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Estoy lavando platos, cubiertos, una ensaladera, cuatro copas.
El golpeteo del agua cae intermitente sobre el fregadero. Desde los altavoces del televisor —en la sala contigua—, escucho la voz de Jorge Valdano, hablando con entonación casi poética: “Existe un fútbol distinto. Un fútbol capaz de cambiar las cosas que toca. Todo lo que toca. Capaz de transformar a un hombre que corre, en un bailarín”. Por el efecto “cocktail party”, esa capacidad que tiene el cerebro de elegir un sonido entre varios, ya no escucho más la voz de Valdano, ni el golpeteo del agua. Escucho la música de fondo. Nada más.
Dice José Antonio Abreu, maestro compositor, fundador del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, que la música es “el último extremo, la máxima expresión del hombre para alcanzar el mundo sublime, indescriptible, invisible, por eso no se puede ver, ni palpar”. Si existe algo capaz de transformar todo lo que toca, capaz de convertir a un hombre que corre en un bailarín y a una mujer que friega platos en una ninfa que levita, es la música.
En Cateura, la ciudad que ampara uno de los vertederos más grandes de Paraguay, suenan melodías como la Quinta sinfonía de Beethoven, El humahuaqueño de Edmundo Zaldívar, Yesterday de Paul McCartney o Nothing else matters de Metallica. Tenedores, latas y palés de madera se convierten en guitarras, tambores y violonchelos que nacen como flores desertoras de un vientre pestilente. Sus ejecutantes son los niños y jóvenes que integran la Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura. Pertenecen a una comunidad donde, todos los días, cientos de personas bucean en un mar interminable de residuos sólidos. Recolectan y reciclan basura. De eso viven.
Favio Chávez lleva la batuta. Además de músico, es técnico ambiental. Llegó al vertedero en el 2006 para capacitar a la comunidad en el tratamiento de residuos. Chávez dice que “no tener nada no es excusa para no hacer nada”. La orquesta de Cateura superó obstáculos y prejuicios. Fue avanzando con pasos lentos, pero constantes. Pasos que la han llevado hasta el Palau de la Música Catalana, al Teatro Real Carré de Ámsterdam y al Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo de Bogotá. Y así, a más de 30 ciudades del mundo.
En una entrevista que ofreció al diario El País, el maestro Abreu afirmó que “cualquier muchacho de un barrio marginal, sometido a las tensiones de la violencia, la inseguridad, el asesinato, el robo, puede elegir tocar un instrumento como algo intrascendente. Pero la mera presencia de ese instrumento en la casa puede volverse fundamental y cambiar su vida”. Juan Manuel Chávez es uno de los jóvenes integrantes de la orquesta de Cateura. Cuando se presenta ante una cámara, después de decir su nombre, apodo y edad (19), añade con realce: “Y toco el chelo”.
La música que silenció el sonido del agua y la voz de Valdano, y todo, es una versión de Lisztomania (un tema de la agrupación francesa Phoenix), orquestada y adaptada por el compositor estadounidense Roger Neil para la serie Mozart en la jungla. Y vino como un rayo, a darle la razón a Nietzsche: “Sin música, la vida sería un error”.
sorayda.peguero@gmail.com
