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Lecciones de cuatro años insufribles

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Sergio Otálora Montenegro
07 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.
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MIAMI. A menos que Trump tenga importantes contactos en el más allá (o el más acá, uno nunca sabe), y le ayuden a cambiar los resultados de estos comicios históricos, el demócrata Joe Biden es el nuevo presidente electo de Estados Unidos.

El mundo entero ha estado pendiente de estos comicios, no sólo por las posibilidades que ofrece la tecnología de tener información en tiempo real cada segundo, sino por lo que está en juego, y lo que ha despertado Trump en estos cuatro años de vértigo. El presidente se convirtió en un referente universal de la extrema derecha racista, xenófoba y mendaz. Y para los seguidores de su país – los más encarnizados y embrutecidos con un arsenal fantasioso de teorías conspirativas – Trump representa la última carta de redención de un país amenazado por todos sus flancos.

Desde el momento en que el profundo impacto del coronavirus puso patas arriba toda la campaña presidencial, varios estados cambiaron sus normas con el fin de ampliar el voto por correo para todos los electores registrados. En el complejísimo sistema electoral gringo, con más de 500 jurisdicciones electorales con sus propias leyes, normas y procedimientos, antes de la pandemia había sólo cinco estados en los que era universal la posibilidad de poner la boleta electoral (tarjetón) en un buzón. Esa alternativa se amplió a estados críticos, los llamados “swing states”, en los que unas veces el electorado vota demócrata y otras republicano.

A sabiendas de que esa posibilidad podía descarrillar sus ambiciones reeleccionistas (como en efecto sucedió), Trump inició una agresiva campaña contra la modalidad de no votar en persona, afirmó una y mil veces, sin tener evidencias, que era un método fraudulento, y puso en entredicho, en general, la legitimidad del sistema electoral.

El pasado jueves, al final de la tarde, en una rueda de prensa en la Casa Blanca, Trump insistió en sus huecas teorías de fraude masivo, en su triunfo indiscutible con los “votos legales”, y ante la magnitud de las mentiras y lo delicado del momento, las cadenas de televisión decidieron cortar la transmisión. Algo insólito, de paso, pero reflejo de la tensa situación por la que atraviesa Estados Unidos.

Es muy sencillo: si hubiera existido un descarado atraco electoral, se habría sabido de inmediato. En todos los condados y puestos electorales, hubo observadores y abogados de los dos candidatos vigilando el proceso. Si las pruebas hubieran sido contundentes, esos mismos abogados habrían demandado y sin duda los jueces habrían actuado con rapidez para deshacer el entuerto.

Ahora, en el momento de escribir esta columna, el presidente continuaba en su empeño de no reconocer la derrota, otro elemento más de lo inédito en este cuatrienio al mando de un muy talentoso embaucador, pero con más que mediocre desempeño. Por lo pronto, en el estado de Georgia, por ley, se podría activar un reconteo de votos por la posible estrecha ventaja que tiene Biden sobre Trump.

Al final de todo este tortuoso camino, quedan varias lecciones.

Fortaleza y debilidad: Las instituciones democráticas de Estados Unidos no sucumbieron al ataque sistemático, cotidiano y desvergonzado de un presidente venal. Pero demostraron que hay profundos vacíos por los que se puede meter un líder inescrupuloso, y alterar el funcionamiento del gobierno, de sus pesos y contrapesos. Tal fue el caso del juicio político a Trump, y de la sistemática obstrucción a la justicia durante la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la interferencia real y documentada de los rusos en las elecciones de 2016. Por otra parte, fue inverosímil y devastadora la inestabilidad en el gabinete de la actual administración: un importante porcentaje de altos funcionarios de la administración son encargados, no titulares. Según Trump, eso le permite tener “más flexibilidad” en el manejo de sus políticas.

El poder es aburrido: Desde el día número uno, y con seguridad hasta el final de su presidencia, el próximo 20 de enero, Donald Trump se encargó de llamar la atención de todas las maneras posibles. Nunca dejó de hacer campaña, tal vez es la manifestación política más larga de la historia. Una de sus obsesiones fue establecer, a diario, la agenda informativa de los medios, a través de declaraciones salidas de tono, políticas migratorias extremistas, despido arbitrario de altos funcionarios, absurdos enfrentamientos con sus propios organismos de seguridad, y un histrionismo caudillista, concentrado en los ratings y en la forma más que en el contenido, con la idea de que no hay que aburrir a la base, hay que entretenerla con teorías conspirativas y ademanes fascistoides. Uno de los argumentos de Trump contra Biden, es que el presidente electo es “aburrido”. Y tiene razón. Los líderes que llegan a la presidencia no pueden comportarse como estrellas de Hollywood, con sus caprichos y excentricidades. Queda claro que el autoritarismo empieza con caudillos que parecen animadores de televisión, bailan, cantan, se contonean, improvisan, calumnian, atacan, enardecen a la multitud.

Tradición, familia y propiedad: Ese solía ser el mantra del Partido Republicano. A Bill Clinton le hicieron un juicio político por sus aventuras amorosas, en la oficina oval, con una pasante, la famosa Mónica Lewinsky. La moral y las buenas costumbres, la dignidad de la figura presidencial y el grave delito de mentir, fueron argumentos esgrimidos para tratar de llevar a la renuncia al libidinoso presidente. Pero con Trump, toda esa fanfarria moralista se vino al piso. Los conservadores evangélicos se hicieron los sordos, ciegos y mudos, y aceptaron a un presidente mentiroso, corrupto, adúltero y acosador sexual, con tal de que llenara los tribunales federales y la Corte Suprema con jueces y magistrados conservadores. Los republicanos hicieron lo mismo, pero su cinismo y doble moral cruzaron todos los límites imaginables.

Trumpismo después de Trump: este país necesitó que pasara más de una generación para aislar, desde el punto de vista político y cultural, al Ku Klux Klan y movimientos afines. Los republicanos, sobre todo, se cuidaron de guardar distancia frente a esos elementos extremistas. Con Trump los republicanos salieron del clóset: aceptaron políticas migratorias crueles y racistas; no les importó que su líder fuera un supremacista blanco; apoyaron el talante autoritario del presidente, y no tuvieron ni los principios ni el valor para obligar al presidente a renunciar, durante el juicio político en el que se demostró, con pruebas fehacientes, cómo el presidente abusó del poder de manera flagrante, y obstruyó de manera sistemática al congreso en su investigación sobre el chantaje de Trump al presidente de Ucrania para que investigara a Joe Biden y su hijo, Hunter, quienes supuestamente habían cometido actos de corrupción con una empresa de ese país. Al final, nada de eso era cierto.

La base de Trump es casi el 50% del electorado. Cerca de 70 millones que siguen al querido líder, no creen en nada de lo que “los medios” dicen de él, y están convencidos de que el hombre es un gobernante transparente, un empresario exitoso, que ha hecho lo que ha podido para controlar una pandemia que “nos mandaron China y los comunistas”. Con o sin Trump seguirán pensando lo mismo, con un problemita adicional: el extremismo armado y los supremacistas blancos fueron legitimados por el presidente y, de paso, por la dirigencia republicana.

Manipular la justicia: Trump es famoso por sus demandas. En la Casa Blanca pisotea a la justicia, pero la utiliza para tratar de zanjar disputas. Ahora, está demandando varios estados por el tema electoral. Su lógica es bien curiosa. Por lo general, alguien demanda porque tiene pruebas. Con Trump es al revés: arma la querella, y después pone a todo el mundo a volar en cuadro para tratar de conseguir evidencias. Es también una táctica de dilación y de obstrucción de los procesos.

Esa es la estrategia, tratar de llevar su pleito hasta la Corte Suprema. De acuerdo con los expertos en leyes electorales, es remota la posibilidad de que llegue hasta esas altas instancias. Los abogados de Trump tendrán que demostrar fraude masivo y una administración perversa y sesgada de todo el sistema electoral.

Quedan todavía más de dos meses para la posesión de Biden. En otros tiempos menos azarosos, la transición empezaba de manera fluida, con nombramientos de los equipos de empalme entre la vieja y la nueva administración. Habrá que esperar qué resuelven los tribunales y si las demandas tienen algún sustento legal.

Por ahora, en el momento en que salga esta columna ya, desde el punto de vista matemático, Biden es el ganador en los cuatros estados en disputa, logra por lo tanto 306 delegados en el colegio electoral (la Presidencia se gana con 270 delegados) y Trump es el perdedor, para su absoluta desgracia. Pero es un muy mal perdedor. Como lo podremos ver en los próximos días y semanas.

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Miguel(11448)08 de noviembre de 2020 - 12:42 p. m.
El partido salido de la mente enferma de AUV o Castro-Chavismo ha derrotado a Trump.Si este no demuestra el famoso Fraude, esta sería la peor derrota que el partido de Maduro,Chavez y Castro le haya infringido al anaranjado director del reality de los ultimos 4 años en USA......You're fired..
Julio(87145)08 de noviembre de 2020 - 02:25 a. m.
Trump, imposible no compararlo con Calígula en Roma. Tan torpe, tan arrogante, tan obtuso, que nombró a su caballo como canciller. También se puede comparar con Nerón quien tocaba una lira mientras veía arder a Roma. En fin, tan perverso es el referido personaje como sus admiradores. Lo más desagradable es que en Colombia nos toca padecer por 21 meses más a uno igualitico.
luis(89686)08 de noviembre de 2020 - 01:54 a. m.
En Miami están los latinos (colombianos, venezolanos cubanos,...) que han migrado con sus fortunas de dudosa procedencia, son trumpistas. En nevada los latinos son trabajadores en busca de un futuro mejor, son demócratas. La diferencia es grande.
Fernando(70558)07 de noviembre de 2020 - 10:55 p. m.
Un "recordéis" muy oportuno y necesario que a su vez pone en evidencia el modus operandi de la ultraderecha. Aunque Biden no traerá cambios profundos para E.U. y menos para Colombia, si se sentirá menos la nefasta presión que mantuvo Trump.
juan(9371)07 de noviembre de 2020 - 10:33 p. m.
Trump loser, Matarife loser, lechona Duque loser, CD loser...
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