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Caracas es una fiesta, a juzgar por las manifestaciones que en las últimas semanas ha presidido Maduro: el hombre baila lo que le pongan, desde el reguetón hasta la salsa. Con toda esa puesta en escena, ha buscado transmitir el mensaje de que, mientras las cañoneras gringas apuntan a su país, el pueblo raso y sus dirigentes hacen su vida normal, sin prestarle mucha atención al descomunal despliegue armado de Estados Unidos en el Caribe, casi en las narices de la “patria de Bolívar”. Según los videos que circulan por las redes —varios de ellos son propaganda— los venezolanos están de rumba permanente y poco les importa la amenaza del “imperio”.
Por los lados de María Corina Machado y compañía, la cosa es a otro precio. Lanzaron en estos días un sitio web llamado “Venezuela-Vocería Oficial”, una especie de Guaidó 2.0, es decir, un gobierno sin poder, ni nada, motivado más por la fantasía de que, una vez caído Maduro -con la ayuda de los misiles del Tío Sam- Venezuela volverá de inmediato al pasado remoto, cuando casi nada pasaba en la patria de los adecos y copeyanos. En el presente, Machado parece jugar el mismo juego: armar un gobierno virtual, esta vez bajo el alegato cierto, demostrado, de que hubo fraude electoral, pero en esencia lo mismo de 2019, es decir, ensillar las bestias antes de tenerlas.
En otras palabras: cantar victoria, de manera prematura, ante el enorme entusiasmo que les genera la presencia del treinta por ciento del poderío naval estadounidense en las costas venezolanas. La oposición, por lo tanto, está exultante porque cree que, ahora sí, llegó la hora de recuperar lo que considera suyo, usurpado por el chavismo desde siempre: el poder.
Machado le dedicó su premio Nobel de la Paz al presidente más autoritario y corrupto que ha tenido Estados Unidos en su historia moderna. La supuesta vocación pacifista de la líder venezolana no le ha alcanzado para condenar las ejecuciones extrajudiciales, a manos de militares gringos, de los tripulantes de pequeñas embarcaciones que, supuestamente, transportaban droga con destino a Estados Unidos. Tampoco tuvo el valor de oponerse y censurar de manera categórica la deportación, por parte del gobierno de Trump, de más de 250 venezolanos enviados al CECOT -la infame cárcel de Bukele en El Salvador-, todos acusados de pertenecer al Tren de Aragua.
Como se ha demostrado con testimonios e investigaciones, todos fueron torturados, sufrieron agresiones físicas y, en algunos casos, sexuales. Lo más grave es que ni la Casa Blanca ni el Departamento de Seguridad Interior ofrecieron pruebas contundentes que demostraran que dichos venezolanos eran pandilleros. Hasta la fecha, la calificada como gran heroína de la democracia no ha salido en defensa de sus coterráneos. Es claro: no quiere indisponer al voluble hombre fuerte de la Oficina Oval con denuncias que puedan resultar contraproducentes.
Machado y González responden a la ideología de la extrema derecha latinoamericana. No dicen nada del gobierno de Bukele, un autoritarismo muy parecido al de Maduro, pero de signo contrario. Se sienten muy cómodos con Milei en Argentina y con Kast, el presidente electo de Chile. Dos dirigentes que defienden las dictaduras que azotaron a sus países en las décadas de los setenta y ochenta, y que dejaron una profunda huella de violencia, asesinatos y desaparecidos.
Pero Milei y Kast, a través de elecciones democráticas, obtuvieron una amplia victoria que los llevó a la presidencia. Machado y González, por desgracia, no caben en el sistema construido por el chavismo durante dos décadas de gobierno autoritario. Las últimas elecciones no fueron transparentes y quedó en claro que el chavismo, a diferencia del sandinismo en Nicaragua con el triunfo de Violeta de Chamorro en 1990, no está dispuesto a entregar el poder ante un triunfo de quienes considera sus archienemigos.
La opción no es esperar a que la diplomacia de las cañoneras, más el decomiso de buques petroleros con el objetivo de asfixiar la economía de Venezuela y, de paso, de Cuba, resuelvan el problema. Todo lo contrario: lo va a complicar aún más, porque no existe una estrategia clara ni de Washington ni de la oposición, y porque subestiman la posible reacción de la gente ante un ataque militar de una potencia extranjera. Más allá de Maduro: ¿Qué haría la oposición con la Asamblea de mayoría chavista? ¿Qué haría con la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela? ¿La derogaría de un plumazo? ¿Y con los poderes regionales en manos del chavismo? ¿Y con la Fuerza Armada Bolivariana con su estado mayor conjunto chavista? ¿Los destituiría a todos?
Ojalá este fin de año no traiga la desagradable sorpresa para América Latina, y en especial para Colombia, de un ataque militar estadounidense contra Venezuela. Tiene que haber una salida diplomática, talvez impulsada por países como México y Brasil, pero el ambiente político está muy complicado para lograr consensos. El grandísimo reto, insalvable en este momento, es que el chavismo y la oposición pudieran encontrar una salida viable, realista, que evite una acción militar extranjera. Suena ingenuo, pero es mi gran deseo para el 2026.
