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De “Alternativa” a “Cambio”

Sergio Otálora Montenegro

25 de septiembre de 2021 - 12:00 a. m.

Me tocó como lector la última etapa de Alternativa. Es decir, cuando ya era claro que un proyecto periodístico de esa naturaleza no podía sobrevivir en un país autoritario, del estado de sitio, el Estatuto de Seguridad, el binomio Turbay-Camacho Leyva, torturas, desapariciones y una guerra larvada que mostraba su otra cara siniestra: el combate contra las mafias de la marihuana y después de la cocaína.

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Cuando entré a la universidad, al inicio de los 80, y con el bautizo de fuego de la toma de la embajada de República Dominicana por parte de un comando del M-19, ya los editores y dueños de Alternativa habían tomado la decisión de cerrar el chuzo, y entonces finalizaba una era de periodismo… cómo llamarlo, ¿independiente? ¿militante? ¿rebelde?

A la asfixia económica se le añadió el cerco legal, es decir, demandas de todos los tamaños y colores contra los responsables de ese semanario. No había cómo sobrevivir a una tenaza tan devastadora.

Para mí, que apenas salía de la adolescencia, esos textos irreverentes, las caricaturas, el lenguaje, las columnas, las series sobre historia de Colombia, vista desde una perspectiva crítica, las investigaciones, su sección internacional, eran una poderosa inspiración para quien apenas empezaba a transitar por los meandros de la comunicación y el periodismo. Los reportajes de García Márquez, los monos de Antonio Caballero, y su columna, Qué se dice en Macondo, eran un paradigma.

Años después, con María Jimena Duzán y Guillermo González Uribe, escribimos un extenso reportaje sobre Alternativa, para el Magazín Dominical de El Espectador, con la perspectiva de dos de sus fundadores: Enrique Santos Calderón y Caballero. Recuerdo que ya para ese entonces, los ideales de transformación y las refriegas ideológicas de los setenta se conjugaban en pasado. El presente era más angustiante: una paz al borde del abismo, una virulenta guerra contra el narcotráfico, y los malos augurios del inicio de una maquinaria de muerte con la creación (o mejor, resurrección) de los escuadrones de la muerte.

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En un país cerrado y trancado por dentro, era increíble que ese experimento de periodismo al margen de la llamada “gran prensa” (con una fuerte dosis de política y de militancia que buscaba, de manera muy “voluntarista”, unir a la izquierda de la época) hubiera sucumbido cuando gran parte de los miembros de la revista eran socialdemócratas, muy cercanos a Felipe González y Olof Palme, y a muy prudente distancia de Fidel Castro. Por esos años, además, la tenaza económica que aprisionó a Alternativa, hizo estragos en las finanzas de El Espectador con su larga y profunda denuncia de los llamados autopréstamos del monopólico grupo Grancolombiano. La agresión de los extraditables buscó a toda costa la destrucción del periódico. No lo logró, pero la herida fue profunda.

En lo básico, el ambiente enrarecido de la violencia sigue igual o, de pronto, peor. Es cierto: en 1990 se desmovilizó el M-19; en 1991 se promulgó una nueva Constitución, resultado de una asamblea nacional constituyente; en 2016 el gobierno y las Farc firmaron un acuerdo de paz que, cinco años después, sigue sin cumplirse a cabalidad; hay redes sociales que, en su lado positivo, permiten una exposición inmediata de denuncias de todo tipo (su papel fue fundamental en las protestas de abril y mayo de este año), y nuevos medios digitales que, con datos, documentos, testimonios, ofrecen una versión compleja de nuestra realidad. Traigo a colación tres, con distintos enfoques y estilos: Cuestión Pública, Vorágine y la Silla Vacía.

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Pero no hay que olvidar que, a la fecha, sigue el asesinato de desmovilizados y excombatientes de las Farc, de activistas del medio ambiente, de periodistas, de dirigentes populares. La corrupción es rampante y las instituciones de control del Estado fueron cooptadas por el gobierno de Iván Duque. El resultado no puede ser más dramático: una impunidad galopante, acompañada de un cinismo que no toca fondo.

Es en semejante contexto que Daniel Coronell y Federico Gómez anuncian que resucitan Cambio, en edición digital. En realidad, los recursos tecnológicos permiten, a diferencia de hace más de cuarenta años, hacer una publicación de impacto no sólo nacional -Colombia- sino regional. Es evidente que nuestro país necesita con urgencia más voces críticas, más periodismo de investigación, más historias que nos muestren lo que de verdad somos, la manera como hemos sobrevivido y cómo hacemos para ser todavía un hervidero de líderes -hombres y mujeres salidas de lo hondo del sufrimiento – que tratan de cambiar un país que lleva ya demasiados años sin futuro.

No vale la pena aquí mencionar al periodismo de alcantarilla que se practica en algunos medios. Ni la mala leche de sus periodistas, correas de transmisión de unos intereses políticos y económicos muy claros, pero sórdidos.

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Lo importante es que en un país tan duro como Colombia, en el que cualquier empresa periodística cuesta muchas veces la vida – y cuando no, la quiebra o una cadena interminable de amenazas y destierros - que haya nuevos proyectos y ganas de llevarlos a cabo, es un milagro de la persistencia y la tenacidad.

Sin embargo, el billete es fundamental. De hecho, sitios web de gran influencia en Estados Unidos como POLITICO, Axios o Vox, tienen detrás grandes capitales. Para no hablar de los clásicos – New York Times, Washington Post y Wall Street Journal- que lograron sobrevivir por su calidad periodística, por sus investigaciones, y por una operación digital que ha empleado todos los recursos tecnológicos –y financieros- para competir. En la era Trump estos medios florecieron con artículos y denuncias sobre la corrupción y abusos de autoridad del torcido expresidente. Centuplicaron sus suscripciones y usuarios. Sin duda, le hablaron a una nueva generación, a un lector ávido de nuevas perspectivas.

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En Colombia, la realidad sigue siendo tozuda: hay demasiado material para hacer un periodismo de lujo, en una era multimedia, con informes que en realidad puedan desentrañar los hilos ocultos de nuestra compleja existencia, y que tales historias sean vistas por todo el mundo, literalmente, a través del poder de internet y de las redes sociales.

Que sea posible consolidar una voz independiente es un nuevo reto para la democracia. La extrema derecha tiene sus medios y está en todo su derecho. Pero habrá que pedirles a esos radicales, a esos agentes de la tergiversación o de la mentira, y también a los que al final aprietan el gatillo, que respeten, que acepten la diversidad, a los que no piensan como ellos. Y bueno, el otro gran reto: conquistar un nuevo público, los menores de cuarenta años. La oferta de información es casi infinita. Es otro mundo. Cambio, un buen nombre para un medio que -supongo- busca pisar fuerte en la segunda década del siglo XXI.

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