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MIAMI.- Van veintiún ataques con misiles contra pequeñas embarcaciones y por lo menos ochenta y dos muertos. El gobierno de Trump, su secretario de defensa y el resto de la comparsa de aliados, han sido olímpicos: no hay pruebas, ni indicios, de que esos botes estuvieran forrados en coca o fentanilo, y sus tripulantes fueran consumados narcotraficantes.
Por lo tanto, la Casa Blanca está matando por deporte. Son ejecuciones extrajudiciales. La justificación ha sido la misma: la inteligencia militar tiene evidencias de que esas lanchas transportaban droga con destino a Estados Unidos, y sus ocupantes eran narcoterroristas del Tren de Aragua o de otros carteles de cocaína o fentanilo, quienes con su tráfico de estupefacientes envenenan y cobran la vida de millones de estadounidenses. Por consiguiente, liquidarlos en plena acción es apenas un acto de justicia y una forma de proteger a la población gringa.
Todo esto es una sangrienta y trágica ficción. Es la misma que han montado para amenazar a Venezuela con todo el armamento pesado (aviones de guerra, submarinos, helicópteros, portaviones y los temibles misiles Tomahawk) esparcido en el Caribe, mirando hacia las costas del hermano país. El mensaje es claro: si no se van a las buenas, tendrán que irse a las malas. Es decir, en medio de una acción militar a gran escala.
Phil Gunson, analista del International Crisis Group, citado en un reciente artículo del New York Times, prendió las alarmas: “La cosa que en realidad nos preocupa es que ellos (los del gobierno de Trump) no parecen tener ningún plan serio para lo que pase después”. Ese “después” significa al otro día de la salida de Maduro del poder por la vía militar. Pero el análisis del diario estadounidense revela otro dato preocupante. Durante la primera presidencia del ex animador de televisión —en la que fracasó de manera rotunda un intento de derrocar a Maduro— los generales, altos funcionarios del Pentágono y otros expertos, ejecutaron un juego de guerra para evaluar qué pasaría en una eventual caída del gobierno autoritario de Venezuela, ya fuera por un golpe militar, una insurrección popular o una acción armada de los Estados Unidos. “Produciría un caos extendido, sin posibilidad de que llegara a su fin”, escribió Douglas Farah, consultor en seguridad nacional especializado en América Latina, en un reporte dirigido a los funcionarios del departamento de defensa, según informó el autor de la nota del periódico gringo.
Dicen, entonces, que Nicolás Maduro es un narcoterrorista a la cabeza del llamado “cartel de los soles”, y que su accionar representa una amenaza no sólo para la vida de millones de ciudadanos estadounidenses adictos a la droga, sino también para la seguridad nacional de la potencia del norte. Pero lo que hay, en realidad, es una operación anticomunista, una intención prefabricada de buscar un cambio de régimen, sin ninguna estrategia, al ritmo de una clara improvisación, marca registrada del modus operandi de Trump.
Esto se parece a los días previos a Irak, con la otra fábula inventada por los “neocons”, con el finado Dick Cheney a la cabeza, sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein que sólo existieron en los informes espurios de inteligencia militar. Invadieron el país, destruyeron sus fuerzas armadas, ejecutaron a Hussein y se empantanaron en una guerra de ocho años, con una insurrección armada incontrolable y una guerra civil que acabó con el tejido social iraquí. Para no hablar de las dos décadas que duró la intervención militar en Afganistán.
Los de la oposición venezolana, con María Corina Machado como su líder natural, han soñado con una acción militar gringa desde los tiempos de Chávez. Pensaron que eso sucedería con la opereta de Guaidó y la famosa frase de que “todas las opciones están sobre la mesa”. En ese entonces, el senador Marco Rubio le hablaba al oído a Trump, pero no tenía el poder que hoy ha acumulado. Sin embargo, la gran diferencia es que el proyecto racista y antiinmigrante del actual gobierno ha afectado a fondo a la base electoral de Rubio y sus demás camaradas de la bancada cubanoestadounidense en el Congreso en Washington. Un ataque militar y un eventual derrocamiento de Maduro son factores de supervivencia política para los congresistas María Elvira Salazar, Mario Díaz-Balart y Carlos Giménez, todos de origen cubano.
Por su parte, a Machado le importa muy poco la situación de trescientos mil de sus compatriotas en Estados Unidos que podrían ser deportados. Además, apoya las ejecuciones extrajudiciales del gobierno de Trump en el Caribe. Incluso estuvo de acuerdo con el envío, por parte del departamento de seguridad interior, de 250 venezolanos al CECOT (la temible cárcel de Bukele en El Salvador), sin fórmula de juicio, muchos de ellos acusados, sin pruebas, de pertenecer al Tren de Aragua. Y, por último, cree con gran entusiasmo e incluso optimismo que un ataque militar en Venezuela por parte del Tío Sam traerá prosperidad y democracia a su tierra.
Todo es muy ambiguo y contradictorio. Lo único claro es que el gobierno autoritario y corrupto anidado en la oficina oval ha llenado el Caribe de poderosos instrumentos de guerra y de cadáveres. Un día hablan de un ataque por tierra; más tarde anuncian que hay conversaciones con el gobierno de Miraflores; después muestran los dientes y fijan el 24 de noviembre como una fecha límite cuando el gran monstruo flotante con misiles, aviones y cinco mil soldados en su barriga, enfilará su poder destructivo contra esa esquina del mundo con las reservas de petróleo más grandes del planeta.
El actual inquilino de la Casa Blanca es un tipo transaccional que actúa al vaivén de sus propios intereses. El futuro de Venezuela, de Colombia y de la región está en manos de esta volátil figura que no acepta perder, se deja seducir con facilidad por los grandes negocios en los que pueda sacar un beneficio, y le atormentaría ver, en tiempo real, no solo la fractura profunda de la coalición que lo llevó al poder, sino el incumplimiento de otra promesa con la que engatusó a sus fieles seguidores: no gastar miles de millones de dólares en guerra ajenas y fracasadas. ¿Podría ser el ego dañado de Trump, no las obsesiones ideológicas y políticas de Rubio y sus amigos, la respuesta pacífica a la transición política en Venezuela con la amenaza, en el medio, de un ataque militar devastador?
