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Sorayda Peguero Isaac
03 de septiembre de 2022 - 05:30 a. m.
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Cuando te pedí que nos detuviéramos a mirar nuestro reflejo en el escaparate de la librería, sonreíste con ese gesto de ternura que a veces suscitan los niños y los viejos. “¡Míranos! ¿No te parece increíble que estemos juntos?”. Un haz de luz nos atravesaba la cara. Tú hablabas con lentitud, mostrando cierta dificultad para coordinar las ideas. Dijiste que en las mañanas el efecto de las pastillas te nubla la cabeza y en el desayuno tus palabras sonaron hirientes: “Mi mente está intentando matarme”.

Esa tristeza profunda tiene un nombre que ahora no quiero invocar. Digamos que es la ausencia temporal de la alegría de vivir. La alegría de vivir es una sustancia intransferible. Tiene que estar dentro de uno para que alguien más pueda reforzarla. Por eso me siento impotente y, por eso, parafraseando el enfado de Cortázar con Pizarnik, hay días en los que te bajaría los pantalones para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo. No sabes cómo entiendo a ese hombre. Mientras lo pienso, te quejas de una decepción reciente: “¿Te traigo a desayunar al mejor sitio de Bogotá y solo pides fruta?”.

Aunque no me atreva a definirla, soy capaz de reconocerla. Percibo su presencia en un ambiente o en el talante de alguien que se cruza en mi camino. La alegría de vivir está por encima de la escasez y de las pequeñas desgracias. No es inmune al dolor, pero puede convivir con él. No le interesan nuestra ansiosa búsqueda de consuelo, los excesos ni el lujo. Se complace con bagatelas que encontramos y perdemos con facilidad.

¿Te hablé de una foto que hizo Martin Munkácsi en 1930? Es un retrato de tres niños que corren al encuentro del lago Tanganica. La espuma alzándose sobre sus cuerpos desnudos. La coreografía perfecta de tres pares de pies que dejan su rastro festivo en la arena. Las risas que se intuyen mezcladas con un antiguo rumor de olas. Ese instante tiene todo lo que no puedo darte. Y es tan simple, está tan al alcance de las manos… De tus manos. Sé que también has estado ahí. Ningún ser humano permanece ajeno a las cosas de este infierno. Tampoco a las cosas de este cielo.

sorayda.peguero@gmail.com

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