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Tres maneras de morir

Sorayda Peguero Isaac

24 de noviembre de 2018 - 12:00 a. m.

A Dedé Mirabal la mataron tres veces el mismo día. Horas antes de la tragedia, el jueves 24 de noviembre de 1960, pudo hablar largo y tendido con sus hermanas menores. Minerva y María Teresa permanecían bajo arresto domiciliario en la casa de su madre. La persecución formaba parte de la vida cotidiana de la familia. Era una consecuencia inevitable. Las Mirabal no se conformaban con condenar el nombre de Trujillo en voz baja.

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“No seas testaruda, Minerva. No vayas a Puerto Plata. ¡Ay, Minerva! ¡Ay, Minerva!”. Dedé no sabía qué hacer para que su hermana entrara en razón. Las hermanas militaban en un movimiento clandestino que se proponía derrocar a Trujillo. El dictador dominicano había dicho públicamente que la familia Mirabal era uno de sus dos problemas políticos pendientes de resolver. El otro problema era la Iglesia católica. “Minerva interrumpió el pedaleo de su máquina de coser y la miró directamente a los ojos: «Pero Dedé…», le dijo. Y esas dos palabras, seguidas de una suave expulsión de aire, hundían a su hermana en la desesperación. Cuando los esposos de Minerva y María Teresa fueron trasladados a la cárcel de Puerto Plata, el rumor de que Trujillo planeaba algo contra ellas cobró más fuerza. “Todos estábamos convencidos de que había trasladado a los esposos a Puerto Plata para asesinarlas”, decía Dedé. Era el sello de la maquinaria criminal de la dictadura: un asesinato brutal disfrazado de “lamentable accidente”.

Los viernes eran los días de visita. Las Mirabal contrataron un chófer para que las llevara a Puerto Plata. El esposo de Patria, la mayor de las cuatro hermanas, seguía en La Victoria, una cárcel de Santo Domingo. Sin embargo, Patria decidió que aquel viernes iría acompañando a sus hermanas y a Rufino de la Cruz, el chófer que conducía el jeep que un amigo les prestó para el viaje. “¿Es que Trujillo va a matar a todo el que vaya conmigo? —decía Minerva cada vez que alguien trataba de disuadirla—. Él no va a matar a toda esa gente”.

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La mañana del 26 de noviembre, Dedé se levantó de la cama con el corazón exaltado. Había escuchado un galope acercándose a su casa. “Las muchachas no han llegado”, le dijo un joven que llegó a lomos de una mula. Dedé no necesitaba saber nada más. Se quedaría sin fuerzas y sin aliento. Pero eso sería después. Antes saldría a la calle envuelta en un grito que repitió hasta el cansancio: “¡Las mató! ¡Las mató! ¡Asesinos! ¡Son unos asesinos!”. Necesitaba ropa limpia, tres vestidos, para los cuerpos golpeados y ensangrentados de sus hermanas. Necesitaba unas tijeras para cortarle la trenza a María Teresa. Alguien le dijo que el pelo nunca se daña. Así podría conservar algo vivo de su hermana pequeña. Algo vivo. Tenía que llevarlas al cementerio, a pie, caminando desde la iglesia. Tenía que enterrarlas. “¡Dios mío, a las tres!”. Tenía que seguir gritando: “¡Asesinos! ¡Las mataron!”.

Dedé se balanceaba en una mecedora con la mirada perdida. Impulsada por una sensación de total ingravidez. Era solo aire. Sin dormir durante días, sin probar bocado apenas. Sin poder explicarse cómo un ser humano puede sobrevivir a tanto dolor. A veces creía ver a Minerva en un rincón del jardín, recitando versos de Fabio Fiallo. Y a María Teresa arrullando a su pequeña hija. Y se acordaba de Patria, de su voz. Veía a sus hermanas vivas, en el jardín de la casa. En ese jardín en el que ahora jugaban, tan inocentes, los huérfanos. Dedé veía a cuatro niñas cantando Las cortinas del palacio son de terciopelo azul. Cuatro niñas de pelo negro, bailando en ronda.

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*En 1981 se celebró en Bogotá el primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe. En memoria a las hermanas Mirabal, la delegación dominicana propuso que se designara el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Ochenta países respaldaron la petición. La moción fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1999.

sorayda.peguero@gmail.com

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