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De entrada lo digo sin problemas: hubiera preferido a Carlos Gaviria de ganador de la consulta del Polo. Pero triunfó Gustavo Petro, en franca lid, y esos resultados hay que respetarlos.
Afirma Gaviria, con algo de despecho, que pasará a ser un militante raso del partido, que apoyará al exguerrillero del M-19, pero que no hará campaña por él, porque mal puede defender, en plaza pública, unas tesis que no comparte. Perdón: son del mismo partido, es cierto que bajo distintos matices, pero comparten unos ideales y una misma vocación. Se trata entonces de restañar las heridas que quedan en toda campaña política, y caminar hacia una política unitaria.
La pelea de fondo entre los que quieren que el Polo vaya sin alianzas a la primera vuelta, y los que creen que desde ya se deben tender puentes con otros movimientos e incluso se participe en una consulta interpartidista, tiene tanto de largo como de ancho. Es cierto que la izquierda, cuando ha hecho cama franca con la “burguesía progresista”, le ha ido mal: se queda con el pecado y sin el género. En este momento, el otro Gaviria, César, habla con agua en la boca de socialdemocracia, de centro izquierda, de oposición, pero ya sabemos cómo son los arrebatos “rebeldes” de los liberales: utilizan a los demás movimientos para su propio interés electoral, y ya en el poder se olvidan de los acuerdos. Y todo se resuelve con una tajada burocrática para los “compañeros de ruta”.
Pero el momento histórico que vive Colombia es tan especial como grave: hay que derrotar al militarismo uribista. A la mentira de que la seguridad democrática es la única alternativa decente que le queda al país, ante el fracaso sistemático de los intentos de paz o, mejor, de la política del “apaciguamiento”. Hay un talante autoritario que se quiere enquistar en el manejo del estado, dispuesto siempre a apretar el gatillo como primer y último recurso, porque lo único que es posible, que vale la pena, es derrotar a la subversión. Ante eso no hay alternativa posible.
Ese espíritu neofrentenacionalista que se está fraguando, la idea de reproducir al uribismo a perpetuidad, o por lo menos hasta cuando “el terrorismo” esté borrado del mapa, sin permitir a las buenas o a las malas el juego de otros liderazgos o partidos, ese talante excluyente, digo, debe ser derrotado para bien del país y de su menguada democracia.
Por eso, en estas circunstancias históricas, la idea de Petro de buscar una amplia oposición contra Uribe y lo que representa, no es descabellada o entreguista. Hay que esperar a lo que diga la Corte en relación con el referendo, hay qué ver cómo evolucionan las posturas políticas de Rafael Pardo, qué quiere hacer de su partido, y cómo se relaciona con el gobierno. No olvidar que este exministro de defensa sabe jugar muy bien al halcón, y así lo hizo durante el cuatrienio de Gaviria.
Hay mucho de razón también en los que temen que el Polo, al ser un movimiento joven, en crecimiento, pueda desdibujarse al meterse en acuerdos prematuros. Está en juego, ni más ni menos, la supervivencia de un proyecto político con grandes potencialidades, que ya hizo historia, y que puede ser flor de un día si se deja arrinconar por el oportunismo o por desmedidas ambiciones personales.
Petro tiene todo el derecho de querer dirigir los destinos de su partido y de hacer valer sus mayorías. Los perdedores deben aceptar la derrota, pasar el trago amargo, y estar dispuestos a apoyar al ganador, no sin discusiones intensas. Hay un camino recorrido, unas decisiones tomadas por el congreso del Polo. El ganador no puede llegar a desmontar todo, como si fuera el primer día de la creación. Pero la democracia debe empezar por casa y lo fundamental es llegar a acuerdos y, sobre todo, tener memoria: que el Polo es el resultado de muchos que dieron su vida por unos ideales, que no sobrevivieron para poder acariciar la posibilidad de ver un país distinto, con otros valores, con otros hombres y mujeres libres al mando de una nueva esperanza.
