En algunos barrios populares, periurbanos o informales, las familias tienen problemas de acceso al agua potable. Para algunas tareas de limpieza de los pisos o lavado de ropa pueden usarse aguas de lluvia o de no tan buena calidad. Pero para cocinar o bañar bebés, familias hacen el esfuerzo de comprar agua embotellada o en bolsa. En Colombia una garrafa de cinco litros sale más o menos por $1.500. Una bolsa de seis litros cuesta $2.500. Las fuentes de agua con que se llenan las botellas varían, pero en la mayoría de los casos se llenan directamente del suministro municipal, lo que hace que el del agua embotellada sea un negocio redondo para las empresas de gaseosas. El agua sale baratísima (es la misma que sale por la llave) y, además de los barrios populares, el mercado crece entre clases medias y altas que se resisten cada día más a tomar las gaseosas de siempre, retacadas de azúcar y colores.
Uno de estos negocios tan buenos se ha consolidado desde hace casi dos décadas en Buenaventura. En esta ciudad en que el servicio de agua ha sido intermitente durante tanto tiempo, hay quienes todos los días hacen el esfuerzo de comprar agua. La empresa San Cipriano, que envasa y comercializa localmente el agua en bolsa o botella, lo explica así: “el Agua Mineral San Silvestre es tomada de las montañas del río Escalerete, a una altura de 1.120 metros sobre el nivel del mar”. La publicidad cuenta también que “es captada desde la misma falla en la roca por medio del Sistema de Galería Filtrante a 28,5 °C y a una temperatura ambiente promedio de 14 °C, protegida por un extenso bosque primario de 972 hectáreas, además de una zona de amortiguación natural montañosa, la cual está protegida como reserva natural, lo que evita cualquier tipo de contaminación en la zona”. Lo que hace de este caso, con tan suculenta agua, uno particularmente injusto es que las personas paguen plata por algo que ya es de ellos. Pues el agua viene del río Escalerete y es empacada para la venta por Hidropacífico, empresa que tiene la concesión del servicio público desde 2002.
Esto quiere decir que, en una de las regiones más pobres del país, existe desde hace 18 años una tendencia hacia la expropiación de los suministros de agua de la comunidad y la comercialización del agua para los residentes en botellas o bolsas. Si en lugar de vender el agua empaquetada en plástico la distribuyeran en los distintos barrios, las familias pagarían mucho menos pues las facturas reflejarían el sistema de subsidios cruzados (en que barrios de altos ingresos pagan más para que se pueda mejorar el servicio en barrios de menores ingresos) que protege la ley. Pese a la embotelladora y a que privilegia el suministro de agua al puerto y el sector empresarial, la empresa se queja de pérdidas millonarias cuando le recuerdan que debe mantener la infraestructura o prestar mejores servicios.
Y quien esté pensando que se trata de la corrupción interna de una región ingobernable donde reina internamente la rapiña se equivoca. Pues el robo del río no sólo beneficia a viejos políticos y se orquestó desde afuera. La sociedad Hidropacífico, conformada de afán por la empresa antioqueña Conhydra y la firma bogotana Hidroservicios, se ganó el premio de concesión ante los ojos de organismos de control y en la capital de la República. Una investigación publicada por el periódico El País de Cali contó cómo no existió ni siquiera una licitación como tal porque todo se direccionó desde Bogotá para que la ganadora fuera Hidropacífico.
Aunque hoy hay una nueva fuerza política en Buenaventura que se propone importantes cambios para cambiar esta situación, es clave recordar que no hay responsables ni dolientes a nivel nacional. Y ante las noticias que afirman que el Valle se reactivará económicamente a punta de infraestructura, cabe recordar esta historia que continuará hasta diciembre de 2021, cuando terminará la concesión.
En algunos barrios populares, periurbanos o informales, las familias tienen problemas de acceso al agua potable. Para algunas tareas de limpieza de los pisos o lavado de ropa pueden usarse aguas de lluvia o de no tan buena calidad. Pero para cocinar o bañar bebés, familias hacen el esfuerzo de comprar agua embotellada o en bolsa. En Colombia una garrafa de cinco litros sale más o menos por $1.500. Una bolsa de seis litros cuesta $2.500. Las fuentes de agua con que se llenan las botellas varían, pero en la mayoría de los casos se llenan directamente del suministro municipal, lo que hace que el del agua embotellada sea un negocio redondo para las empresas de gaseosas. El agua sale baratísima (es la misma que sale por la llave) y, además de los barrios populares, el mercado crece entre clases medias y altas que se resisten cada día más a tomar las gaseosas de siempre, retacadas de azúcar y colores.
Uno de estos negocios tan buenos se ha consolidado desde hace casi dos décadas en Buenaventura. En esta ciudad en que el servicio de agua ha sido intermitente durante tanto tiempo, hay quienes todos los días hacen el esfuerzo de comprar agua. La empresa San Cipriano, que envasa y comercializa localmente el agua en bolsa o botella, lo explica así: “el Agua Mineral San Silvestre es tomada de las montañas del río Escalerete, a una altura de 1.120 metros sobre el nivel del mar”. La publicidad cuenta también que “es captada desde la misma falla en la roca por medio del Sistema de Galería Filtrante a 28,5 °C y a una temperatura ambiente promedio de 14 °C, protegida por un extenso bosque primario de 972 hectáreas, además de una zona de amortiguación natural montañosa, la cual está protegida como reserva natural, lo que evita cualquier tipo de contaminación en la zona”. Lo que hace de este caso, con tan suculenta agua, uno particularmente injusto es que las personas paguen plata por algo que ya es de ellos. Pues el agua viene del río Escalerete y es empacada para la venta por Hidropacífico, empresa que tiene la concesión del servicio público desde 2002.
Esto quiere decir que, en una de las regiones más pobres del país, existe desde hace 18 años una tendencia hacia la expropiación de los suministros de agua de la comunidad y la comercialización del agua para los residentes en botellas o bolsas. Si en lugar de vender el agua empaquetada en plástico la distribuyeran en los distintos barrios, las familias pagarían mucho menos pues las facturas reflejarían el sistema de subsidios cruzados (en que barrios de altos ingresos pagan más para que se pueda mejorar el servicio en barrios de menores ingresos) que protege la ley. Pese a la embotelladora y a que privilegia el suministro de agua al puerto y el sector empresarial, la empresa se queja de pérdidas millonarias cuando le recuerdan que debe mantener la infraestructura o prestar mejores servicios.
Y quien esté pensando que se trata de la corrupción interna de una región ingobernable donde reina internamente la rapiña se equivoca. Pues el robo del río no sólo beneficia a viejos políticos y se orquestó desde afuera. La sociedad Hidropacífico, conformada de afán por la empresa antioqueña Conhydra y la firma bogotana Hidroservicios, se ganó el premio de concesión ante los ojos de organismos de control y en la capital de la República. Una investigación publicada por el periódico El País de Cali contó cómo no existió ni siquiera una licitación como tal porque todo se direccionó desde Bogotá para que la ganadora fuera Hidropacífico.
Aunque hoy hay una nueva fuerza política en Buenaventura que se propone importantes cambios para cambiar esta situación, es clave recordar que no hay responsables ni dolientes a nivel nacional. Y ante las noticias que afirman que el Valle se reactivará económicamente a punta de infraestructura, cabe recordar esta historia que continuará hasta diciembre de 2021, cuando terminará la concesión.