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MIAMI.- Casi todo lo que está pasando en esta nación desde el 20 de enero fue telegrafiado por Trump durante su campaña presidencial de 2024, en sus correrías a lo largo y ancho del país. Incluso hay un plan -el tristemente celebre proyecto 2025- del cual se distanció de manera muy estratégica como candidato, pero ahora, ya en la presidencia, lo está ejecutando casi al pie de la letra.
Dijo, por ejemplo, que se iba a vengar de sus enemigos, y lo está haciendo con pasmosa milimetría y arbitrariedad. Advirtió que impondría aranceles a medio mundo para acabar con el abuso comercial e incentivar la producción doméstica. Pronunció una y mil veces su caballo de batalla preferido, America First, es decir, Estados Unidos por encima de todo y de todos, y ahí va, insultando a Canadá con el cuento de que es el estado número 51 de la unión, amenazando a México con una acción militar directa, indignando a Panamá con la idea de “recuperar” la propiedad del Canal, desconcertando a los daneses con la idea de comprar Groenlandia. Indicó que la OTAN tenía que pagar más si quería recibir los servicios militares del imperio, y ya se sabía que sus grandilocuentes anuncios de resolver en 48 horas la guerra por la invasión rusa a Ucrania, y en cuestión de un día el conflicto en la franja de Gaza que ha terminado en genocidio, significaban darles a Putin y Netanyahu lo que quisieran.
Al final, no ha sido tan fácil, y las maromas de Trump han dejado en claro que Europa ya no puede contar con su aliado histórico porque hay un presidente, apoyado por uno de los partidos mayoritarios, que decidió alinearse con los rusos y en contra de los intereses de la Unión Europea.
Anunció que crearía el departamento de eficiencia gubernamental, y lo hizo realidad desde el día número uno, con Elon Musk como el líder supremo, posición que compró por 270 millones de dólares -dinero que puso para reforzar la candidatura de Trump- y a través de la cual inició una purga de la burocracia federal. Ha cometido errores garrafales, hay demandas y decisiones de los tribunales que han obligado al gobierno a reincorporar a decenas de miles de empleados despedidos de más de 20 agencias federales, por la improvisación de Musk, el hombre más rico del mundo, y la tendencia de Trump a pasarse por la faja leyes y normas establecidas. Esa guerra contra el “estado profundo” también la planteó en sinnúmero de discursos de campaña.
Y lo que está pasando con el tema migratorio no podía haber sido más publicitado. Un tipo que dijo que los inmigrantes estaban envenenando la sangre de este país víctima de una invasión de criminales y locos, y asumió como verdad la fábula racista de que los haitianos en Springfield, Ohio, se estaban comiendo los gatos y los perros del vecindario, no podía, ya en el poder, tener consideración con los indocumentados. Además, lo gritó a los cuatro vientos: haría la deportación de “ilegales” más grande de la historia de este país. Y acabaría con el derecho de ciudadanía por nacimiento si los padres del bebé no tenían estatus migratorio.
Entonces, señoras y señores, se les dijo y se les advirtió. Pero como sucede con este personaje anaranjado, hay gente que cree que son apenas bravuconadas salidas de su temperamento explosivo, o simples palabras necias que se las lleva el viento. Pero no es así. Hay desconcierto, incertidumbre e incluso ira santa. Los asesores de Trump están pensando en prohibir la entrada a Estados Unidos de cubanos, venezolanos y haitianos. Y quieren perseguir indocumentados a la luz de una vieja ley de 1807 que le da facultades al presidente para enviar soldados de las Fuerzas Armadas o la Guardia Nacional a sitios donde supuestamente se ha alterado el orden público por la presencia de pandillas o grupos de “ilegales”. Sería la formula para contrarrestar la supuesta invasión por la frontera sur.
Susan Glasser, brillante columnista de la revista The New Yorker, lo dejó en negro sobre blanco: “Por primera vez en más de ocho años en los que ha dominado nuestra política, Estados Unidos -y el resto del mundo- está entendiendo que cuando Trump habla, hay que tomarlo de manera literal”.
Esa impredecible certidumbre es la que ha producido que se caigan los mercados, que haya una absurda guerra comercial con los vecinos y amigos y con los aliados de Europa. Que la sombra de una recesión se vuelva más real, que los precios de productos esenciales en lugar de bajar, suban aún más, que los representantes y senadores del sur de la Florida no sean capaces de enfrentar a un electorado latino que se siente traicionado y utilizado. Hay familias cubanas y venezolanas -y de otras nacionalidades- cuyos miembros han sido deportados sin fórmula de juicio. Nunca se imaginaron que el candidato por el que votaron, que les prometió esta vida y la otra, terminaría siendo su peor pesadilla.
Es apenas cuestión de semanas para que la base trumpista -los blancos de la zonas rurales y la clase obrera urbana- empiece a sentir los latigazos de las medidas del actual gobierno, en cosas como los recortes a los desayunos escolares, a la educación especial para niños con problemas de aprendizaje, el incremento en los precios de los insumos agrícolas, el golpe a la industria del burbon (que emplea a miles de personas), por la amenaza de imponer un arancel del 200 % a los vinos y otras bebidas alcohólicas producidas en Europa.
Este caos, entonces, fue anunciado por todas partes. No era un secreto. Y ahí, creo yo, está la criptonita de la intentona fascista: hay ya mucha gente afectada por este vértigo de medidas disparatadas y crueles, desde los pequeños negocios, hasta las grandes empresas y conglomerados financieros. Hay familias destruidas y unos votantes desilusionados y furiosos. En dos meses el daño ha sido inmenso. Pero apenas estamos calentando motores. La pregunta de Glasser es pertinente: “persiste un grado de incertidumbre en parte porque nadie ha podido en realidad ofrecer una respuesta definitiva a lo siguiente: ¿Qué tan lejos, después de todo, está dispuesto a ir Trump?”.
