Publicidad

Vivir por la belleza

Sorayda Peguero Isaac
10 de diciembre de 2022 - 05:30 a. m.

La primera vez que pensé en suicidarme tenía once años recién cumplidos. Estuvo golpeándome en la habitación hasta que pude zafarme y correr al cuarto de baño. Desde ahí escuchaba el ruido de mis cosas cuando él las tiraba al suelo. El espejito de mano, el cofre con forma de concha de mar, el portarretrato con una foto del día que cumplí cinco años. Lo estaba rompiendo todo. Me quedé mirando la lámpara que colgaba del cielo raso y de pronto dejé de apreciar los contornos de los objetos, como si me estuviera quedando ciega o, más bien, como si yo misma empezara a desvanecerme.

Leí los nombres de las pastillas que mami guardaba en el botiquín y dudé respecto a qué número de comprimidos podría asegurarme el sueño liberador. Las suicidas de las películas no dejaban ni una sola pastilla en el pote. ¿Debían ser todas del mismo tipo o debía mezclarlas? En esas estaba cuando noté que la empuñadura de la puerta se movía. “Nos vamos pa la casa de tu abuela”, dijo Yolanda. Luego me soltó una parrafada compungida sobre el temor a Dios y el día del juicio final. Coleccionaba folletos de varias religiones y a veces me los prestaba para que los leyera antes de dormir.

Los trípticos de los testigos de Jehová tenían vistosas imágenes de mujeres y hombres caminando entre ríos de límpidas aguas y árboles de verdor resplandeciente. También había niños acariciando dóciles tigres que convivían pacíficamente con gallinas y ocas. Las escenas me parecían hermosas y sutilmente perversas. No podías entrar al jardín antes del juicio final, o sea, después de morir, y eso si no te quitabas la vida y habías vivido con temor a Dios, porque sin miedo no hay paraíso.

Cuando llegamos a la casa de mi abuela eran casi las seis de la tarde. Las gallinas empezaban a dormir en las ramas del cerezo. Mi abuela me dijo que fuera a cambiarme y se quedó hablando con Yolanda en la cocina. No estaba segura de qué ropa debía ponerme. Cuando iba a su casa llevaba vestidos para los domingos, camisetas y pantalones cortos para diario y conjuntos de falda y blusa por si venía alguna visita. Era muy temprano para ir a la cama y muy tarde —según las normas de la casa— para salir a montear.

Negué con un gesto de la cabeza cuando mi abuela me preguntó si las trenzas estaban quedando demasiado apretadas. Estábamos las dos en el patio de atrás. Ella sentada en una silla con asiento de guano y yo en el suelo, con las manos apoyadas en cada una de sus rodillas y las piernas extendidas formando una V. Mientras una seguía enfrascada en el tejido, la otra era una espectadora de la tarde que aspiraba el olor dulzón de su cuerpo, mezcla de sudor y Heno de Pravia. A ratos escuchaba su voz como si fuera un susurro lejano, apenas perceptible. “¿Por dónde fue que te dio, mija?”. Tras una profunda aspiración de aire, señalé mi espalda. “¡Virgen de la Caridad!”. Abuela terminó una trenza y, antes de seguir tejiéndome el pelo, fue a buscar su milagroso ungüento de sebo de oveja.

Se produjo una transición que persiste en la memoria de mi piel. Sobre la huella latente de los golpes, el estupor amoroso de las caricias. En ese momento reparé en el árbol de framboyán que reinaba en el patio. Sus flores parecían cientos de aves fénix agitando suavemente sus alas, una llamarada majestuosa que se elevaba desde la copa hasta las nubes y que dejaba caer pequeñas virutas de candela en la tierra. Lo que tenía ante mí no era la visión platónica de un escudo para afrontar la adversidad; era la sospecha —¿o era una constatación?— de que existía algo magnánimo y a la vez sencillo que puede arrancarnos de las fauces del dolor súbitamente. Y si mis sospechas eran ciertas, y si de verdad existía, era algo por lo que valía la pena vivir.

*Apreciados lectores y lectoras, gracias por acudir a esta cita un sábado más. Nos seguiremos leyendo el próximo año, después de una pausa. Les deseo unas muy felices fiestas.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar