Era un domingo por la tarde. Dos veces festivo. Se celebraba la Fiesta Mayor de la ciudad. Pau Donés estaba sentado con unos amigos en la terraza del Tapa i Apat. Tenía el pelo recogido en la nuca y algunos mechones cayendo al descuido sobre su frente. Se supone que debía acercarme para decirle que la de los 40 kilos de salsa era yo. Las muchachas me prometieron el reino de todas las delicias a cambio de mi atrevimiento. Decliné la oferta alegando que el acento cubano no se me da bien y acepté mi reprimenda con humildad: “Es posible que las buenas no vayan al cielo, pero las pendejas… esas no verán la cara de Dios”.
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Solo mirar puede ser satisfactorio. Un gesto tan simple como disfrutar de los ojos sin ponerlos al servicio de un propósito puede convertirse en un regalo para la memoria. En ese momento, Pau Donés era un hombre joven y atractivo. Para mí era más que eso. Si alguna vez presumí de ser flaca, en un ambiente caribeño que celebraba las curvas notables, fue por la gracia de su canción más popular. Una gracia compartida con Alsoris Guzmán, la cubana a la que Pau Donés le hubiera dado todo por un beso.
Conocemos la frase de Gabriel García Márquez que dice que “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”. Alsoris Guzmán tiene dos espinas con el nombre de Pau Donés: que después de entregarle un sobre con la letra de La flaca no volviera a buscarla y que algunos de sus recuerdos del tiempo que pasaron juntos no coinciden con los de él. Asegura que entre el músico catalán y ella no hubo más que una amistad. Que eran muy jóvenes, que él era muy tímido, que apenas hubo un beso huidizo cuando viajaban por Cuba en una guagua.
En ocasiones la mirada deviene en un gesto. Y quién sabe a dónde nos puede llevar ese gesto. Era el primer día de Pau Donés en La Habana, la primavera de 1995 en las islas de nuestro perpetuo verano. Cuando Alsoris Guzmán apareció en La Tasca con su vestido de gasa roja, los muchachos de Jarabe de Palo estaban saliendo de la discoteca. Él se quedó mirándola impresionado: “Una diosa, eso es lo que era”. La diosa del vestido rojo perturbó su cabeza. Resultó muy conveniente que la banda necesitara una modelo para filmar un video. Regresaron a La Tasca cada noche hasta que la flaca volvió a cruzarse en su camino. Ella aceptó ser la modelo que buscaban y se convirtió en la musa inesperada de Pau Donés.
El tiempo siempre cumple su promesa inexorable. La flaca se marchó a Italia. Es madre de un niño. Ha ganado algunos kilos y algunos años. Pero para los suyos sigue siendo la flaca. Siempre lo fue. Trabaja como camarera en una trattoria. Algunas noches, si hay suerte, canta sones cubanos en el mismo restaurante. Hay una espina que no podrá quitarse. No volverá a ver a Pau Donés. Las noches en La Tasca, la habitación de un hotel ruinoso, el aroma del salitre entrando por la ventanilla de la guagua, La Habana, el beso. Cuando el tiempo rompe el velo de infinitud que cubre la retina de los jóvenes, huye con la mirada asombrada de las primeras veces. De los días pasados quedará la vida como uno la recuerda, el testimonio caprichoso de la memoria que a veces es una canción que seguirá sonando aunque no estemos.