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Un selfie del tropel

Sergio Otálora Montenegro
29 de mayo de 2021 - 03:00 a. m.

Nos vendieron la idea de que las nuevas generaciones, aquí y en Cafarnaúm, estaban condenadas a cien años de selfies, video juegos, redes sociales y demás bisutería digital. Ensimismadas. Narcisistas. Pendientes del “like”, de los “influencers”, de cómo hacer videos virales en TikTok. Nihilistas. Llevadas de la mano obsesiva y seductora del consumo.

La primera gran sorpresa fue el asesinato de George Floyd, sucedida el 25 de mayo, hace un año, en Minneapolis. Un policía blanco, con su rodilla apretando el cuello de su víctima sin misericordia, produjo la muerte de este afroamericano. La escena quedó grabada en el celular de una adolescente de 17 años llamada Darnella Frazier. Las imágenes las subió a su cuenta en Facebook, y el mundo en segundos vio los detalles de un colosal atropello. De no haber sido por ella, por su valentía de registrar en su teléfono los 9 minutos y 29 segundos que duró la agonía de un hombre inocente y desarmado, la policía se habría salido con la suya, con un comunicado espurio: que Floyd había fallecido por un “incidente médico” en el momento de su arresto.

Durante semanas jóvenes en todos los cincuenta estados, negros, blancos, hispanos, asiáticos, indígenas, esa nueva camada por la que nadie estaba dispuesto a dar un peso, se tomaron las calles con indignación y rabia, y denunciaron sin tregua la violencia policiaca que, durante las manifestaciones, se hizo patente en varios episodios en los que las brigadas antimotines pateaban, golpeaban, y dejaban heridos a algunos de los que participaban en las marchas. Y como siempre, estas demostraciones espontáneas y masivas, la gran mayoría de ellas pacíficas, fueron catalogadas por Trump y sus aliados como motines de vándalos instigados por Antifa –un etéreo grupo antifascista del que no se conocen sus líderes, ni su militancia– e inspirados por el movimiento Black Lives Matter, al que calificaban de “terrorista”. Durante las primeras cuatro noches de movilizaciones populares hubo saqueos, incendios, destrucción de edificios públicos, la estación de policía cerca al sitio donde murió Floyd fue reducida a cenizas por la ira popular.

Día tras día, en el pico de la pandemia, millones de jóvenes tuvieron la energía y la convicción de tomarse las calles para forzar una reforma drástica de la policía, en el ámbito federal. Algunos llegaron a proponer que había que quitarle todos los recursos financieros a esa institución que, en Estados Unidos, es absolutamente descentralizada, cada ciudad y condado tiene su propio departamento de policía, y es la autoridad civil la que nombra a sus jefes. Durante dos meses, la televisión abierta y por cable transmitió, en directo, las movilizaciones.

Las redes sociales registraron cada protesta en cada rincón de Estados Unidos y del mundo. Y ahora, a la misma velocidad de vértigo de Twitter o Facebook, los jóvenes colombianos, en un mes de barricadas, bloqueos y demostraciones callejeras en todo el país, muestran que es una generación que se mamó de promesas huecas, que se burlaran de su presente y de su futuro, que le hicieran conejo en cada expresión de inconformidad por la calidad o la falta de acceso a la educación, o la carencia de oportunidades y de empleo digno.

Cuando los periodistas hablan con los que están en la primera línea, con todos aquellos que han decidido jugársela para cambiar al país desde la calle (como siempre ha sucedido), se sienten la justeza de su causa y la transparencia de sus motivaciones. Ariel Ávila lo ha dejado en claro en sus informes desde el terreno, en las diferentes localidades de Bogotá: los jóvenes están dispuestos a ir hasta el final, a que sus reclamos sean materia de políticas públicas concretas y no un infinito temario de diálogos que no llegan a ninguna parte. Y lo fundamental: una cosa es lo que piensa y hace el comité nacional del paro, y otra lo que está pasando en el barrio, detrás de las barricadas. Hay toda una organización para la protesta y también para la discusión de los temas específicos que los jóvenes quieren negociar con las autoridades cuando entiendan –aún la sordera y ceguera son abismales– que la represión no es el camino. Cosas sencillas pero que han costado sudor y sangre: reforma de la policía y desaparición del Esmad, renta básica para sobreaguar esa crisis económica generada, en parte, por la pandemia, alternativas reales de educación y de trabajo.

Existe un liderazgo juvenil que se ha forjado en el enfrentamiento con el escuadrón antidisturbios y la policía armada con balas de verdad, en la certeza de que no hay marcha atrás y tampoco nada que perder. Liderazgo que no existe en el uribismo, que se está convirtiendo, por cuenta de este sismo social, en un puñado de náufragos sin remedio. E insisten: votan en contra de la moción de censura del ministro de Defensa Diego Molano, Duque culpa a Petro de ser la eminencia gris, el gran manejador del paro, sigue la agresión contra la movilización ciudadana, el CIDH aún no entra a Colombia, un amplio sector de los empresarios no quiere saber nada de diálogos para levantar los bloqueos, y ya está en Washington tratando de convencer a las autoridades para que censuren los taponamientos de calles. Entonces, tal vez sentirán que, bajo la égida del Tío Sam, hay legitimidad para entrar a las comunidades a sangre y fuego, sin negociar nada y pretender que todo vuelva a esa mentirosa normalidad, como antes del 28 de abril.

En Estados Unidos también se cuecen habas. Después de la enorme demostración popular del año pasado, que fue importante para la derrota de Trump, no se ha avanzado mucho en la otra epidemia que azota a ese país: los abusos criminales de la policía contra personas desarmadas, la mayoría de ellas afroamericanas. Algo se ha hecho en el ámbito local para controlar el atropello de los uniformados, pero sigue a la espera de ser debatida y aprobada una ley federal que reformaría de manera sustancial a la policía, patrocinada por los demócratas en la Cámara, y con un futuro incierto en el Senado.

Al mundo se lo ha tomado una nueva generación que creíamos obnubilada por la tecnología y dispuesta a mover apenas el dedo para hacer clic y expresar sus sentimientos en las redes sociales. Que era apática y cínica. Pero no es así. Se ha politizado en la agreste experiencia cotidiana. Sus referentes son el hambre, el abuso y la indignación. No hay partidos o candidatos preferidos. Están en la dura tarea de reinventarse el mundo, bajo sus propias coordenadas. Y ya sabemos, por nuestra propia historia, que esa misión deja en el camino mucho dolor y briznas de esperanza.

 

Concha(99107)29 de mayo de 2021 - 06:46 p. m.
Muy, muy buena columna, muy sentida, sentí la lágrima a flor de piel porque por la desidia de nosotros los viejos, hoy nuestros jóvenes afrontan semejante bellaquería, perdón :(
MARIA(30795)29 de mayo de 2021 - 01:12 p. m.
Excelente perspectiva. Muchas gracias.
Liliana(13412)29 de mayo de 2021 - 01:19 p. m.
Maravilloso!!
Miguel(11448)03 de junio de 2021 - 12:49 a. m.
Siempre los jóvenes salvan la transición,no mas recordemos Paris del 68, la 7 papeleta que desemboca en la constituyente del 91, y ahora el bloqueo contra el bloqueo en que el gobierno iba a sumir al país en el infierno de una reforma tributaria inhumana,y contra el bloqueo que este gobierno le hace sistemáticamente al acuerdo de Paz...no mas mentiras de este gobierno de Duque-Uribe-CD..FUERA¡¡
Helena(66766)01 de junio de 2021 - 10:24 a. m.
Excelente columna... Los jóvenes no tienen nada que perder... ojalá logren el cambio...
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