuvo de votar esa resolución condenando el bloqueo.

Como en Estados Unidos después del asesinato de George Floyd, como en Colombia con el detonante de una reforma tributaria que se convirtió en una poderosa movilización popular de más de un mes, o como en Chile donde las protestas terminaron en una diversa y esperanzadora asamblea constituyente, una nueva generación – los “millennials”- también saltó a la palestra en Cuba y se puso por encima de los dogmas ideológicos y las dirigencias, tanto las oficialistas como las de la oposición, ese diverso grupo de disidentes que, por una parte, entra y sale de la cárcel, en una persecución sostenida e infame, y por otro lado, viaja a Miami a alimentar las falsas expectativas del exilio y darle su apoyo al más antidemocrático presidente de todos, Donald Trump.

“Patria y vida” se convirtió en himno de la revuelta, y desde hace varias semanas el movimiento San Isidro, de artistas jóvenes que no comulgan con el sistema, ha hecho protestas, que parecían, como siempre, aisladas. Pero desde el pasado domingo, es claro que el descontento es profundo con una forma de gobierno asfixiante, y por supuesto, el embargo ha jugado también su papel, sobre todo en esta última época, con el recrudecimiento de las sanciones, la desaparición de las remesas, la reducción de los vuelos a la isla, y el efecto desestabilizador de la pandemia y su impacto en el turismo.

Vivo desde el año 2000 en Estados Unidos, más concretamente en Miami. Antes, consideraba que el exilio cubano era un bloque homogéneo, compuesto por viejos nostálgicos de la república, feroces anticastristas que llamaban con el despectivo calificativo de “gusanos”. Con el tiempo, y después de oír tantas historias sobre la vida cotidiana en la isla, sobre todo de la generación que creció y se formó bajo el alero de la revolución, entendí la dolorosa experiencia de esta gente que había dejado su país y su familia en precarias condiciones, y también comprendí que lo del embargo era una historia que tenía tanto de ancho como de largo. Las miserias de la revolución, en suma, no se entendían sólo por la existencia de un cerco económico, comercial y financiero a la isla. También venían de adentro, de la misma naturaleza del sistema y de un ejercicio del poder llevado al extremo del culto a la personalidad. Fidel era el genio de la economía, el genio de la agricultura, el genio de la medicina, el genio de la educación, el genio de la meteorología, el genio de la ciencia y de la tecnología. En un país sin mayores contrapesos, sin oposición de verdad, no existía ni existe una evaluación crítica, un llamado a cuentas por los errores o atropellos de sus líderes.

Descubrí entonces que la gran tragedia para un cubano de a pie era no estar de acuerdo con el sistema, o disentir de sus decisiones o estrategias. El mayor empleador es el Estado, el sector productivo es dirigido por los “cuadros” del partido. En ese ecosistema, cómo sobrevivir cuando todo es monopolio del Partido Comunista. La opción era el cinismo, el silencio, o tratar de abandonar el país. Por eso, la esperanza apareció en 2014, cuando se reestablecieron las relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington, y parecía abrirse un camino hacia la posibilidad de que ese cubano, que no pertenecía a la dirigencia ni militaba en la maquinaria burocrática, que no era, en fin, un privilegiado, pudiera tener un espacio en su propia patria.

En estas noches, los cubano-americanos de Miami han lanzado consignas absurdas, fantasiosas, como la de la intervención militar de Estados Unidos en la isla. El alcalde de la ciudad de Miami, Francis Suárez, en un exceso retórico, incluso se atrevió a proponer que la Casa Blanca no descartara la posibilidad de bombardear la isla. Creen que esta primera manifestación popular espontánea se traduce, de manera automática, mecánica, en el derrumbe de la dictadura. Y eso, sin duda, no sucederá.

Mientras tanto, Díaz-Canel y el periódico Granma, más la izquierda militante del mundo entero que ha terminado por manejar un doble discurso, creen que las legítimas aspiraciones del pueblo son apenas mezquinas provocaciones de un puñado de mercenarios a sueldo de la CIA. Que todo disidente es, en esencia, un contrarrevolucionario. Y si alguno del partido resulta simpatizante de la causa, entonces es un “revolucionario confundido”. Que lo único por lo que hay que abogar es porque Washington y el Congreso gringo desmonten el embargo y las sanciones contra una isla que sufre serias necesidades.

Los congresistas republicanos de la Florida creen, sin evidencias, y con gran oportunismo político, que las protestas de los último días se deben a las medidas de Trump. Piden incluso que se aprieten más las tuercas. En lo personal, creo todo lo contrario: el embargo es una inútil reliquia de la guerra fría, es una gran crueldad sostenerlo sobre todo en este momento de emergencia por el azote del COVID-19. El presente y el futuro de Cuba está en manos de su gente, en la isla, no es resorte de Joe Biden o de quienes, desde las calles de la Pequeña Habana, exigen la bota militar gringa pisando fuerte y a bala por todas las provincias de la “más grande del Caribe”.

El ejército y la policía podrán reprimir a fondo la protesta, apaciguarla por el miedo y la intimidación. Incomunicar a la isla, dejarla sin internet. Pero es evidente que la historia cambió y la resistencia es grande. Ya no será como antes, y lo único que se puede pedir es que la solidaridad con la movilización popular sea además un llamado a permitir que el cubano decida su propio destino. Sin más interferencias externas.

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eudoro(79178)17 de julio de 2021 - 11:10 p. m.
Es una imbatible ley dialéctica. Las tiranías de izquierda y derecha sucumben por la negación sistemática de las libertades individuales y el desconocimiento criminal de la democracia. Y por tanto por la exageración irreconciliable de sus principios.
rodolfo(24723)17 de julio de 2021 - 09:51 p. m.
el exilio cubano, que en vez de ayudar a sus compatriotas, se convirtieron en un pais en la Pequeña habana, que exigia intervencion y militarizacion, poca humanizacion, y EEUU y su cruel e improductivo embargo que volvio unos heroes a los castro, ahora la primavera cubana no puede ver a ninguno de los tres
rodolfo(24723)17 de julio de 2021 - 09:48 p. m.
hay tres responsables historicos de la situacion de Cuba, Fidel Castro, esa especie de megalomano metido a lider, y quien no le aprendio nada a China, ni a rusia, hizo a cuba un pais dependiente, en vez de ser un pais estrategico y con una retorica vacia centrada en su personalidad, Raul lo sucedio, intento unas timidas reformas pero la edad le pudo,
Jaime(81095)17 de julio de 2021 - 09:36 p. m.
Una manifestacion que duro un dia en Cuba,en Colombia meses,80 muertos ,45 nuevos tuertos,mujeres violadas,desaparecidos y posteriormente descuartizados y usted critica al regimen cubano,juzguese usted mismo.
Hernán(22184)17 de julio de 2021 - 09:07 p. m.
Se contagió con la gusanera el columnista! Cree que en Cuba es como Colombia: la policía disparando las cápsulas de lacrimógenos directo al cuerpo de algún manifesyant o sencillamente echándoles bala o dejando que lo hagan los paracos de bien. Además las "manifestaciones" en Cuba no pasan de unos pocos, no son las marchas de miles vistas acá
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