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En el interior del túnel huele a humedad. Las ramas de los helechos le hacen cosquillas en las piernas. De vez en cuando escucha una voz que parece aproximarse a lomos de un caballo, un eco que se apaga sin que logre comprender todo lo que dice. Sus ojos no se acostumbran a la negrura y sus pies son torpes. ¿Habrá caído la tarde? ¿Estará blanca la luna? ¿Cuántas estrellas habrán atravesado el velo de la noche? Aquí abajo no se ve nada. Antes de poner un pie delante del otro, se queda quieta un instante, esperando que una fuerza superior le indique a dónde lleva este camino. A veces es tan difícil avanzar. Agradecería la compañía de alguien que no estorbe, que hable poco, que no pregunte demasiado.
Teme que la tierra que hay sobre su cabeza pueda juntarse de pronto con la que hay debajo de sus pies. En ese momento la palabra “fin” aparecería escrita en la última página. ¿Qué es lo que sigue después del final? Esa es una de las cosas que no comprende. En la libreta que dejó encima de la mesa baja anotó una frase que dice: “Si eres compasiva con tu oscuridad, podrás bailar a pesar de ella”. ¿Bailar? ¿Es que la oscuridad no puede desaparecer? Está claro que poner resistencia no va a servirle de mucho. Quizá le convendría indagar en cuáles son sus motivos para rebelarse.
Volvió a escuchar el argumento inconcluso de la voz que viaja a lomos de un caballo. Presionó sus párpados con fuerza. Las palabras llovían como guijarros lanzados a las profundidades de un precipicio. Escuchar es un ejercicio demandante, sobre todo si se desea emplear el oído de adentro, y ese es el único modo de acceder a los saberes proscritos. Quién sabe si en el olvido de esos saberes está la razón que la trajo hasta aquí.
Hay un péndulo oscilando entre el amor y el asedio de las horas. Su vaivén le recuerda un juego de la infancia que consistía en dibujar una línea de tiza en el suelo, una efímera separación entre la tierra y el mar. Las niñas daban saltos rápidos por encima de la línea con los ruedos de las faldas apretados entre los puños. Mar, tierra, mar, tierra, mar, tierra. Es la misma historia de siempre: intentar sobrevivir a cada golpe de ola.
Nadie escribirá “fin” tras dar vuelta a la última página. La vida volverá a ofrecerse como una flor sonrojada. Saldrá de aquí sacudiéndose las cenizas de la noche, cuando la luz vuelva a imponerse a las sombras con su presencia inalterable. Es la misma historia de siempre: encontrar una grieta que la deje entrar.
