Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En un trino, el señor caído de El Ubérrimo dijo que Iván Cepeda quiere engañar al sector privado como lo hizo Chávez, “claro que le queda más difícil porque Chávez era más simpático”. Por fortuna, el candidato del Pacto Histórico no tiene ni el temperamento ni el estilo de los caudillos como Chávez, Uribe, Petro, y ahora el teletigre, el señor De la Espriella, clásico histrión fascistoide.
Este último y Cepeda puntean, por ahora, las encuestas. En un lejano tercer lugar está Sergio Fajardo, quien reniega de su terco centrismo, y califica su candidatura como “cívica”, la nueva marca de su cuarto intento por llegar a la Casa de Nariño. Lo que apenas sale en limpio es que la derecha, en sus diversos apellidos (ahí no existen tendencias) y balbuceos de guerra, está ultrafraccionada. La posible unidad del Centro Democrático, con Paloma Valencia como candidata ungida, está amenazada por dos botafuegos: María Fernanda Cabal y Miguel Uribe Londoño, que juega de saboteador. Y hay un grupito de seis precandidatos que se medirán en una encuesta nacional. Ninguno de ellos logra superar el margen de error. Pero se van a medir para ponerles números y porcentajes a la vanidad y al ego.
Fajardo, De la Espriella y Claudia López (ella se ha desdibujado porque su candidatura tampoco pelecha) decidieron ir solos, sin ser parte de ninguna coalición.
Dicen que el teletigre tiene toda clase de esqueletos danzando en su closet. Cepeda no tiene ninguno, pero sí un gran elefante blanco a sus espaldas: la paz total y, en general, el gobierno de Petro.
Como senador, miembro de comisiones de paz y aliado leal del presidente, Cepeda ha esquivado todos los escándalos que salpican al actual inquilino de la Casa de Nariño casi desde el principio de su gestión. Dos exministros (Ricardo Bonilla y Luis Fernando Velasco) están tras las rejas acusados de participar en el saqueo de la Unidad Nacional para la Gestion del Riesgos de Desastres (UNGRD). Nicolás Petro, el hijo mayor del primer mandatario, sigue enredado en un caso de corrupción, enriquecimiento ilicito y lavado de activos que lo puede llevar a la cárcel. La manera como se financió la campaña, por lo menos en Barranquilla y el Caribe, el tipo de alianzas que hizo el Pacto Histórico, a través de Armando Benedetti, en esa zona para ganar la elección presidencial, son motivo de investigación y de gran estupor ante el hecho de que, al parecer, las maquinarias políticas tradicionales, los dineros de sordida procedencia y líderes de veras cuestionados, se movilizaron para darle el triunfo a Petro.
Ni hablar de la diplomacia colombiana, convertida en la voz estrepitosa, incendiaria, impulsiva, caudillista, del primer mandatario. Una de las tantas puertas siniestras que abrió Trump fue la de convertirse en influencer a través de las redes sociales y gobernar a punta de trinos. Petro siguió ese camino, respondiendo en caliente, metiendo al país en graves crisis con Estados Unidos, y generando tensiones inútiles, como la ya creada con el presidente electo de Chile, José Antonio Kast. Que es un pinochetista, no hay duda. Que su padre fue nazi, hay pruebas de ello. Pero los presidentes y las cancillerias tienen unos protocolos, y el nuevo mandatario de los chilenos no llegó al poder por un golpe de Estado, sino por una elección popular. El electorado lo eligió y de manera abrumadora. La pregunta clave que hay que formular es cómo un pueblo que salió a las calles en una protesta masiva en 2019 y eligió a Boric en 2022, es el mismo que lleva a La Moneda a un fascista.
Durante todas esas turbulencias, dentro y fuera del país, Cepeda se concentraba en abrir conversaciones con el ELN, y llegar a acuerdos de paz con esta guerrilla que, al final, como ya es tradición, terminó dinamitando -literalmente- cualquier posibilidad de lograr su desmovilización e ingreso a la vida civil. El senador es también uno de los arquitectos y mayores defensores -en las buenas y en las malas- del fracasado proyecto de la paz total, hoy convertido en un renovado conflicto armado entre disidencias, el ELN, otras bandas criminales y el Estado colombiano.
Por ahora, Cepeda no ha enfrentado a ese gran elefante blanco que lleva a cuestas.
Por otra parte, es claro que la economía colombiana no se derrumbó, el dólar no llegó a los diez mil pesos como vaticinaban, no hubo nacionalizaciones, ni confiscaciones, ni mordazas contra los medios de comunicación. No se impuso el “castrochavismo”, palabrita que de nuevo está ventilando el expresidente Uribe. Ha habido avances en política social, a pesar de serios cuestionamientos en materia de salud, de productividad y de ejecución del presupuesto en las regiones.
Petro resultó un pésimo líder para negociar con las bancadas del Congreso, para construir un gabinete sólido y estable, para tratar de crear las condiciones de un acuerdo nacional. Durante su camino al poder entendió que la única manera de ganar era sumar (incluso sumas non-sanctas) y no restar. Pero ya en el solio de Bolívar no quiso entender que si no hay mayorías en Senado y Cámara dispuestas a sacar adelante las reformas propuestas, la única opción es hacer coaliciones y tener un gabinete capaz de lograr victorias parlamentarias.
¿Qué tiene que decir Cepeda frente a la incapacidad del presidente de lidiar con un congreso adverso y la fórmula sacada de la manga de una nueva asamblea constituyente? ¿Qué opinión le merecen propuestas como profundizar en la Constitución de 1991, darles de verdad vuelo y oxígeno a los acuerdos de paz de 2016 -en lugar de seguir reinventándose la rueda- y tratar de construir un bloque parlamentario que apruebe la agenda política del Pacto Histórico? ¿Cuál es su propuesta para rescatar las relaciones internacionales de Colombia del tuit impulsivo e improvisado (y mal escrito), sin brújula ni sentido?
Sergio Fajardo comulga con una agenda reformista y con seguridad que entre él y Cepeda hay muchas más coincidencias que abismos. Pero en una hipotética segunda vuelta entre estos dos políticos atemperados, sin las estridencias caudillistas, lo que estará en juego es si las bases del Pacto Histórico, y los votantes no militantes de las regiones, se volverán a movilizar e ilusionar con una propuesta de izquierda, que aún tiene demasiadas cosas por aclarar y resolver.
