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Hay que ponerse dramático: si hay niños, deben tener figuras esqueléticas, miradas perdidas, un puñado de moscas siguiéndolos a todas partes y barrigas muy hinchadas.
Situar un grupo de personas en un campo de refugiados, mostrando un cuadro perturbador de inanición y desamparo, servirá. Los hombres deben vestir el atuendo típico de una tribu: mursi, dinka, masai o zulú. Cuanto más exóticos, mejor. Deben parecer seres vacíos, sin pasado, sin fuerzas para luchar, sin maña para bregar con problemas cotidianos. Algo fundamental: si usted va a escribir sobre África, no mencione que es un continente que tiene 54 países, más de 1.000 millones de habitantes y casi 2.000 lenguas autóctonas. Ahórrese el dato. Si se propone escribir una novela, un ensayo o un artículo periodístico sobre África, y no quiere correr el riesgo de desconcertar a sus lectores, adquiera un tono compasivo. Hable de un país homogéneo, desgraciado y ansioso de ser salvado, siempre. Olvídese de los temas tabú: “las escenas domésticas cotidianas, el amor entre africanos (a menos que haya una muerte de por medio), las referencias a escritores o intelectuales africanos, los niños que van a la escuela, que no tienen bubones o ébola ni han sufrido mutilaciones genitales”. Así lo aconseja el escritor keniano Binyavanga Wainaina en su artículo “¿Cómo escribir sobre África?”, publicado en 2005, en el número 92 de la edición británica de la revista Granta.
El texto de Wainaina revolucionó las redes sociales. Cuatro años después ocurrió lo mismo con El peligro de la historia única, el video de la charla presentada por la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie en una conferencia TED. “La historia única crea estereotipos —explicaba Adichie en su disertación—, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos. Hacen de una sola historia la única historia”. No es difícil escribir sobre África, hablar sobre África, sin servirse de prejuicios. Casi todas las historias que pretenden mostrarnos el continente africano —sobre todo África subsahariana—, las referencias que han alimentado nuestra memoria cultural durante años, nos hablan de hambrunas, epidemias y guerras. La imagen estereotipada de siempre.
“La representación de África en los medios tradicionales occidentales es la típica de la pobreza. ¿Qué ocurre? ¿No hay espacio para otra interpretación? ¿Por qué la mujer africana siempre tiene que ser sinónimo de pobreza, del sida y la salud materna? ¿Por qué no puede la mujer africana ser sinónimo de riqueza, de independencia y de glamour?”. Pregunta Nicole Amarteifio —ghanesa, creadora de la serie online An African City, inspirada en la estadounidense Sex and the City—. En una entrevista ofrecida al magazín Wiriko, Amarteifio reconoció que afrontó dificultades para manejar las críticas que señalan su atrevimiento: dinamitar los tópicos contando la historia de cinco mujeres de ascendencia africana, de clase media, solteras, independientes y glamorosamente vestidas.
La exposición Making Africa, abierta al público en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), reúne las creaciones de más de 120 artistas africanos. Cyrus Kabiru es uno de ellos. Para el escultor y pintor keniano, el arte es un modo de rebeldía y una razón para vivir, su razón: “No puedo vivir sin hacer lo que estoy haciendo. Sin arte no hay vida”. Por las mañanas, desde que era niño, lo primero que Kabiru veía frente a su casa era un gran basurero: los residuos de Nairobi eran arrojados en su barrio. Por eso el artista construye sus esculturas con basura, la materia prima que siempre tuvo al alcance de sus manos. Su colección de gafas esculturales, llamadas C-Stunners, también está elaborada con residuos. No son gafas convencionales. Nadie pasaría desapercibido llevando uno de sus modelos. Son atrevidas y estrambóticas, como de otro mundo. Las gafas de Kabiru, los libros de Binyavanga, los de Adichie, la serie de Amarteifio, el trabajo de una nueva generación de artistas africanos, tiene un propósito valioso y consistente: mostrarnos perfiles de África que no conocemos. Enseñarnos a mirarla de un modo distinto.
sorayda.peguero@gmail.com
