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Palito Ortega no ha olvidado cómo sollozaba su padre la noche que su mujer lo abandonó. El cantautor argentino era un niño cuando su madre se fue. Dice que desde entonces no puede ver a un hombre llorar.
El día que Charly García lo abrazó y le dijo entre lágrimas: “No puedo más. Es demasiado dolor”, el corazón de Ortega se dobló como un pedazo de alambre de cobre. El rockero porteño braceaba en un mar rabioso: se estaba sometiendo a un tratamiento para recuperarse de sus adicciones. Había ingresado en una clínica psiquiátrica por orden judicial. Apenas cuatro o cinco personas podían visitarlo. Una de esas personas era Palito Ortega. Después de un difícil período de abstinencia, una jueza ordenó su traslado a un centro de rehabilitación del que García no quería ni oír hablar. En ese preciso momento, Ortega llegó a la clínica. Propuso que el cantante continuara recibiendo el tratamiento en su casa de Luján, a 68 kilómetros de Buenos Aires. La jueza dispuso una inspección de la vivienda. Después dio su consentimiento. Charly García llegó a la finca de Ortega en una ambulancia, dos días antes de su 57 cumpleaños. Las medidas de seguridad serían rigurosas. Sólo tres personas iban a convivir en la casa durante los primeros meses: Charly García, Palito Ortega y una asistente terapéutica. Nadie más.
La finca se llama Mi negrita. Tiene una capilla, un estudio de grabación llamado Los pájaros y un extenso jardín con grandes árboles y estatuas griegas. La familia Ortega Salazar la adquirió cuando regresó a la Argentina, después de vivir durante un tiempo en Miami. Allí pasan los meses estivales y los fines de semana. Con la llegada de Charly García, Palito Ortega –casado por más de 40 años, padre de seis hijos y abuelo de al menos media docena de nietos– abandonó temporalmente su residencia familiar de Buenos Aires para acompañar al cantante en su recuperación. Fueron siete meses de angustias, de noches largas e impredecibles. Eran las dos, las tres, las cuatro de la mañana y Charly García no quería dormir, no podía. Quería conversar a pecho abierto con Ortega, hablarle de lo mucho que le dolía la vida, llorar, ir al estudio de grabación, y sentarse ante el piano para tocar la música más triste del mundo. El combate con la abstinencia le había dejado heridas visibles: estaba sumamente delgado, las piernas y las manos adormecidas, la cabeza desordenada. Charly García es famoso por sus canciones provocativas, por su poesía eléctrica, por sus declaraciones ácidas, por ser una de las figuras más destacadas del rock argentino y por los numerosos escándalos que han rodeado su carrera.
¿Por qué Palito Ortega asumió una responsabilidad tan difícil? Acoger a alguien que se ha lanzado a una piscina desde el noveno piso de un edificio. Que ha destrozado guitarras y habitaciones de hoteles. Que ha protagonizado episodios en los que se ha hecho daño a sí mismo y ha agredido a otras personas. En una ocasión, García expresó su desesperación diciendo que la mano tendida de Ortega lo salvó de cortarse las venas. ¿Por qué una persona decide exiliarse de una vida cómoda y apacible para encerrarse durante siete meses con alguien que araña las paredes del infierno? Quizá sea más oportuno preguntar, ¿por quién? Quizá la respuesta sea demasiado obvia.
Cuando Atahualpa Yupanqui tenía siete u ocho años, escuchó una conversación en la que un hombre le preguntaba a otro llamado Justino Leyva: “¿Qué es un amigo pa' usté?”. Yupanqui contaba, con la gracia de los caballeros que dominan el buen arte de la tradición oral, que después de darle “dos pitaditas” a su cigarro, don Leyva respondió: “Un amigo es uno mismo con otro cuero”.
sorayda.peguero@gmail.com
