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El patio trasero está en el norte

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Sergio Otálora Montenegro
10 de enero de 2022 - 05:00 a. m.
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MIAMI. José Antonio Kast, el candidato de extrema derecha en Chile, reconoció su derrota y le deseó buena suerte al triunfador de las elecciones presidenciales, Gabriel Boric, quien llegará a La Moneda a nombre de una coalición de centroizquierda. A su vez, el presidente Sebastián Piñera se reunió con el ganador y tuvo palabras de solidaridad y le aconsejó fortaleza, sabiduría y moderación.

Ese ceremonial democrático, en un país que vivió una sangrienta dictadura militar de casi veinte años, contrasta a fondo con lo que ha vivido Estados Unidos en el último año. El pasado jueves 6 de enero, se revivieron los hechos violentos de cientos de supremacistas blancos, milicias, conspiradores y extremistas —todos seguidores de Trump­— que atacaron el Capitolio con la intención de abortar el proceso de certificación del nuevo presidente, Joe Biden. Lo que en otros tiempos era un ritual sin gran pompa, burocrático, se convirtió en un hecho doloroso de la historia gringa, tan demoledor como el ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, o la agresión terrorista del 11 de septiembre de 2001.

Lo más impactante es que, a la fecha, el expresidente Trump no ha reconocido la victoria de Biden, e insiste, sin ningún tipo de pudor, en su gran mentira del robo electoral que no pudo demostrar en los tribunales de justicia.

Otro ejemplo, un poco más complicado. El triunfo en Perú de Pedro Castillo. A pesar de las presiones a los jueces y las demandas de fraude instauradas por Keiko Fujimori, que fueron al final rechazadas por la justicia por no tener asidero legal, la demandante reconoció a regañadientes el triunfo de su contendor, y este maestro rural sin experiencia de gobierno se posesionó el pasado 28 de julio.

Igual sucedió en Honduras con el triunfo de Xiomara Castro, una líder de izquierda que barrió en las urnas. Su triunfo fue reconocido de inmediato por su contendor, Nasry Asfura, quien se reunió con la ganadora y su familia y le dijo que “esperaba que Dios la iluminara y guiara para que la administración de (Castro) hiciera lo mejor para el beneficio de nosotros los hondureños”. La primera mujer que llega a la presidencia de ese país centroamericano, martirizado por dictaduras militares y violencia, se posesiona el próximo 27 de enero en una transmisión pacífica del mando.

Ante estos ejemplos democráticos de países que sufrieron profundos traumas institucionales, la democracia estadounidense ya no tiene mucho qué mostrarle al mundo. Por esa alquimia loca de la historia es ahora el patio trasero del norte: una potencia económica y militar con un sistema político enfermo y sin autoridad moral para definir lo que debe ser un sistema de libertades y de respeto a los rituales escritos y no escritos de relaciones entre los partidos y el juego electoral.

El pasado jueves, casi totalidad de los congresistas republicanos no se hizo presente en el Capitolio para rechazar los hechos insurreccionales de hace un año y para reafirmar la legitimidad de Biden. Siguen a su caudillo autoritario, por miedo o por oportunismo y, también, por complicidades ideológicas. Y repiten las mentiras de siempre, sin ningún atisbo de vergüenza.

Y, por primera vez, Biden puso las cartas sobre la mesa, en el discurso que pronunció en la Rotonda de las Estatuas, en el interior del Capitolio, en conmemoración de un día en el que Estados Unidos estuvo a punto de parecerse a cualquiera de esos países que invadió, en un pasado no muy lejano, para imponer un supuesto ejemplo iluminante de democracia representativa. “El expresidente de Estados Unidos ha creado y diseminado una red de mentiras alrededor de la elección de 2020. Él ha hecho eso porque valora el poder por encima de los principios, porque ve que sus propios intereses son más importantes que los de su país, y porque su ego herido importa más para él que nuestra democracia o nuestra Constitución”, expresó Biden.

Y la estocada final: acusar directamente a Trump, sin nombrarlo, de ser el cerebro y el causante del violento ataque al Congreso por parte de sus huestes enardecidas por una mentira repetida millones de veces antes, durante y después de que se llevaran a cabo las elecciones presidenciales de 2020. Pero si los demócratas no logran sacar adelante su reforma electoral, bajo el liderazgo del presidente, todo ese discurso será un triste canto a la bandera. En la Casa Blanca saben que se viven momentos históricos, que nunca la democracia había estado tan amenazada como ahora, y que el antídoto puede estar en el Congreso con la aprobación de esa reforma que sería un enorme contrapeso al plan republicano, en los estados que dominan, de poner las condiciones legales para el irrespeto de la voluntad popular.

Una comisión especial de la Cámara, el Departamento de Justicia y un equipo del FBI están investigando toda la trama que condujo a los hechos del 6 de enero de 2021. El fiscal general dijo, con todas sus letras, que tendrán que responder ante la ley no solo los que invadieron el Parlamento sino los que estuvieron detrás de esa toma violenta. Eso tiene nombre propio: Trump y sus aliados. ¿Estados Unidos está preparado para juzgar en material criminal a un expresidente y llevarlo a la cárcel? Un detalle: Perú, país subdesarrollado, democracia muy imperfecta, tiene a un exmandatario en la cárcel, y otros dos pagaron penas de perdida de la libertad por varios meses. todos ellos procesados por corrupción. América Latina, en medio de sus cicatrices, le da lecciones de democracia a la potencia del Norte. ¿Y Colombia? Ya veremos. El diagnóstico es muy reservado.

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Norma(12580)11 de enero de 2022 - 07:20 p. m.
Excelente columna, hay que guardar una relativa esperanza frente a la capacidad de que EEUU construya una democracia directa. Alegrémonos de que el antiguo patio trasero, parece a paso lento, avanzar hacia una democracia con justicia social.
Alberto(3788)10 de enero de 2022 - 10:03 p. m.
Excelente columna.
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