Doblan las campanas de la iglesia por la muerte del padre. Se vislumbran los gruesos muros de la casa, las sillas de enea, la habitación blanca en la que arde el calor del sur. Cuando se alza la cortina de terciopelo rojo, se cumple lo que decía Federico García Lorca: “El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana”. Por la puerta principal entran la viuda y sus cinco hijas. Tienen las caras cubiertas con mantillas de negro encaje. Entre sus manos sudorosas, como escurridizos peces de río, los amuletos del duelo: un rosario y un abanico. “¡Silencio!”, es la primera palabra que sale de la boca de Bernarda.
Lee este contenido exclusivo para suscriptores
La madre que las parió
02 de octubre de 2021 - 05:30 a. m.