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La otra miseria

Sorayda Peguero Isaac

14 de febrero de 2016 - 09:00 p. m.

Jean-François Chevrier dice de él que convierte el sufrimiento ajeno en arte.

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Ingrid Sischy decía que su manera de embellecer la tragedia fortalece la pasividad de los espectadores. Susan Sontag le hacía un reproche similar: “La gente, cuando ve una de esas fotos, tan sumamente bellas, sospecha”. Es una reprobación frecuente a la obra de Sebastião Salgado. El fotógrafo brasileño ha respondido a estas críticas en varias ocasiones.

Una noche de octubre de 2014, en Barcelona, en la conferencia inaugural de la exposición Génesis, Salgado volvió a tocar el tema. Durante el turno de preguntas, una mujer quiso saber: “¿Qué respuesta darías a la gente que dice que trabajos como el tuyo son una estetización de la miseria?”. Salgado respondió: “Vivir en una sociedad protegida como la de aquí, con asistencia social, con educación garantizada, vivienda garantizada —se escucharon murmullos, no todo el auditorio estuvo de acuerdo con esta parte—, puede dar la impresión de que así es la vida normal del mundo. No es así. La gran mayoría de la gente que habita el planeta vive de una manera muy distinta, y no es por esto que vive en la miseria. La miseria es otra cosa”.

Salgado habló de una miseria discreta, “civilizada”. Una miseria que no ofende: “¿Sabe? El otro día, cerca del edificio donde tenemos nuestro estudio de fotografía, en París, una viejita muy simpática, que siempre estaba por ahí, desapareció. No la vimos más. Cerca de la puerta de su casa empezó a notarse un mal olor. Llamaron a los bomberos, que rompieron la puerta y descubrieron que llevaba 15 días muerta. Esa es la verdadera miseria, la ausencia total del sentir comunitario”.

Mientras Salgado hablaba de París, yo recordaba la imagen de un cartel que vi en la parada del metro de Plaça de Catalunya. Había una mujer en una habitación lúgubre, de pie, mirando detrás de una ventana larga y estrecha. Tenía el pelo claro y surcos profundos en la cara. Llevaba un cárdigan azul marino y pantalón sastre. “Nunca pensé que lo peor de hacerse mayor fuera la soledad”, decía en la parte superior del cartel. Más abajo, en letra pequeña, se leía: “Concepció, 92 años”. Un recuadro amarillo instaba a enviar un SMS, por valor de 1,20 euros, con la palabra “amistad”. No pedían agua, ni comida, ni medicinas, ni techo. Pedían una energía necesaria y transferible: “calor humano”. Era una campaña a favor de Amics de la Gent Gran (amigos de la gente mayor), una asociación de voluntarios que ofrece compañía a personas de edad avanzada que viven y se sienten solas.

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Los barrios de Barcelona ya no lucen como en las canciones de Serrat. En los Estados del bienestar, los vínculos humanos son cada vez más precarios. Y son ellos, los más viejos, los primeros en darse cuenta de que en el camino a la modernidad se pierden valores importantes. “Yo no tengo preocupación porque la gente diga que mi trabajo es una estetización de la miseria —concluyó Salgado aquella noche—, porque yo nunca he fotografiado la miseria, no como yo la interpreto. La miseria, para mí, es el individualismo, el egoísmo, el egocentrismo; esa es para mí la miseria”.

sorayda.peguero@gmail.com

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