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Estrellas en la mugre

Sorayda Peguero Isaac
15 de mayo de 2021 - 03:00 a. m.

Petr Ginz hizo un diario con el papel que su hermana Eva le regaló por su cumpleaños. En las primeras páginas, después de anotar la fecha, Petr describía el clima: “Lunes, 22 de septiembre de 1941. Por la mañana una niebla espantosa, por la tarde bueno”. Después escribía lo que había hecho a lo largo del día, cosas de muchachos: las tareas del colegio, jugar a las carreras de barcos con su amigo Harry Popper, sacar un libro de la biblioteca o visitar a su abuela. Petr vivía en Praga. Era delgado, tenía los ojos muy azules y un mechón de pelo que le caía con gracia sobre la frente. De pronto, sin que mediara en el asunto un ápice de sentido común, tenía prohibido comprar fruta, viajar en el vagón delantero de los tranvías y pasear por la ribera del río Moldava.

Una mañana de 1942, Petr se dirigió al taller en el que trabajaba limpiando máquinas de escribir. “No crean que limpiar una máquina es cosa fácil —decía—. No es lo mismo limpiar que «limpiar». Para que una máquina reluzca por fuera y por dentro hay que quitarle el carro y hurgar con el pincel hasta en los rincones más ocultos. Después hay que repasarla con el compresor de aire. Lo más complicado es el espacio que está debajo de las palancas. Y eso varía en cada tipo de máquina”. Petr acababa de limpiar dos máquinas cuando le dijeron que fuera al número 21 de la calle Norimberska, al Departamento Jurídico. Era parte de su trabajo: “Cada dos semanas íbamos a revisar máquinas a todos los distritos de la ciudad, a ver si necesitaban una limpieza”. Una vez en el Departamento, mientras el chico estaba concentrado en su tarea, alguien llamó por teléfono desde el taller para avisar que debía volver a su casa cuanto antes. Su nombre estaba en la lista de personas que abordarían el próximo “transporte”.

A la señora Ginz le bastó con escuchar la palabra “transporte” para ahogarse en un llanto desesperado. ¿Cómo era posible que su hijo se marchara en uno de esos trenes que se llevaban a los judíos a lugares de los que pocas veces regresaban? ¿Qué sería de su pequeño? ¿Quién cuidaría de él? Con apenas 14 años, Petr fue destinado al gueto de Terezín, una ciudad fortificada ubicada a 65 kilómetros de Praga. Los nazis lidiaban con una escasez de cámaras de gas que entorpecía eso que llamaban “la solución final de la cuestión judía”. Mientras ampliaban la capacidad de su sistema de exterminio —construyendo más cámaras de gas y más hornos crematorios—, enviaron a algunos judíos a guetos provisionales que funcionaban como lugares de paso: antesalas de la muerte.

A Petr le dijeron que escogiera los juguetes que quería llevar en su equipaje. Eligió su diario y folios de papel. Para hacer grabados, llevó linóleo y cuchillas, cuero para encuadernar, un par de acuarelas y la novela en la que estaba trabajando: El sabio de Altai. “Añadí amorosamente aquellas cosas al equipaje y espero que no se me eche en cara que temiera por ellas más que por el resto”. Desde los ocho años y hasta los 14, el joven Petr —gran admirador de Julio Verne— escribió cinco novelas.

Petr y otros internos de Terezín consiguieron burlar la vigilancia de los nazis y organizaron una biblioteca secreta. Nuestro vivaracho escritor devoraba las obras de Oscar Wilde, Honoré de Balzac, Charles Dickens, Jack London y Thomas Mann. Su entusiasmo por la literatura no se doblegaba ante la crueldad. Además de mantener su fiebre de ávido lector, fue fundador, director y asiduo colaborador del semanario Vedem, una revista que editaba con sus colegas y que circulaba de forma clandestina en Terezín. En este tramo de la historia me atrevo a adivinar lo que ustedes están pensando. El mismo Petr se lo preguntaba: “¿Acaso puede existir en semejantes madrigueras subterráneas algo más que el simple instinto animal de satisfacer las necesidades corporales?”. Antes de morir asfixiado por el gas de Auschwitz, el mismo Petr respondió: “¡Y sin embargo es posible! La simiente de una idea creativa no perece entre el barro y la mugre. Brota incluso allí y florece como una estrella refulgente en medio de la más profunda oscuridad”.

sorayda.peguero@gmail.com

 

Francisco(82596)16 de mayo de 2021 - 12:27 a. m.
Las estrellas no florecen, solo brillan. Pero eso ya es mucho. Gracias
  • Álamo(88990)16 de mayo de 2021 - 04:10 a. m.
    Bueno... Francisco, a veces es mejor Sinfrasco: libre, como Sorayda. Recuerde el cuento aquel: Érase una flor que soñaba ser estrella... tan fuertemente soñó, que la estrella ¡floreció!
Alberto(3788)15 de mayo de 2021 - 11:23 p. m.
Hermosa y conmovedora página. Muy bien escrita. Gracias, Sorayda Peguero.
Jota(18886)15 de mayo de 2021 - 08:08 p. m.
Muy linda historia Gracias
Adrianus(87145)15 de mayo de 2021 - 04:58 p. m.
Que bonito mensaje de ánimo en estos momentos difíciles pero del cual saldremos librados para bien del país social y político. Necesitamos hacer un giro en la historia de esta Nación.
UJUD(9371)15 de mayo de 2021 - 04:48 p. m.
Y aquí los derechos y sueños de nuestros jóvenes como Petr , los acalla el Esmad y los "acompaña" el ejército de los 6.402 asesinados, por orden de otro tenebroso matarife ...
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