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En un ensayo llamado Al pie de la cruz, el escritor James Baldwin contó cómo fue el verano en que cumplió 14 años. Baldwin nos lleva de paseo por las calles de Harlem, nos muestra lo que él veía: rufianes, prostitutas, aceras salpicadas de orina, peleas de navaja y pistola, sus amigos bebiendo whisky en las tabernas, experimentando con jeringas y llorando ante la amenaza de una cosa que no sabían nombrar. Lo que Baldwin veía con sus ojos saltones no era nuevo para él. Pero entonces, con 14 años recién cumplidos, se percataba de que su destino podía ser idéntico al de sus colegas. Baldwin tenía miedo. No encontraba ninguna razón para no acabar convertido en un criminal, y sus opciones de refugio no eran muchas. Eligió darle una oportunidad a la iglesia. Hasta se hizo predicador. Con el paso del tiempo acabaría abandonando el rebaño.
Leyendo a Baldwin una vez más —con la conveniente excusa del 94 aniversario de su nacimiento— recordé la canción de la película Mentes peligrosas, ese tema que alcanzó gran popularidad en la voz del rapero californiano conocido como Coolio. La canción se llama Gangsta’s Paradise. Coolio, que no aprendió a leer hasta los 12 años y que fue adicto a las drogas, sospecha que escribió la letra por instrucción divina. Su canción dice: “Mientras camino por el valle de la sombra de la muerte, echo un vistazo a mi vida y me doy cuenta de que ya no queda nada”, y habla de un mundo parecido al lugar huérfano de esperanzas que Baldwin describe en su ensayo. Desde diferentes épocas, Baldwin y Coolio muestran las tragedias íntimas de los guetos. Esas tragedias que la historia oficial archiva en los anaqueles de los casos perdidos, y que tantas veces encuentran un aliento nuevo en la música y la literatura.
Los primeros guetos fueron habitados por judíos. Era un sistema de segregación étnica residencial que promovieron personajes de la calaña de Adolf Hitler y el papa Pío V. Los judíos, como ocurriría después con los negros estadounidenses y con los primeros hispanos afincados en Estados Unidos, no podían adquirir propiedades fuera de los guetos. Era una aspiración que el sistema ponía lejos de su alcance. Baldwin decía que en su barrio “no había ningún medio de quitar la nube que se interponía entre ellos y el sol, entre ellos y el amor y la vida y el poder, entre ellos y lo que ellos querían, no importa lo que fuera”.
La discriminación de los barrios empieza por la estigmatización de las personas que viven en ellos. Es una estrategia que funciona con el miedo como principal aliado. A lo largo de la historia, el sistema ha empleado métodos, cada vez más sofisticados, para que los ciudadanos que ha considerado de segunda categoría —judíos, negros, gitanos, inmigrantes— se mantengan al otro lado del límite del mal. Los políticos, sobre todo en tiempos de campaña electoral, hablan de la pobreza en los guetos, de la drogadicción en los guetos, del analfabetismo en los guetos, de la insalubridad en los guetos, de la violencia en los guetos. De las argucias del sistema que los creó, y que aún los sostiene, hablan mucho menos.
Coolio buscando su salvación en un puñado de versos. Baldwin buscando refugio en la iglesia, y luego en la literatura, murmurando para sí mismo esa frase que le gustaba: “En el preciso instante en que me vi perdido, se conmovió mi celda y cayeron mis cadenas”. Me los imagino a los dos, sobreviviendo, perdiéndose y encontrándose en el valle de la sombra de la muerte.
