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La paz es un vértigo que ya tiene, para no hilar delgado, más de cuarenta años de intentos fallidos, con una clara excepción: los acuerdos de 2016 con las extintas Farc.
Iván Duque los quiso pulverizar y ese intento retrasó de manera criminal la posibilidad de haber llevado a cabo, por la vía pacífica, una reforma sustancial del modelo económico y político del país. El sabotaje venía de la extrema derecha en su alianza dañada con el paramilitarismo, que buscaba por todos los medios posibles continuar la guerra, evitar la toma del poder por parte del “castrochavismo” y vengar la “traición” de Juan Manuel Santos, quien, nueve años después, sigue siendo el gran villano del uribismo.
Y llegó Petro, quien, a su manera, siguió el sendero de su antecesor: desconocer el camino recorrido, pero no porque quisiera “hacer trizas la paz”, sino porque se la quería reinventar a través de la ambiciosa “paz total” que ya no hay duda de que ha encallado sin alternativa. Y aquí, ¿cómo encaja Iván Cepeda, el candidato del Pacto Histórico?
Para él, en realidad, no hay fracaso ni derrota cuando se trata de acabar con esta bestia de mil cabezas que ha sido la violencia en Colombia. Se le midió de lleno al proyecto petrista, a pesar de los escándalos de corrupción, la improvisación, la politiquería y esa combinación explosiva de caudillismo, ego desmesurado y terquedad, estilo que ha marcado la gestión del primer presidente de izquierda en llegar al Palacio de Nariño.
Debo decir algo de entrada: Cepeda es, como Petro y como tantos otros que forman parte del actual gobierno o lo apoyan, sobreviviente del sistemático y sangriento ataque contra la izquierda, que empezó en 1986 con el exterminio de la Unión Patriótica, y alcanzó su clímax durante las dos presidencias de Uribe, en medio de la impunidad, la persecución y los falsos positivos.
En lo personal, conocí a Manuel y Yira —los padres de Cepeda—, dos personas excepcionales, que hicieron parte de una época muy difícil y convulsa del país. Yira tuvo una vida corta e intensa, y Manuel fue siempre un hombre entregado, sin ninguna duda, a la tarea titánica de buscar un país justo y en paz. De esa entraña de rebeldía e idealismo sale Iván.
Él ha mantenido la disciplina de enfocarse en lo suyo, de sacar adelante una propuesta de reconciliación ya imposible, marcada por el voluntarismo y la infinita capacidad de Petro para sacar de la manga soluciones ilusorias. En el ocaso de su gobierno, ha decidido enfrentarse a Trump sin medir las consecuencias de sus actos; ordenar bombardeos contra las disidencias de las Farc que, desde agosto, han cobrado la vida de 15 menores de edad; acusar a la CIA de ser el cerebro de una grave denuncia sobre presuntos vínculos entre altos funcionarios del Estado con las disidencias de las Farc lideradas por alias “Calarcá”, y pelear como un gato patas arriba contra el fallo del Consejo Nacional Electoral en el que se estableció que la campaña de Petro superó los límites legales de gasto tanto en la primera como en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2022.
El ambiente político, por lo tanto, se sigue complicando para el gobierno y sus aliados.
Ya corre la idea de que Cepeda es un comunista ortodoxo, alimentado en las canteras del estalinismo. Es claro, por supuesto, que el candidato del Pacto Histórico tiene enemigos formidables; uno de ellos es Álvaro Uribe y sus conmilitones, profundamente heridos por la batalla judicial que aún no ha terminado y que, por ahora, absolvió al expresidente. Y dejó al senador y negociador de la paz con la frente en alto. Las últimas encuestas lo favorecen y, por supuesto, esa lucha jurídica de doce años le ha dado una presencia mediática innegable.
Los de siempre (Fajardo y compañía) están de nuevo pintando el panorama político como una lucha de los “extremos” entre Abelardo de la Espriella e Iván Cepeda. Es una interpretación maniquea e interesada de quienes quieren pintarse como la “opción de centro”, esa cosa incolora e insípida, que ya demostró sus limitaciones en pasadas elecciones.
Aún falta saber qué candidato queda en representación del Frente Amplio, la coalición que busca que la izquierda siga en el poder. Se viene una prueba de fuego fundamental: el posible ataque militar de Estados Unidos contra Venezuela y la respuesta de Petro, quien ha demostrado ser impulsivo y no escuchar a nadie. Pero como se ha visto miles de veces, una cosa es el centro del país, sus zonas urbanas, y otra muy distinta las regiones, los territorios, la Colombia profunda. Paz, desarrollo económico y cambio siguen siendo las grandes preocupaciones. Sin embargo, todo se puede trastocar si el tío Sam decide intervenir en la llamada por el chavismo “patria de Bolívar”. Tratar de superar el lastre de la violencia será tarea titánica con un vecino desestabilizado y en pie de guerra.
