Alquimia tóxica

Los compuestos orgánicos volátiles son gases que se emiten al aire a partir de productos o procesos, e impactan la salud humana y el medio ambiente. Estos compuestos suelen escapar durante las etapas del procesamiento del petróleo crudo, desde la extracción hasta la refinería, por lo que la industria del petróleo es reconocida como una de las principales fuentes de su liberación al medio ambiente. En las últimas décadas, científicos han investigado sus efectos en la salud humana: trastornos del sistema nervioso, enfermedades neurológicas, problemas en los oídos, los ojos, la piel, los pulmones, el corazón, el hígado y los riñones.

El benceno, por ejemplo, ha sido confirmado por el Sistema Integrado de Información de Riesgos de Estados Unidos como un gas carcinógeno y una de las principales causas de leucemia y otros cánceres relacionados con la sangre. Todos los niveles de exposición al Benceno (hasta los más bajos) se consideran hoy un riesgo potencial para la salud. Además de cancerígenos, los compuestos orgánicos volátiles suelen afectar el sistema nervioso central.

En 2015, la Refinería de Ecopetrol en Barrancabermeja aumentó al máximo su producción de benceno, pues este tiene grandísimo pedido (se utiliza en la fabricación de plaguicidas, diluyentes, disolventes, fibras, detergentes, pinturas, tinturas, abonos, aislantes y medicamentos). Sin embargo, en las conversaciones periodísticas sobre la participación de trabajadores petroleros en la junta directiva de Ecopetrol no se habló de compuestos orgánicos volátiles ni del benceno. Tampoco se dijo nada sobre las enfermedades que se ciernen sobre los trabajadores y sus familias.

Para resumir: los trabajadores de la refinería tienen compuestos orgánicos volátiles en la sangre y la piel. No obstante, muchos dudan de su idoneidad para tomar decisiones sobre la mentada refinería. Incluso, hay quienes cuestionan su rol histórico en la creación de Ecopetrol.

No son solo los cuerpos de trabajadores del petróleo los que se encuentran íntimamente ligados con derivados tóxicos del extractivismo. A la 1:20 de la mañana del jueves 20 de abril explotaron tres minas, ubicadas en la vereda Pueblo Viejo, del municipio de Cucunubá. En este caso la mezcla entre monóxido de carbono, gas metano y polvo de carbón fue la que causó el estallido. O más que la mezcla, fue la desidia de las empresas la que causó el desastre (que no fue un accidente, pues era predecible). El reporte inicial fue de 11 mineros atrapados. En la búsqueda se rescató a cuatro y siete fueron encontrados muertos.

Las minas, cuya profundidad supera los 200 metros, están cundidas de gases tóxicos y polvillo de carbón, lo que dificulta las labores de los bomberos. El polvo tóxico también permea los cuerpos de los mineros.

Hace un mes, Cundinamarca vivió la explosión de cinco minas en Sutatausa por la acumulación de gas metano y polvo de carbón. En esta ocasión murieron 21 trabajadores de la mina de carbón. En noviembre del año pasado, murieron dos obreros en una mina cercana, tras “una deficiencia de oxígeno y al mismo tiempo un incremento de dióxido de carbono”. El fracaso de los rescates fue reportado por la prensa con narraciones, testimonios y fotografías que capturaron el momento en que familias anticipaban el duelo. En las fotos aparecen tristes mientras esperan en la boca de los socavones.

En abril de 2020 (durante los primeros y más angustiantes meses de la pandemia), la desidia de las empresas dueñas de las minas de Cundinamarca causó una explosión que mató a 11 mineros. En junio de 2017, 13 mineros murieron en otro accidente parecido.

Aun así, nos es difícil entender por qué los trabajadores deben tomar parte en las decisiones.