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Afición racista

Sorayda Peguero Isaac

12 de febrero de 2017 - 03:10 p. m.

Si yo fuera un jugador del Club San Martín de Vilaxoán, en la localidad gallega de Vilagarcía de Arousa; si por más de 20 años, desde la liga infantil, cada vez que saliera a un campo de fútbol me gritaran desde las gradas: “¡Negro de mierda!”, “¡Mono!”, “¡Hijo de puta!”, es muy probable que un día mi indignación me llevara a decir: se acabó esta vaina. Lo dejo.

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Para entender por qué Carlos Arturo Sánchez se siente asqueado del fútbol hace falta ponerse en su lugar. El colombiano tenía diez años cuando llegó a España. Viajó desde Barranquilla hasta Pontevedra con su mamá, que con el tiempo dejó de asistir a los partidos para no tener que escuchar los insultos racistas y xenófobos que su hijo recibía cada domingo.

El 15 de enero de este año, en el campo de fútbol del Marcón, Carlos Arturo Sánchez trataba de mantenerse concentrado en el juego. Luchaba por no prestarle atención a las desagradables ofensas que le llovían desde las gradas. Después del partido, Sánchez entró al vestuario con temblores que le sacudían todo el cuerpo. Le anunció a su entrenador y a sus compañeros que ya no podía más. Estaba decidido: dejaría de jugar al fútbol. Aquel día, las palabras de odio que lo persiguen desde su infancia hicieron que perdiera los estribos. Sus compañeros tuvieron que intervenir para que no golpeara a uno de los aficionados que lo insultaba. Un gesto que el jugador no se cansa de agradecer.

Existe un protocolo contra el racismo y la xenofobia firmado en 2005 por la Real Federación Española de Fútbol, la Liga Nacional de Fútbol Profesional y la Asociación de Futbolistas Españoles. El documento dice que se aplicarán medidas disciplinarias internas en los clubes y campañas de concienciación y sensibilización que condenen los ataques racistas. Pero no es suficiente: el desprecio de algunos aficionados no tiene límites. Al brasileño Dani Alves, lateral derecho del Juventus de Turín, le arrojaron una banana cuando jugaba en el Barcelona. Al bilbaíno Iñaki Williams, de ascendencia ghanesa y jugador del Athletic Club, lo molestaban con sonidos que imitaban un griterío de monos. El camerunés Samuel Eto'o le contó a CNN en Español que jamás pensó que podía recibir insultos racistas en un campo de fútbol. La primera vez que le ocurrió, no acababa de salir de su asombro cuando Ronaldinho y Deco se acercaron para animarlo a regresar al terreno de juego.

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Carlos Arturo Sánchez no se muestra demasiado optimista: sabe que los insultos seguirán. Después de unos días de reflexión, resolvió que no colgará la camiseta. Dice que no va a darle el gusto a “esa gente”. No se rendirá. Aunque no tiene dudas de que esa gente, apenas un puñado que hace demasiado ruido y que escupe su desprecio racista dentro y fuera de los campos de fútbol, seguirá voceando sus estúpidas consignas desde la falsa autoridad que los impulsa.

No nos faltan razones para augurarle larga vida al espejismo absurdo de la “raza superior”. Tampoco nos faltan razones para creer, desde la esperanza más contundente, que algunos estamos dispuestos a mostrar resistencia cada vez que alguien quiera relegarnos a la parte trasera del autobús.

sorayda.peguero@gmail.com

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