MIAMI-. Todo lo que toca Trump lo destruye. O lo vuelve comedia. Lo último fue el debate de si los bombardeos estadounidenses a las instalaciones nucleares iraníes las arrasaron o las dejaron seriamente afectadas pero no hasta el punto de borrarlas del mapa. Los primeros informes de inteligencia decían que en cuestión de semanas –no de meses o de años– los iraníes podrían reanudar sus programas nucleares.
El presidente no aguantó semejante cuestionamiento a la manera tan descuidada como dio su parte de victoria, al utilizar más un lenguaje de vendedor de humo –su especialidad– que el de un mandatario con la debida información calibrada por el mando militar. Y entonces ya ha amenazado a CNN y al diario New York Times con demandas por haber puesto en duda, en sus informaciones sacadas de fuentes del Pentágono, las declaraciones triunfalistas y exageradas de Trump. Además, el ataque aéreo estadounidense se basó más en información israelí que en las propias agencias de inteligencia gringas. Y la gran contradicción es el supuesto motivo de fondo: que ya estaba a punto de caramelo la producción de armas nucleares iraníes, advertencia que venía haciendo Benjamin Netanyahu –primer ministro Israelí– desde 1996, es decir, que en cuestión de semanas, Irán entraría al club de países con bomba atómica.
Eso recuerda, por supuesto, las famosas armas de destrucción masiva que sirvieron de pretexto para que George W. Bush invadiera Irak, y creara un pantano de muertos (cerca de un millon de civiles y más de cuatro mil militares estadounidenses) y de dos billones de dólares quemados en ocho años de guerra que destruyeron al país, con una secuela de terrorismo e inestabilidad que aún sacude la región. El grave problema ahora –además de haber sido una acción inconsulta, unilateral e injustificada– es que el presente y el futuro del Medio Oriente están en manos de un mandatario con muy poca credibilidad, al que no toman en serio, pero con un poder económico y militar extraordinarios, rodeado de una cáfila de incompetentes y serviles con la única misión de complacer al amo. Un solo ejemplo: en la operación “Martillo de Medianoche”, se utilizaron siete súper sofisticados aviones B-2 Spirit, cada uno con un valor de dos mil millones de dólares, que dejaron caer 14 poderosas bombas de 30 mil libras, destinadas a entrar en las profundidades de las instalaciones nucleares iraníes y destruirlas o dejarlas inservibles.
Trump dice que gracias a su supuesta genialidad ha logrado una tregua entre Israel e Irán, después de 12 días de hostilidades mutuas, y que con seguridad logrará la paz en la región. No dice nada de la Franja de Gaza, ni del genocidio que sigue en curso, una tragedia humanitaria de grandes proporciones, una afrenta para las buenas conciencias del mundo entero. Ese cese al fuego tiene la fragilidad tanto de las verdaderas razones que mueven a Netanyahu para una posible reanudación de los bombardeos a Irán (el cambio de régimen), como del voluntarismo de Trump, que cree que solo con mencionar las palabras “acuerdo” y “negociación” todo cambia por arte de magia, y porque cree que su poder es omnímodo e infinito. Sus áulicos, fuera y dentro de Estados Unidos, ya le están inflando aún más el ego –si es que eso cabe– con su posible postulación al premio Nobel de Paz.
Y, como ya es costumbre, a Trump le encanta apropiarse y poner su nombre en letras doradas en lo que encuentra a su paso. Ahora trata de incrustar su marca en una sangrienta dinámica que arrancó con el ataque terrorista de Hamas en Israel el 7 de octubre de 2023 , siguió con el aniquilamiento de su dirigencia militar, además de la de Hezbollah en Líbano y la de Irán; el cambio de gobierno en Siria, y el debilitamiento de Rusia.
Lo que enseña la historia más reciente es que las intervenciones de Estados Unidos en el Medio Oriente han generado grupos terroristas más violentos, radicalización de fragmentos enteros de población listos a vengar a sus muertos, en un ciclo infinito de retaliaciones. La estela de sangre dejada por Al Qaeda o ISIS en varios países europeos y en Estados Unidos es una herida abierta. Trump se vendió como un presidente de paz, alejado del aventurerismo guerrerista de los llamados “neocons globalistas”. Otro engaño más a su electorado: resultó peor que Bush, Rumsfeld y Cheney juntos, es decir, un bruto temperamental y megalómano. Sin la más remota idea de lo que significan diplomacia, antecedentes históricos y contexto geopolítico. Una especie de trágico comediante, movido por el ego.