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Sorayda Peguero Isaac
05 de julio de 2025 - 05:05 a. m.
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París, 9 de marzo de 1922

Querida Françoise,

Mi espíritu deportivo yace sin esperanzas sobre la lona de un ring. La culpa de todo la tiene Hemingway. Al enterarse de que Adrienne y yo desconocíamos las reglas de cualquier deporte, se ofreció a instruirnos en la teoría y la práctica del boxeo.

Gracias a su afición y a su trabajo como corresponsal de deportes para un periódico de Toronto, Hemingway ha adquirido buen dominio del tema. Así que llegamos con altas cuotas de ignorancia y entusiasmo a un patio trasero de Ménilmontant. El ring era tan pequeño que Adrienne no pudo contener la risa. Podría decirse que fue la primera lección de esa noche: no subestimes un ring enclavado en un barrio de hombres rudos.

Hemingway reprendía a los boxeadores desde uno de los bancos sin respaldo que estaban colocados frente al ring. Ahora se sentaba. Ahora se ponía de pie. Ahora daba media vuelta y regresaba a la posición anterior. Ahora se sujetaba la cabeza con ambas manos. Cuando uno de los púgiles empezó a sangrar profusamente, le rogamos que subiera al ring para que detuviera de inmediato aquella barbarie. En medio del griterío, solo llegó a decirnos que conserváramos la calma, que no eran más que golpes leves.

Nos hemos acostumbrado a pensar en la rudeza como un rasgo propio del temperamento masculino. Es mucho más que eso. Algunas circunstancias abonan el terreno en el que se forja nuestro carácter. Tras la muerte inesperada de su papá, Hemingway tuvo que abandonar la escuela para ocuparse de su madre y sus hermanos. Obtuvo sus primeras ganancias a puro golpe. El primer dinero que ganó en su vida fue el pago por una pelea.

Según lo establecido en el reglamento, existen acciones ilegales y áreas del cuerpo que no deben ser golpeadas durante un combate. Los golpes bajos –por debajo de la cintura–, los mordiscos, los empujones, las patadas y los cabezazos están prohibidos. Si cometen una de estas faltas, los boxeadores pueden ser descalificados y perder definitivamente la pelea. Las heridas suelen ser provocadas por los impactos que sufren en las cejas y la nariz. Me parece increíble que un ser humano pueda perder tanta sangre y permanecer de pie.

En el último combate de la noche, uno de los púgiles derribó al otro con un gancho contundente. La imagen del pobre hombre, tumbado sobre la lona sin mostrar signos de consciencia, nos provocó gran impresión. Sin embargo, cuando el árbitro empezó el conteo, Adrienne y yo nos unimos a la exaltación del público: ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve! ¡Dieeeeez!

Tras el veredicto, unos hombres saltaron por encima de las cuerdas. Increpaban al árbitro diciendo que el moribundo se había movido en mitad del conteo. Empezaron a lanzar objetos por los aires y a pegarse los unos con los otros. Salimos corriendo como almas que lleva el diablo. Escuchábamos la voz de Hemingway gritando nuestros nombres con tono de desaprobación. Al final no le quedó más remedio que correr detrás de nosotras. Nos dio un largo sermón sobre el modo de actuar en caso de disturbios y, como si fuéramos niñas, dijo que lo pusimos en un aprieto porque se sentía responsable de nuestra seguridad. Después, mientras esperábamos el metro en la estación de Pelleport, soltó la risa más estruendosa que haya escuchado nunca. “¿A dónde demonios creían que iban?”. Adrienne y yo nos miramos sin saber qué decir.

¿Aquel que se reía era el duro hombretón de Chicago o un niño de pantalón corto que celebraba una travesura? Hemingway tiene la virtud de ser ambas cosas a la vez.

Con cariño,

Sylvia

*Dos años después de que Sylvia Beach abriera Shakespeare and Company en París, Françoise Frenkel inauguró La Maison du Livre Français en la capital de Alemania. No tengo constancia de que existiera una amistad entre las dos mujeres. Me he servido de la ficción para crear un epistolario basado en sus experiencias como libreras y en sus recuerdos sobre algunos de los artistas más destacados del siglo XX.

sorayda.peguero@gmail.com

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Gustavo Durán(k19hc)06 de julio de 2025 - 12:50 p. m.
Felizmente noqueado por tu pluma, desde el suelo de ese minúsculo cuadrilátero solo puedo decir: Gracias.
Álamo(88990)05 de julio de 2025 - 08:22 p. m.
Ah, delicioso golpe este...
luis german sierra jaramillo(18551)05 de julio de 2025 - 03:35 p. m.
Deliciosa crónica. Gracias.
Atenas (06773)05 de julio de 2025 - 01:42 p. m.
Sorayda, qué grata imaginación la tuya y en la q’ hoy te nutres con ciertos pasajes de la vida del inconmensurable E.Hemingway, quien siempre llevó su vida in his own way, a su manera. Atenas.
  • Gines de Pasamonte(86371)05 de julio de 2025 - 07:52 p. m.
    ¡Cómo me divierten las pataletas de este anciano de atenitas! ¿No sientes un mínimo de pudor ante la periodista, imbécil? Siempre vienes por lana y ya sabes cómo sales, tontico, jeje.
  • Atenas (06773)05 de julio de 2025 - 05:42 p. m.
    Yines de P.... ecueca, en su desespero por sacarse una de las tantas espinas q' a diario le pego, no sabe qué más sandeces escribir, y ya más no puede exprimir su escaso cacumen. Atenas.
  • Gines de Pasamonte(86371)05 de julio de 2025 - 02:21 p. m.
    Noooooo, atenitas. ¿Qué haces por aquí cabrón? Como dirían los “manitos”. ¿Prodigando sabiduría con tus “sesudos” comentaretes, jajajajajaja? Lo tuyo son las vaselinas, sodomías y afines viejecito mariposón. ¡Toca la campana, te poposiaste de nuevo! ¡Sorry, imbécil!
@;-)=B:-(=(4444)05 de julio de 2025 - 01:22 p. m.
Mil gracias!
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