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Entonces apareció JC diciendo que debía ver esa película. Al escuchar el título pensé que se trataba de una alabanza optimista al estilo hollywoodense. La película recomendada por mi amigo resultó ser una pieza teatral escrita por dos británicos, el dramaturgo Duncan Macmillan y el actor Jonny Donahoe. Every Brilliant Thing ha sido representada infinidad de veces en teatros de todo el mundo. La versión cinematográfica, traducida al español con el título Todas las cosas brillantes, fue protagonizada por el mismo Donahoe. El monólogo empieza cuando un niño de siete años se sorprende ante el hecho de que su papá vaya a buscarlo a la escuela. Todos sus compañeros se habían marchado a sus casas, de hecho, era casi de noche. El niño, que está acostumbrado a la puntualidad de su madre, se sube al carro y comienza a bombardear a su papá con una retahíla de porqués que desembocan en la fatal noticia:
—¿Puedes ponerte el cinturón y punto?
—¿Por qué?
— Porque vamos al hospital.
—¿Por qué?
—Porque mamá está allí.
—¿Por qué?
—Porque se ha hecho daño a sí misma.
La madre rechaza la idea de que su hijo entre a la habitación. El niño se sienta a esperar en un pasillo, donde una pareja de ancianos le regala un chocolate. En ese preciso momento, empieza a escribir una lista. Escribe frases muy diversas: el color amarillo, las montañas rusas, las cosas con rayas, los chocolates. Cada una de las frases lleva un número asignado y un propósito: recordarle a su madre que aún existen cosas por las que merece la pena vivir.
Aunque la película trata temas tan serios como la depresión y el suicidio, el sentido del humor de Donahoe salva a los espectadores de ahogarse en un charquito de lágrimas. El monólogo mantiene un equilibrio entre el drama y la comedia, un reflejo del auténtico teatro de la vida.
No seré yo quien les revele si el ejercicio, lleno de ternura y amorosa intención, obtuvo el resultado esperado. La lista siguió creciendo durante años, eso nos permite apreciar el impacto del tiempo en la mirada del niño, que se convierte en adulto bregando con la búsqueda de su sentido vital y sufriendo las duras consecuencias de crecer.
La práctica del personaje creado por Macmillan y Donahoe me sirvió de excusa para involucrar a mis amigos en la escritura de una lista de cosas que elevan la calidad de sus existencias, cosas pequeñas y muchas veces infravaloradas, pero brillantes, extraordinarias o maravillosas. La conexión entre la mano y el cerebro aumenta la capacidad de concentración, así que les pedí que me enviaran una foto del manuscrito, no una redacción hecha en el teléfono y a toda prisa para salir del paso.
Lo que empezó como un juego se convirtió en una reflexión sobre saber distinguir qué necesitamos y qué hemos asumido como importante para complacer las expectativas de los demás. Pensamos en ese niño de siete años que espera a que su madre pueda recibirlo. Qué pronto le tocó afrontar la desgracia. ¿Un chocolate será suficiente? ¿Lo serán el color amarillo, las cosas con rayas o las montañas rusas? Sabemos que ninguna de esas cosas obrará el milagro de transformarlo todo, pero también sabemos –por experiencia y por mucho que una parte de nosotros insista en ignorarlo– que esas pequeñas cosas son el único refugio posible mientras amaina el temporal.
