Está entre los recuerdos más entrañables de mi infancia. Los libros de cuentas que mi papá usaba en sus labores de comerciante eran de tapa dura y estaban forrados con tela de color azul marino. En la portada, impresa con letras grandes, se leía la palabra journal rodeada de festones geométricos. Antes de desechar sus libros, papi recortaba las páginas escritas con interminables filas de números. Usaba un cúter y una regla metálica para convertirlos en un regalo que yo recibía al final de cada año.
No podía permitirme una sola tachadura. Primero escribía en un cuaderno corriente y luego ejecutaba un minucioso proceso de transcripción que me mantenía ocupada durante horas. Se paraba la máquina giratoria que mueve el mundo. En aquellos libros de cuentas escribí las primeras crónicas de los viajes de mi imaginación. ¿Qué tenían de especial esos libros redimidos de la cárcel de los cálculos? Probablemente los habían elaborado empleando el principio de los artesanos según la teoría de san Agustín. No parecía que estuvieran hechos solo con la cabeza y las manos. Podía ver claramente, aunque no supiera explicarlo, que para hacer libros tan bellos era necesaria la delicada mecánica del corazón.
La otra noche vi cómo hacen los libros de Frailejón Editores. El corte minucioso de la tela que cubre las tapas, la aplicación del pegamento con un rodillo que parece de juguete, la aguja bailando entre las páginas como un pez plateado, las manos de Yuli Cadavid enhebrando, cosiendo. Puedo intuir que sus manos guardan la memoria de una melodía que experimenta variaciones sutiles en cada ejecución. De pronto sentí el impulso de cantar una nana. Yuli estaba vistiendo al hijo de mis dedos que por ahora no puedo arrullar.
La artesanía es una plegaria dicha en lenguaje de señas. El artesano confía en que algo bello nazca de sus manos, algo traído desde el lejano reino del asombro y la invención. “Para nosotros cada libro es una joyita”, me dice Yuli por teléfono. Por eso el nombre de su taller es Talante, porque la raíz semántica de la palabra significa “la mejor manera de hacer una cosa”. Cada libro que sale de su taller posee una personalidad propia, pequeñas diferencias que no se asumen como defectos.
Una se propone viajar ligera de equipaje y acaba cargando con un macuto de reprimendas. Las imágenes del taller de Yuli convocaron el recuerdo de mis cuadernos azules. ¿Adónde fueron a parar? ¿Por qué no conservé ninguno? Mi familia puso en marcha un plan de búsqueda que obtuvo excelentes resultados. Viendo la foto de un journal rescatado de las profundidades de una alacena, pude reconocer lo que ha estado escrito entre líneas durante todo este tiempo. ¿Qué me llevó a escribir esos libros siendo apenas una niña? Vuelvo a la triada de san Agustín: manos, cerebro y corazón.