Esta columna incurre en una contradicción. Alguien me dijo: “Tengo que comentarte una cosa: tus columnas son muy bonitas, muy bien escritas, pero nunca abordas un tema político”. Le di la razón y le expliqué mis motivos para no escribir sobre ese tema. La bradipsiquia, que limita la rapidez del pensamiento y la capacidad de respuesta, hizo que transcurrieran varios días antes de que lograra recordar las veces que he escrito sobre los poderes religiosos, los silencios que se tejen alrededor de los abusos sexuales cometidos contra los niños, el machismo, el racismo y diferentes formas de violencia doméstica e institucional narradas desde experiencias concretas. ¿Demasiado personal para ser político? Las conexiones entre las estructuras políticas y las experiencias individuales resultan menos obvias para un lector ávido de conceptos.
Aunque aquí no se habla de política, vuelvo a las andadas con uno de mis temas recurrentes: la migración. Voy a contarles lo que pensé cuando leí que Vox pretende deportar de España a siete millones de inmigrantes. La palabra reemigración, tomada de la extrema derecha alemana, figuró en las declaraciones ofrecidas por una portavoz del partido durante una rueda de prensa. La diputada de Vox se refirió al reemplazo demográfico como una medida necesaria para preservar la identidad española.
¿Dónde queda la identidad de los que se van?
La madrugada del 6 de julio de 1940, un trasatlántico francés llamado Cuba atracó en el puerto de Santo Domingo. En la embarcación viajaban más de 600 refugiados de la Guerra Civil Española. El Gobierno dominicano, encabezado por el dictador Rafael Leónidas Trujillo, había llegado a un acuerdo con el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE). Teniendo en cuenta que alrededor de tres mil personas se habían beneficiado antes de dicho acuerdo, todos esperaban que los pasajeros del Cuba fuera bien recibidos en el país. Pero Trujillo cambió de opinión y dio órdenes estrictas de que nadie bajara del barco.
El otro día, mientras viajaba en el asiento trasero de un taxi, una mampara de acero se interpuso entre mi mirada y el mar Caribe. Un crucero de grandiosas dimensiones estaba estacionado en la desembocadura del Río Ozama. Al pasar por el puerto, me quedé mirando a los pasajeros que contemplaban la ciudad desde la cubierta. Saqué mi libreta del bolso para esbozar algunas ideas sobre la migración, una experiencia humana que no debe reducirse a un puñado de números usados en los discursos populistas como herramienta de manipulación. A estas alturas deberíamos saber qué es lo que pasa cuando pretendemos demonizar al otro despojándolo de su humanidad.
Volvamos a julio de 1940. ¿Qué mosca le picó a Trujillo? Las razones para prohibir la entrada de los refugiados no estaban claras para la opinión pública, mucho menos para las 600 personas que corrían el riesgo de caer en manos del régimen de Vichy. Hasta el cuarto día de incertidumbre no se conoció la versión oficial del Gobierno. Según un artículo publicado por el periódico La Nación: “El gobierno dominicano fue sorprendido al encontrarse con que entre los miles de españoles enviados por los comités citados, no se encontraba ningún agricultor propiamente dicho, y que en cambio, de manera sistemática, era enviada a nuestro país una cantidad de inmigrantes francamente indeseables –con muy pocas excepciones– ya que no se trataba meramente de personas cuyas ideas o filiación política les obligaron a salir de España [...] sino de gente de profesión desconocida aún en su propio país, y cuya historia prácticamente comienza con la guerra”.
Cuántos habrán mirado la ciudad con la emoción dudosa de haber llegado a la tierra prometida. Cuántos habrán experimentado la angustia de ser expulsados, rechazados como recurso no válido ni merecedor de refugio. Cuántos serán alcanzados hoy, 85 años después, por amenazas y argumentos muy parecidos a los de entonces. Esta es la historia que se repite. La angustia que se repite. El miedo que se repite. Es posible que el cambio sea un poco eso: una eterna sucesión de tristes acontecimientos que se repiten.