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Entre el billete y la estupidez

Sergio Otálora Montenegro

06 de abril de 2024 - 04:00 a. m.
"Si Trump pierde no sólo habrá teorías de conspiración para explicar su derrota. Es probable que haya serios brotes de violencia" - Sergio Otálora
Foto: EFE - ANDY MANIS

MIAMI.- Al día siguiente del derrumbe del puente en Baltimore, producido por un buque carguero del tamaño de una cancha de fútbol, apareció en las redes sociales una variopinta gama de culpables de ese fatal accidente: los extraterrestres, las vacunas contra el COVID, Obama, la comunidad negra, los inmigrantes, las teorías de diversidad, inclusión e igualdad, el Foro Económico Mundial, Ucrania, la CIA, los judíos, los rusos, Nickelodeon (sí, el canal infantil), los musulmanes… La lista es larga, estrambótica, y explica, en cierta forma, por qué este país eligió a Trump la primera vez, y podría volverlo a poner en la Casa Blanca en las elecciones de noviembre.

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A esa exhibición de extremismo infantil pero peligroso, se le añade otro ingrediente devastador: al electorado promedio lo golpea a fondo que gran parte de su salario se va en pagar el arriendo, y lo que le queda se lo come la inflación. Por lo tanto, su prioridad es sobrevivir, y cuando se asoma al mundo exterior, la ventana que abre es una caja de resonancia que alimenta sus prejuicios ideológicos y manipula la realidad, un bombardeo incesante de montajes, falsedades, locuras conspirativas y mentiras.

Trump se ha encargado de aceitar esa máquina de desinformación en cada aparición pública. Dice sin rubor que él es el enviado de Dios para salvarnos del comunismo y de los demócratas; repite una y otra vez –es su táctica- que Biden es el cerebro detrás de las acusaciones criminales que lo tienen corriendo de tribunal en tribunal, y en sus manifestaciones afirma, con la única evidencia que tiene a la mano que es despertar el odio, que hay una invasión por la frontera sur de criminales, locos, fugitivos de la justicia, pandilleros y narcotraficantes. Es el veneno que está infectando la sangre de este país, dice. Esos “animales” devoran el presupuesto, han llenado de inseguridad las calles, y asesinan a inocentes, afirma sin rubor. Quiere vengarse, eso es todo.

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En ese contexto, se da la última encuesta aparecida en el diario conservador The Wall Street Journal, realizada en siete estados en los que ni demócratas ni republicanos dominan (los llamados estados péndulo), y que serán decisivos para el triunfo de Biden o Trump. En sólo uno de esos estados el presidente en ejercicio lleva la delantera, apenas por 3 puntos.

Algo increíble sobresale de ese sondeo: los hombre latinos y negros son los que más están mirando hacia las toldas del expresidente. El 47 % de los primeros y el 30 % de los segundos apoyan al candidato condenado a pagar más de 80 millones de dólares por ataque sexual contra una mujer y 175 millones más por inflar de manera fraudulenta el precio de sus propiedades.

Hay miles de evidencias de la naturaleza racista y antiinmigrante de Trump. Sin embargo, ha logrado convencer a una parte importante de las minorías de que con él sus vidas serán algo cercano al paraíso. A esos votantes no les importa los líos judiciales del aparente multimillonario y en muchos casos comparten las mentiras y los disparates de su líder.

Es más: los cien millones de dólares que ha tenido que pagar Trump en abogados, desde 2021, por la cantidad de juicios penales y civiles que ha enfrentado, no han salido del bolsillo de este hábil delincuente, sino de los muy limitados recursos de sus seguidores, que donan 25 o 50 dólares para salvar al redentor. Las leyes federales permiten que lo que se supone debiera ser dinero de campaña se invierta en salvarle el pellejo al torcido candidato. Los donantes lo saben, pero no les importa, con tal de rescatar a su ídolo de la horda salvaje que no quiere que llegue al poder.

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La ecuación es miedosa: un partido cómplice, un ecosistema de medios digitales y tradicionales de extrema derecha defendiendo al caudillo o tergiversando la realidad, y un electorado al que parece no preocuparle la democracia, ensimismado en sus propias necesidades urgentes. Además, lo tiene sin cuidado que su omnipresente mesías esté dispuesto, una vez más, a sabotear las elecciones con la ayuda de sus paniaguados en los congresos estatales, listos a alterar los resultados y violar la voluntad popular.

Una vez más ha dicho que si pierde las elecciones es por fraude. Su candidatura responde a ese cruce de caminos de narcisismo, la ambición de poder y tener un salvavidas que lo rescate de la posibilidad cierta de ir a la cárcel. Si gana, Trump puede ordenarle al Departamento de Justicia, al fiscal general de bolsillo, que suspenda los casos criminales que lo involucran, y si es condenado, podría perdonarse a sí mismo, si se lo permite la Corte Suprema, de mayoría ultraconservadora. Por lo tanto, está dispuesto a incendiar al país, y para tal fin lo acompañan el partido republicano y la mayor parte de su dirigencia.

Esta vez, si Trump pierde no sólo habrá teorías de conspiración para explicar su derrota. Es probable que haya serios brotes de violencia, instigados por el odio y la mentira. Así de sencillo.

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