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Los últimos reportes hablan de más de 30.000 desplazados, 80 asesinatos -entre ellos de firmantes de la paz de las FARC en 2016 - y una crisis humanitaria por cuenta del enfrentamiento entre las disidencias del Frente 33 de “Calarcá”, y “Pablito”, el comandante del ELN en la región del Catatumbo.
Es la degradación total e inapelable de la guerrilla, convertida en cuadrillas de asesinos, peleando por territorio en medio de enormes cultivos de coca: 23 mil hectáreas en Tibú, limítrofe con Venezuela. Esto, entonces, ya no es un conflicto armado, como se decía en otras épocas, sino un enfrentamiento entre bandas de narcotraficantes, bien armadas, con miles de mercenarios que bien hoy matan a nombre del ELN, mañana bajo las ordenes de “Calarcá”, y pasado mañana al socaire del Clan del Golfo.
El problema de fondo es que la inercia de la violencia se vuelve a ensañar contra la población civil, contra los campesinos y sus familias, que deben dejarlo todo ante una nueva arremetida de ejércitos irregulares a los que no les importa -lo han demostrado una y otra vez- iniciar en serio negociaciones con el objetivo del desarme y la posibilidad de una paz duradera. La fantasía de la “paz total” de Petro se ha estrellado no sólo con la improvisación y el voluntarismo del presidente, sino con la terca realidad de una larga historia de plomo y sangre, de masacres y desplazamientos, de agresiones sucesivas que ya llevan más de medio siglo martirizando al Catatumbo, al nordeste Antioqueño, al Magdalena Medio, al Guaviare, al Caquetá.
Anda por ahí rodando un video en el que el actual inquilino de la Casa de Nariño dijo que si era presidente a los tres meses se acababa el ELN porque “se hace la paz”. “El gobierno es para hacer la paz, sino hicimos la paz, que me tumben. Es más, yo mismo renuncio porque no sirvo. El papel historico de mi gobierno es salir de dos siglos de violencia perpetua (sic)”. Claro, cuando se está en campaña y no se tiene aún la experiencia de gobernar a un país desquiciado por la guerra (cosa distinta es haber sido senador estrella y alcalde de Bogotá), y además a eso se le agrega la arrogancia del candidato, pues se dicen estas cosas que pueden tramar a más de uno, como en efecto sucedió.
Por lo tanto, Petro llegó al poder con la idea de que su ideología, su victoria en las urnas, su pasado guerrillero, y su talento político, eran suficientes para arrastrar a las diferentes bandas armadas a negociaciones simultáneas, diversas mesas de diálogos, y al final una gran negociación de paz que reduciría, como nunca antes había pasado en el país, los niveles de violencia.
A este gobierno del Pacto Histórico le queda un año y medio de plazo para ofrecer algún resultado concreto en el frente de la paz. Las perspectivas, por desgracia, no son nada halagüeñas. De acuerdo con cifras de inteligencia militar, el numero de gente en armas ha pasado de 18.334, en 2023, a 21.201, en 2024. El remanente que queda del viejo esquema armado de hace cuarenta años (el cuncho del EPL, los elenos y los mordiscos, calarcas y las segundas marquetalias) ahora está enfrascado en una vendetta de claro corte pandillero, dandose chumbimba por territorio y por el control de la coca.
Sin embargo, el ELN sigue posando de grupo armado revolucionario, cuando no es más que una cuadrilla de forajidos, agobiada por su propia degradación política y moral, sin más alternativa que seguir dando bala, generando más violencia, y aspirando a ser tratada como un grupo rebelde beligerante que busca un cambio fundamental. Varios de sus efectivos se encuentran en Venezuela, y eso complica aún más el panorama.
En un confuso trino (a propósito, los comunicados, ruedas de prensa, y reuniones con los asesores pasaron a la historia), el presidente Petro habla de que el ELN “debe ser derrotado y toda fuerza que tenga sus mismos objetivos”. Pero más adelante dice que “el triunfo no está sólo en el fusil, está en una verdadera justicia social, en abrir las oportunidades de progreso en las regiones excluidas del país”. Y tres líneas después agrega que “el pacto social con Arauca y el Catatumbo debe hacerse realidad y ya. Por eso el decreto de conmoción interior. Los pactos están acordados por proyectos, deben financiarse. Y remata: “la paz total es político/militar, no es ingenua”.
El senador Iván Cepeda ha sido un convencido de la negociación, y ha puesto todo su prestigio político a la causa de lograr una genuina pacificación del país. Dijo hace poco que “nada de lo que se haga por la paz es un fracaso. La paz se construye en medio de la adversidad y a veces parece imposible (...) El fracaso de la humanidad es la guerra”. Por desgracia, su compañero de ruta es un caos ambulante, un improvisador nato, un megalómano que no oye razones, y vive ensimismado en su mesianismo, en su creencia de que él tiene la fórmula mágica para superar los obstáculos y contratiempos que se han atravesado en el tortuoso camino de lograr algo de tranquilidad.
Es muy difícil creer que en el corto tiempo que le queda a este gobierno, algo de verdad importante se pueda lograr en el tema de la paz. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Ya son muchos los desengaños generados por el extraño estilo de ejercer el poder de Petro - esa mezcla de rebelde inspirado, clientelista sagaz, e intelectual de cafetería universitaria - quien insiste en sorprender: Laura Saravia de canciller, y Armando Benedetti de posible ministro. De verdad que Julio César Turbay Ayala (abuelo de Miguel Uribe), el arquetipo del manzanillo inescrupuloso, no lo habría hecho mejor.
