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El infierno en tiempo real

Sergio Otálora Montenegro

14 de marzo de 2022 - 12:00 a. m.

De acuerdo: Estados Unidos ha cometido crímenes de guerra, los más recientes en Irak y Afganistán. También se han visto las terribles imágenes de los botes que naufragan en el mar, repletos de refugiados que huyen del Medio Oriente o de África, por la guerra o por el hambre, o por las dos.

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Pero apenas se han visto fragmentos de la tragedia. A veces se cuentan historias completas, como la de los atropellos cometidos en el Valle de Sangin, en la provincia de Helmand, en Afganistán. Anand Gopal, en la revista New Yorker, contó, a través de una mujer llamada Shakira y de su familia, cómo fue sobrevivir a la invasión soviética, al Talibán, a los soldados estadounidenses y de la coalición, y a las fuerzas armadas afganas. En las zonas rurales la guerra se vivió con intensidad, los ataques a la población civil, el asesinato diario de jóvenes, mujeres y niños, la angustia de no saber si los sobrevuelos, o los vehículos militares, de Estados Unidos o de la OTAN, podrían abrir fuego y acabar, literalmente, hasta con el gato.

“Ramas enteras del árbol genealógico de la familia de Shakira desaparecieron, desde los tíos que solían contarle historias, hasta los primos con quienes jugaba en las cuevas”, cuenta Gopal.

Esa experiencia devastadora no se transmitió por televisión, de la manera tan minuciosa, diaria, precisa y desgarradora, como se está viendo la invasión de Putin a Ucrania. La reportería en las zonas devastadas por los cohetes rusos, los diálogos de los periodistas con mujeres solas con sus bebes en brazos, porque sus hombres están en el frente de batalla, o murieron, el cruel ataque a un hospital materno-infantil, los muchachitos desolados, sin entender por qué, de repente, los arrancaron de su escuela, de sus amigos de todos los días, de sus juegos más elementales, como ir al parque y mecerse en un columpio. Los refugiados esperando un tren incierto que los salvará del infierno, pero no de la zozobra de saber qué pasará al otro día.

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En las películas o documentales sobre la Segunda Guerra Mundial vimos los trenes de la muerte, que llegaban a los campos de concentración con unos pasajeros condenados por la máquina de exterminio nazi. Lo más cruel de la trapisonda montada por Putin, es que está arrasando a un país con la excusa de salvarlo de ese pasado que solo existe en sus planes expansionistas, porque lo más cercano a los crímenes del tercer Reich, si de eso vamos a hablar, es lo que está haciendo el mandamás del Kremlin con la población civil ucraniana.

Los expertos militares han dicho que las tropas rusas han sido un desastre en la logística, y a pesar de su poderío, han perdido un importante contingente militar, situación que no se esperaba el presidente de la Federación Rusa. Como en Afganistán o en Vietnam, los ejércitos extranjeros, aerotransportados para cambiar un orden de cosas, terminan hundidos en sus propios errores, fantasías y planes marcados, en el caso este espécimen enrazado de Stalin y Pedro El Grande, por las mismas limitaciones del secretismo y el misterio de un poder autoritario.

Mariupol, con una población de cerca de 500 mil habitantes, ha sido el epicentro de la vesania de las tropas de Putin. Una ciudad cercada en la que no hay agua, ni corriente eléctrica, ni comida, y aquellos que han sobrevivido, no han podido salir de la ciudad por los continuos bombardeos.

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Mientras, más de dos millones de refugiados se reparten por los países vecinos, y ahí también ha llegado el poder de los medios, con sus reporteros apostados de manera estratégica en Polonia, Hungría o Rumania, tras las historias de seres humanos como una niña de nueve años, entrevistada por un periodista de CNN en Bucarest, ella está sola en este mundo, sus padres murieron bajo el fuego de la artillería rusa, quisiera volver a su colegio y estar con su maestra, no pide más.

Nunca el mundo había visto tan de cerca, en tiempo real, con un despliegue impresionante de medios estadounidenses y europeos (no hablo de las redes sociales, ese es otro cuento), los recovecos de lo que significan las miserias de la guerra en sus diferentes caras. Ya sé que dirán que en Vietnam los corresponsales fueron definitivos para mostrar los horrores del napalm y los crímenes de las tropas del general Westmoreland, y el enfrentamiento crudo, brutal, del Vietcong y Vietnam del Norte, pero había las limitaciones tecnológicas de la época, y no se sabía a fondo qué pasaba con las familias que huían, con los huérfanos, con los que lograban sobrevivir en las aldeas.

Lo que me impacta es que desde que empezó la agresión hace 19 días, la historia ha corrido como en un cine continuo, sin pausa, desde diferentes ángulos, y eso tal vez sea lo único positivo de toda esta locura: antes, teníamos las esquirlas, fragmentos de momentos dramáticos y sangrientos. Hoy, en los albores del 2022, por fin conocemos en sus intimidades, la manera como la especie humana se destruye, los intereses que están en juego, la población inerme que resiste o escapa, que trata incluso de montar un remedo de tranquilidad, como el de unos papás que hacían de tripas corazón y llevaban a su niñito, no mayor de tres años, a un parque infantil, en medio del miedo y la posibilidad de un ataque de artillería.

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¿Y de nuestra propia guerra? ¿Lo hemos visto todo? ¿Nos han mostrado, en tiempo real, el ataque de los paramilitares, o del Ejercito o de la guerrilla, o de los narcos, o de todos al mismo tiempo, a la madrugada, sin previo aviso, en una vereda, en un pueblo, las familias impotentes tratando de salvar sus vidas, los que quedan tendidos en una tierra fértil convertida en campo de batalla, los que son asesinados a mansalva? Lo más cercano fue la hecatombe del Palacio de Justicia, en pleno corazón del poder político en Colombia, las súplicas de Reyes Echandía de que hubiera un cese al fuego, y después el silencio de la censura.

Estas terribles imágenes de la invasión de Rusia a Ucrania servirán para que, ojalá, los cínicos, los meimportaculistas, los esonoesconmigo, respiren profundo y piensen por un segundo que eso que ven a tantas leguas de distancia, la crueldad sin límite es de verdad, lo mismo les ha pasado a afganos, iraquíes, palestinos o a campesinos en Arauca o en cualquier esquina violenta de Colombia.

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Claro, el canciller ruso, el impertérrito Serguei Victorovich Lavrov, dirá que no hay ataque de sus ejércitos a la población civil ucraniana, y que los bombardeos no provienen de las fuerzas invasoras. También habrá quienes duden de todo y de todos, y que crean que las imágenes son un montaje y que, en realidad, nunca sabremos la verdad.

Esas son necedades de teóricos de la conspiración o, simplemente, de atorrantes que creen que la tierra es plana y que el hombre nunca llegó a la Luna.

Creo que nunca habíamos visto la miseria humana en todas sus dimensiones, tan en vivo y en directo, sin pausa, y la perversa capacidad que tiene este “sofisticado” homo-sapiens de construir un infierno en cuestión de horas, y de destruir siglos de vida.

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