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Coser y cantar

Sorayda Peguero Isaac

22 de diciembre de 2018 - 02:30 a. m.

Sylvia no me ha llamado por mi nombre de pila ni una sola vez. A menudo me llama “amiga”, otras veces me dice “bonita” o Sory. Cuando se dirige a mí con la palabra “amiga” siento que me regala una insignia de honor. Admiro su capacidad para lograr grandes cosas que a simple vista parecen pequeñas. Sylvia es como Pippi Långstrump. Podría levantar un caballo con una mano y con la otra a Olivia y a Emma, sus dos hermosas hijas. Podría ser la reina de un mundo perdido en la selva de Australia o en la Amazonia. Es capaz de comerse un caldero de convencionalismos con papas, y de dirigir un comité intercontinental para que cientos de niños que pasan la Nochebuena ingresados en hospitales de Oxford, Santo Domingo o Barcelona no se olviden de sonreír.

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Stitches of Kindness es el nombre de la ONG que fundó en 2010. Desde entonces, contando con el apoyo de una honorable red de colaboradores, Sylvia empezó a coser fundas de almohadas y estuches para las vías de quimioterapia. Pudo comprobar que las telas con estampados divertidos y colores vibrantes contribuyen a que la estancia hospitalaria de los niños sea más agradable. Como su cabeza no se está quieta ni un minuto, se le ocurrió que podía hacer una entrega especial cada Navidad. La idea nació en Oxford, la ciudad en la que Sylvia vivía y trabajaba como científica. Hace poco más de un año que ella y su familia fijaron su residencia en Terrassa, cerca de Barcelona. Esta vez se ha propuesto reunir 300 calcetines (botas) para los niños que pasarán la Navidad en el Hospital Sant Joan de Déu.

Sylvia insiste en que los calcetines deben hacerse a mano. Manos de grandes y pequeños. Especialmente de niños y niñas. Agustín de Hipona, mejor conocido como san Agustín, dijo que trabajar con las manos, la cabeza y el corazón nos convierte en artesanos. La palabra “artesanía” viene del latín artis-manus, que significa “arte con las manos”. Mientras cosía para el proyecto de Sylvia recordé a las bordadoras veteranas que dicen que sus labores requieren de tiempo, paciencia y cariño. Una no puede coser a mano y ver una serie en Netflix, revisar el email o pelar nueces. Hay que estar presente de forma verdadera, al estilo de san Agustín: con las manos, la cabeza y el corazón.

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Anudo la costura de una bota en la que cosí un nostálgico Volkswagen Beetle con un árbol de Navidad en el techo. Entre puntada y puntada, trato de adivinar la cara del niño o la niña que lo colgará en la cabecera de su cama. Me acuerdo de las bordadoras veteranas, de san Agustín y de lo que la activista Nimmi Gowrinathan les dijo en una charla a los alumnos de la escritora mexicana Valeria Luiselli: transformar la rabia y la frustración que nos provocan ciertas situaciones sociales es importante. Importante como las grandes cosas que a simple vista parecen pequeñas. Como pasar el tiempo entre fieltro, lanas y agujas, sintiendo una ilusión idéntica a la que nos quitaba el sueño en la víspera del Día de Reyes. Importante como insistir en la utopía.

Seguimos leyéndonos el año que viene. Hasta entonces, feliz Navidad.

sorayda.peguero@gmail.com

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