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Un puñado de diamantes

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Sorayda Peguero Isaac
10 de mayo de 2025 - 05:05 a. m.
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Berlín, 26 de junio de 1921

Querida Sylvia,

André Gide apareció ayer en mi librería. He dicho que apareció, como si quisiera expresar sorpresa ante un hecho que esperaba desde hace meses. Lo que quiero decir es que la llegada de Gide estuvo marcada por el halo de intriga que se le atribuye a los seres místicos. Con su sombrero de ala ancha y un largo abrigo de piel. Alto y elegante como me lo describiste en tu carta. Antes de que empezara a llegar el público que vino a su presentación, estuvimos conversando en la trastienda. Dejé a un lado mi timidez y me atreví a hablarle de ese fragmento de Los frutos de la tierra que ha propiciado largas conversaciones entre nosotras. “Natanael, ¡cuándo habremos quemado todos los libros! No me basta con leer que las arenas de las playas son suaves; quiero que mis pies desnudos lo sientan”. Y aquí viene mi parte favorita: “Nunca he visto nada suavemente bello en este mundo sin desear enseguida que toda mi ternura lo toque”.

Alguna vez sentí el deseo de quedarme a vivir en un libro. Dediqué los días del verano pasado a la lectura de una novela que seguramente conoces. No te costará adivinar el título, y menos si te digo que en la primera parte habla de la lluvia, las glicinias y el sol. Hay escenas que vuelven a mí en oleadas de sensaciones que se confunden con experiencias vividas. Toda mi sensibilidad se rindió ante la belleza de aquellas páginas. Llegué a preguntarme si debía ir a ese lugar en la costa del Mediterráneo. Aunque tuve ocasión de hacerlo, desestimé la idea. Me acordé de Gide.

Él escribió que el deseo nos enriquece más que la falsa posesión del objeto deseado. Pienso que la lectura nos ofrece experiencias que superan con creces la intensidad de un viaje común. Los lugares en los que transcurren las historias narradas en los libros –y me refiero, por supuesto, a los buenos libros– provocan un efecto parecido al que tiene la música en el cine. Escenarios construidos con gran imaginación y pericia, que sostienen a los personajes y se adhieren a nuestra memoria con la certeza de que es ahí donde ocurrieron los hechos. Sin un mínimo atisbo de duda, moriríamos afirmando que estuvimos en ese lugar.

Gide me habló del encuentro que tuvo contigo y Adrienne en un hotelito de Hyères. Me contó la encantadora anécdota del día que coincidió con sus libreras favoritas en ese pueblo de la Costa Azul que eligió para pasar el verano. Traté de ocultar que ya conocía la historia. Sabes lo mucho que disfruto tus cartas, pero, ¿cómo iba a perderme la versión contada por el propio Gide?

Adrienne y tú sentadas en la terraza del hotel. Disfrutando las limonadas de bienvenida que les sirvió una mujer regordeta. Gide, parado en la ventana de su habitación, llevaba un rato observándolas. La voz emocionada de Adrienne al descubrirlo: ¡Gide está aquí! ¡Está aquí! Y más tarde… Gide tocando a Chopin en el piano del vestíbulo. La sobremesa que acabó con cafés y cigarrillos en el jardín. Los paseos en barco y la luz del atardecer centelleando igual que un puñado de diamantes arrojado a la superficie del mar de Hyères. Escucharlo fue como acompañarlos en el verano feliz de vuestras vidas.

Un fuerte abrazo,

Françoise

*Dos años después de que Sylvia Beach abriera Shakespeare and Company en París, Françoise Frenkel inauguró La Maison du Livre Français en la capital de Alemania. No tengo constancia de que existiera una amistad entre las dos mujeres. Me he servido de la ficción para crear un epistolario basado en sus experiencias como libreras y en sus recuerdos sobre algunos de los artistas más destacados del siglo XX.

sorayda.peguero@gmail.com

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Hermosa evocación filosófico literaria
Cielo Yanquen(jwpea)10 de mayo de 2025 - 05:54 p. m.
Al leerlo las dos veces, sin saber que era ficticio y después de saber que era ficticio, sentí que era real. Gracias :)
Edgar Salamanca(40706)10 de mayo de 2025 - 04:55 p. m.
Lo comparto totalmente.
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