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Resulta curioso que Picasso tuviera manos de dedos finos. Cuando coloco mi mano sobre la huella de la suya, impresa en la contraportada de un catálogo, la coincidencia de las proporciones me sorprende. La complexión de Picasso no parecía la de un hombre de manos delgadas. Pero es su mano. No hay duda. Él mismo la grabó en una plancha de cobre que dividió en cuatro partes trazando una línea vertical y otra horizontal. En una de las partes hizo una composición que no aprecio a simple vista. Al lado hay un retrato de Nusch —la esposa de Paul Éluard— y en el siguiente rectángulo dibujó una cabeza de mujer dormida con un paisaje marítimo de fondo. Sin saber qué hacer con el espacio que le quedaba libre, Picasso se apresuró a entintar la palma de su mano derecha para colocarla sobre la plancha de cobre. La huella de su mano completó el cuarteto de aguafuertes que ilustró un poemario de Paul Éluard llamado La barre d’appui. La primera de infinitas colaboraciones entre los dos artistas.
He pensado en Picasso y Éluard de manera intermitente desde hace algún tiempo. El 31 de diciembre de 2022 estaba viendo el resumen del año que presenta la televisión pública en España. Como es costumbre, un actor o una actriz de renombre hace la caracterización del año que está a punto de partir. En esa ocasión fue el turno de Luis Tosar. En los primeros minutos del resumen, el actor gallego entra en el ascensor más grande que han visto mis ojos, construido en el Museo Reina Sofía de Madrid para transportar el Guernica, una de las obras más relevantes del siglo XX. Mientras el actor hacía su monólogo delante del lienzo, recordé a un investigador que asegura que Picasso no estaba pensando en Guernica cuando lo pintó.
El profesor José María Arranz dice que a Picasso no le afectó que la población vasca que le da nombre a la pintura fuera bombardeada por aviones italianos y alemanes el 26 de abril de 1937. Picasso había aceptado pintar un cuadro que representara al pabellón español en la Exposición Internacional de París poco antes de que ocurriera el bombardeo. Arranz dice que fue una jugada oportunista, que las escenas del Guernica en realidad se corresponden con momentos clave de la vida del pintor. En cuanto al nombre elegido para bautizar la obra, lo explica afirmando que fue idea de Paul Éluard. Un día, mientras trabajaba en el encargo que le asignó el Gobierno de la Segunda República, Picasso recibió la visita del poeta que, según Arranz, al ver el lienzo en el que trabajaba su amigo, exclamó: “¡Guernica!”. No seré yo quien contradiga los argumentos del profesor, pero, si Picasso había pintado cuadros antifascistas y había condenado públicamente otras barbaries de su tiempo, como el asesinato de Federico García Lorca, ¿por qué habría de reaccionar con indiferencia ante la tragedia de Guernica?
Éluard y Picasso estaban unidos por un vínculo que el poeta definió como una amistad sublime. Los poemas de Éluard dedicados a Picasso son declaraciones de afecto y “pasión admirativa”. Los numerosos retratos que el pintor hizo de su amigo y las experiencias vitales que compartieron demuestran que sus sentimientos eran recíprocos. No es extraño que fueran capaces de ver a través de los ojos del otro. Es algo que suele suceder cuando se produce una conexión profunda entre dos personas. Puede ser que Guernica estuviera en la memoria de Picasso antes de que él mismo pudiera darse cuenta. Los misterios de la creación son inescrutables. Éluard decía que debía su felicidad al hecho de vivir en el siglo que le permitió encontrarse con Picasso. En unos versos dedicados a su amigo, el poeta escribió: “Todo renace bajo tus ojos justos / Y sobre los cimientos de los recuerdos presentes / sin orden ni desorden con sencillez / Se eleva el prestigio de dar a ver”.
