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El viaje

Sorayda Peguero Isaac

23 de julio de 2022 - 12:30 a. m.

A Johnny Carter lo sacaba del tiempo. No porque lo llevara a un estado de suspensión vital. Lo que le ocurría al saxofonista de El perseguidor, el cuento de Julio Cortázar, era que la música lo introducía en un tiempo distinto: “Yo me di cuenta cuando empecé a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir así. (…) En esos momentos la hipoteca y la religión eran como el traje que uno no tiene puesto; yo sé que el traje está en el ropero, pero a mí no vas a decirme que en este momento ese traje existe”.

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Hay diferentes maneras de entrar en un ascensor. Vamos a ver si se acuerdan de esta. Para romper el envoltorio de plástico usábamos la punta de una llave, la tapa de un bolígrafo o el borde de las uñas. Fuera plástico. Abríamos la caja para sacar el librito y comprobar si estaban las letras de todas las canciones. Ese librito era como el misal que las beatas guardan envuelto en un paño. Luego, para liberar el CD de la caja, se hacía una ligera presión en el centro. Lo sujetábamos poniendo el dedo anular y el corazón en un extremo y el pulgar en el otro. Nos acercábamos al reproductor de música sin alterar en lo más mínimo la posición de la mano. Lo colocábamos suavemente sobre la bandeja. Play.

Cuando el cartero llamó diciendo que no había nadie en casa, le pedí que dejara el paquete detrás de la puerta de los contadores. “¿Y si se lo roban?”. Sabía que los dioses no iban a permitirlo. Ahí estaba, esperándome. Aunque ha pasado mucho tiempo desde la última vez, no he olvidado los pasos de la liturgia. Romper el plástico, abrir la caja, sacar el librito… Los pasos son los mismos, pero el viaje, ¡ah! El viaje nunca es igual.

El disco se llama Quien no corre, vuela. Ray Heredia lo bautizó así porque era una sentencia que su mamá repetía. Fernando Terremoto dijo que la cuestión no es que los gitanos canten mejor que los payos: “Lo que pasa es que los gitanos tiramos los pellizcos en distinto sitio”. Los pellizcos de Ray Heredia van directo a la boca del estómago.

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Algunas voces no sobrevivieron a la inundación que sufrió la discográfica Nuevos Medios a finales de los 90. El máster de la grabación de Ray Heredia se salvó. Era el sonido original del único disco que hizo en solitario. Mezcla de flamenco, rock, bolero, jazz, bossa nova. Lo grabaron de noche, en Madrid. Ray Heredia interpretó y escribió la mayoría de las canciones. También tocaba el teclado, la guitarra eléctrica y la española, el piano y la percusión. Su amigo Agustín Carbonell, el Bola, lo acompañó a comprar el traje que luce en la foto de la carátula: un gitano de 27 años vestido como si perteneciera a la Corte de Luis XVI.

La canción que nombra el disco tiene la gracia de la improvisación caribe. Sabrosa para bailar y cantar a viva voz. Tiene el saxofón brujo de Jorge Pardo y un coro flamenco que repite el estribillo de Maquino Landera, ese pegadizo juego de palabras que inspiró al boricua Ismael Rivera y que inventó su mamá, doña Margot, pensando en los muchachos que pasaban por la calle Calma de Santurce fronteando con sus fabulosos carros.

El tema que más me gusta es el primero de la lista, Alegría de vivir. En el minuto 1:55 hay un toque de guitarra delirante. Los versos terminan en vocales que se prolongan en ondas ascendentes. Frases sencillas que hablan de una alegría esquiva que se busca por dentro y por fuera, que se recuerda con la memoria de la emoción. A veces se encuentra al lado de alguien. No se queda mucho tiempo. Un ratito nada más.

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Ray Heredia desapareció días después de que saliera este disco. Su mujer iba preguntando a los colegas: “Díganme la verdad, ¿está con otra?”. Los amigos no se inquietaron. Eran bohemios de linaje calé. En el Madrid de 1991 las noches pedían prórroga hasta que cantara el pez tigre. Pasaron dos días, o tres. Dijeron que habían encontrado a un chico muerto en el barrio de La Celsa. Su cuerpo estaba al pie de un árbol. Tenía veneno en las venas. El nombre y el apellido que dieron no coincidían con los de Ray Heredia, pero su cara sí.

sorayda.peguero@gmail.com

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