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Santa Teresa y el mar

Sorayda Peguero Isaac
27 de mayo de 2023 - 02:05 a. m.

Conocí a Santa Teresa un día de huelga nacional. La vi pasar por el camino de caliche que colindaba con la empalizada del patio, dando saltitos discontinuos, con un overol de flores y unas chancletas sonoras. Nos miramos sorprendidas, como si nos desconcertara el descubrimiento de una extraña que parecía un ser salido de otro mundo.

Esa niña de pelo rubio y crespo, con su piel blanca y sus ojos amarillos, me dice: “¿Tú oyes el lío?”. No sé qué contestarle. ¿El lío? ¿Qué lío? ¿Será que volvieron a quemar gomas en la autopista? Desde que anunciaron el toque de queda en la calle no se ve un alma. No se veían ni los perros. En un punto de la conversación, la muchachita rubia empieza a mostrar gestos de impaciencia. “¡El lío! ¿E que tú no entiende? ¡El lío!”. Su cara se pone roja y hace gestos confusos con las manos.

El cuerpo de un animal es como una casa con ventanas orientadas a un jardín. Decía el zoólogo Jakob von Uexküll que hay una ventana para los sonidos, una para los sabores, otras para la luz, para los olores y para todas las sensaciones que se perciben a través del tacto. El entorno sensorial que el animal experimenta gracias a las ventanas de su casa no es lo único que existe. Es una ínfima parte del festín que el mundo tiene para ofrecerle. Jakob von Uexküll tenía un hermoso nombre para esa pequeña burbuja. La llamaba Umwelt.

El tiempo me revelaría algunas particularidades del Umwelt de Santa Teresa. Le gustaba acariciar el pelo de los cerdos, mordisquear la cáscara de las almendras y bailar con la blusa amarrada a la altura del pecho para que viéramos el piquete que tenía en la cintura. Sufría una alteración del lenguaje conocida como rotacismo, un tipo de dislalia que impide o dificulta la pronunciación de la erre. Por eso sustituía la erre por una ele. Cuando decía “el lío”, Santa Teresa quería decir “el río”.

De acuerdo, estábamos hablando de un río. Si permanecía en silencio un rato, quizá podía escuchar la agitación de las aguas. Me sabía el cuento de una niña a la que le crecieron unas orejas enormes y puntiagudas. Todo ocurría en un instante. Con la velocidad que caracteriza los encantamientos. Tal vez era eso lo que yo necesitaba, un encantamiento. Se puede escuchar mejor si se tienen orejas más grandes. Pero las mías seguían siendo pequeñas. Muy pequeñas. Santa Teresa insistía en darme pistas señalando hacia el este. ¿Quería decir que el sonido venía de allá, que el río estaba de ese lado? Lo que había en esa dirección no era el río, sino el mar. Podía verlo desde la azotea. Estaba en el salitre que convierte el hierro en polvo, en la pulpa de la fruta que gotea de los árboles y en los pies descalzos de los polizones. Ahora podía escucharlo. El silencio desvelaba el murmullo de su canción triste y salada.

Santa Teresa había desplegado un atlas ante mis ojos. Fue como si me dijera: “Te invito a ver lo que no has visto. Te invito a escuchar, pensar y sentir algo que podría estar en ti y que hasta ahora permanecía callado, esperando este encuentro en el que tú también me invitas a ver lo que no he visto”. En todos estos años no he dejado de preguntarme qué le di a Santa Teresa, si es que acaso le di algo, esa vez y todas las veces que ella me dio el mar.

sorayda.peguero@gmail.com

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Maribel(27840)27 de mayo de 2023 - 09:17 p. m.
Triste...
Felipe(19502)27 de mayo de 2023 - 08:08 p. m.
Vaya "lío" en el que me has metido. Linda columna.
Martin(23380)27 de mayo de 2023 - 04:26 p. m.
Gracias Sorayda. Te leo todos los sábados desde Mexico. Hermosa historia.
Melmalo(21794)27 de mayo de 2023 - 05:45 p. m.
Refrescante columna como el rio que Santa Teresa quería que escuchara.
Álamo(88990)27 de mayo de 2023 - 04:10 p. m.
Viendo las mil y un gracias que tan merecidamente le dan, después de leer la gracia de sus palabras, ¿qué se puede agregar?
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