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Despacito y buena letra

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Sorayda Peguero Isaac
13 de noviembre de 2021 - 05:30 a. m.
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La culpa es toda mía. Excepto por algunas notas breves, mi escritura se limitaba al teclado del computador y a la pantalla del celular. La consecuencia de esa costumbre es una letra que dista mucho de la caligrafía delicada que suelen tener las hijas de maestras de escuela. Para que me entiendan mejor: piensen en una mosca mojando sus patas en tinta para luego marcarse un baile de apareamiento sobre el papel. Así de espantosa se ha vuelto mi letra. Pero no pretendo justificarme. Como les dije, la culpa es toda mía.

El otro día estuve viendo los bordados de la escritora Juliana Muñoz Toro. Maravillada por la belleza de su trabajo manual, recordé que el filósofo Vilém Flusser tenía visiones de un futuro en el que confiamos nuestras tareas a los aparatos y nos convertimos en seres manualmente inactivos. Según Flusser, la habilidad de las manos se verá gravemente afectada por la falta de uso. A los dedos, en cambio, les auguraba una agilidad creciente. Con qué, si no, íbamos a acariciar los teclados y las superficies de las pantallas.

Hubo un tiempo en el que colocábamos la palma de una mano sobre la hoja de un cuaderno. Esta mano debía mantener una rigidez de estatua, debía quedarse muy quieta y con los dedos separados. Con un lápiz seguíamos la línea de los bordes exteriores y trazábamos el contorno de cada uno de los dedos. Una mano dibujaba la otra. Una párvula mano podía crear un imperio.

Conservo una imagen clara de las manos de mi papá, ásperas y fuertes, pero bien cuidadas. Mi papá trabajó por varios años como mecánico industrial. Cuando regresaba a la casa, después de una jornada eterna, yo me lanzaba a sus brazos con el entusiasmo de una novia. Nunca le vi las uñas sucias de grasa. Se las limpiaba con esmero cada día. “El cuidado de las manos es importante —nos decía—. La gente vive y muere por las manos. Las manos nos lo dan todo”.

Las predicciones de Flusser me mueven a considerar si el romance entre los dedos y las pantallas bastará para saciar nuestra necesidad de belleza y consuelo. Labrar, caligrafiar, coser, esculpir, bordar. La danza silenciosa de las manos ahuyenta el griterío de las bestias y alivia el dolor que subyace bajo la superficie de los días. Pienso en Minerva Mirabal con las manos embadurnadas de yeso, esculpiendo de memoria la cara de su pequeña hija mientras estaba en la cárcel más temida de la dictadura de Trujillo. En las cartas que enviaba desde la prisión, Minerva pedía trabajo para sus manos: “He hecho por comprar yeso y no he podido, mándame algunas libras, no muchas, no se vayan a asustar estas gentes. Si no, mándame una tela para hacerle un vestidito bordado a Minou, la medida y una bien camuflada tijerita, pero pronto, pronto, necesito hacer algo. (…) María Teresa también quiere que le manden algo para coser, que aquí lo necesitamos tanto como la comida”. Me detengo en esa última frase: “Lo necesitamos tanto como la comida”, y vuelvo a las palabras de mi papá: “La gente vive y muere por las manos”. Pienso en la profunda soledad del coronel Aureliano Buendía y en su espera dilatada de la muerte fabricando pescaditos de oro. Pienso en Violeta Parra bordando para no enloquecer durante el largo encierro al que se sometió por culpa de una enfermedad. Por aquellos días, recuerda su hija Isabel, “Violeta bordaba sobre cualquier material: ya fueran cortinas, sábanas, cubrecamas o manteles. No era extraño llegar a la casa y encontrar una ventana sin cortinas o una cama sin sábanas. Y era Violeta bordando”.

Todas las cosas bellas que el ser humano es capaz de crear con su manos precisan de voluntad, tiempo y constancia. Ya lo decía Antonio Machado: “Despacito y buena letra: / el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas”. Tengo cinco cuadernos de ejercicios recomendados para mejorar la escritura de niños de 10 años. Algunas noches, como una beata que dice sus oraciones antes de dormir, abro un cuaderno de prácticas sobre mi mesa, sostengo el lápiz con decisión y copio las repeticiones: “Hemos visto una bandada de perdices. El Caribe es azotado por huracanes. Vi llover en el valle desde mi balcón”. Cuando empecé a practicar podía tardar una hora completando los renglones de una sola página. Era frustrante. Escribir con letra ligada me exigía una gimnasia que había olvidado por completo. Mi mano se quedaba entumecida. En esos momentos procuraba recordar que la ansiedad no solo mata el amor.

sorayda.peguero@gmail.com

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Guillermo(96269)13 de noviembre de 2021 - 04:39 p. m.
He vuelto al lápiz, a la pluma y a mi tinta verde. "Despacito y buena letra"
Guillermo(10826)13 de noviembre de 2021 - 03:27 p. m.
Extraordinaria columnista, llega a lo más profundo del ser, del alma
Ewar(6960)13 de noviembre de 2021 - 03:21 p. m.
Triste final el de mis manos que comenzaron jóvenes a caligrafiar, dibujar, hacer modelos y artesanías; a los 76 años tengo tres dedos engatillados, dos en la derecha (la más usada) y uno en la otra, consecuencia, según el ortopédico, del trabajo cuidadoso y preciso con las manos. Sorayda siempre da con uno de mis días de mi vida.
Olga(88990)13 de noviembre de 2021 - 02:34 p. m.
¡Qué forma de tejer y de apreciar! Y qué gracia poder contar con sus manos (no importa que sea sobre el teclado). Gracias.
Atenas(06773)13 de noviembre de 2021 - 02:21 p. m.
Y cuánto atinas, Sorayda, en tu tema de hoy, respecto de valiosas mujeres y su estrecho vínculo con la costura y la tesitura de tejer y de bordar. Algo parecido sostiene la escritora I. Vallejo, aurora del Infinito en un junco, y quién igual afirma cómo a través de la historia la mujer destacose en lo intelectual mientras se ocupaba de lo manual.
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