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¿Y si el símbolo del pecado original fuera un guineo y no una manzana? Euell Gibbons decía que algunas tradiciones antiguas creían que la humanidad fue expulsada del paraíso por culpa de una variedad del plátano. El antropólogo también decía que en los tiempos de las Cruzadas, cuando los soldados probaron el plátano dulce por primera vez, compararon su sabor con una fruta del árbol del manzano que llamaron “manzana del paraíso”. Gibbons señala esta confusión como la causa de que se nos presenten imágenes de Eva ofreciéndole una manzana a Adán. Otros estudiosos aseguran que la Biblia no se refiere a un fruto en específico y que lo de la manzana se trata de un error de traducción cometido por San Jerónimo.
He estado pensando en intervenir la pintura de Adán y Eva en el Paraíso terrenal, la obra de Tiziano que se exhibe en el Museo del Prado de Madrid. Haciendo una mínima alteración sobre una copia de la imagen, y usando la técnica del collage, conseguiré que el árbol de manzanas se convierta en una mata de plátano, dándole a la obra un toque tropical que el mismísimo Tiziano aprobaría. Para tales fines, las manzanas del cuadro tendrán que ser sustituidas por una variedad del plátano en particular. Tengo entendido que se trata de una familia extensa, con más de mil variedades. En este caso, sería la que en algunos países se conoce como banana o guineo, dulce y lista para comer al instante, distinta en tamaño y sabor a la variedad conocida como plátano verde o macho que, como todos sabemos, requiere de un método de cocción.
Después de ser destronada de la simbología universal, a la familia del plátano le aguardaba un reconocimiento más humilde, pero no menos brillante. Muchos recordamos las imágenes de aquel día. Durante la celebración del Clásico Mundial de Béisbol de 2013, el jugador Fernando Rodney apareció en el estadio con un plátano verde, mostrándolo ante el público como si fuera un escudo de gemas preciosas. Con su gesto, Rodney quería revelar que su poder como lanzador, y el poder de todas las grandes estrellas del béisbol dominicano, no es solo el resultado de una férrea disciplina. El secreto está en el “plátano power”.
El “plátano power” es un efecto que se consigue consumiendo las diferentes preparaciones criollas del plátano verde. “¿Cuántos plátanos me tengo que comer yo para poder lanzar como tú?”, llegó a preguntarle un periodista. Rodney es capaz de lanzar una pelota a 95 millas por hora. “Esa es la motivación del dominicano nacido y criado allá –respondió el pelotero–. El plátano es un nutriente que nosotros podemos hacer en mangú, con huevo, lo podemos hacer frito, en tostones o en pastelón. Yo creo que tú, con esas tres combinaciones, tienes el chance”.
En los extraños días del confinamiento, solía vagar por los pasillos del supermercado como alma en pena. Por si no lo han notado, soy dominicana, y resulta que el plátano, que llegó a América en 1516, hizo su entrada al continente por la puerta de Santo Domingo, entonces conocida como La Española. El fraile Tomás Berlanga, a quien no le tendremos en cuenta cualquier travesura que haya hecho y a quien bendecimos por los siglos de los siglos amén, lo trajo probablemente desde las islas Canarias. El plátano no solo forma parte de mi dieta desde que tengo uso de razón. Sin un consumo regular de tostones, mi salud, tanto física como mental, empieza a mostrar síntomas de decadencia.
Uno de esos días, ya en estado de franca desesperación, llegué a identificar tres tristes plátanos en un supermercado de Barcelona. Mientras me aproximaba al objetivo, detecté una presencia inquietante. Parecía tan desesperado como yo, tan ansioso como yo, tan caribeño como yo. Ese detalle no hacía más que empeorar las cosas, porque, si se agotan las reservas de plátano en la sangre, un ser humano nacido en nuestra región puede obviar la diferencia entre reivindicar un derecho y cometer un delito.
El hombre se acercaba desde el otro extremo del pasillo a un ritmo cada vez más acelerado. Sin duda, se dirigía al mismo estante. Lo miré. Me miró. Aprovechando que estaba cerca, y sin perder de vista a mi oponente, me aventuré a dar una zancada. Los tres tristes plátanos eran míos. Luego lo pensé mejor y consideré que dos plátanos bastarían para restablecer mis carencias. Lo alcancé en el pasillo de los lácteos y le ofrecí el fruto de la musa paradisiaca.
