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Hace algunas semanas el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam) presentó una serie de proyecciones sobre el futuro del clima en Colombia. El Ideam adoptó la metodología del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) para delinear distintos escenarios, teniendo en cuenta variables como “la gobernanza, el uso de combustibles fósiles, la tecnología, la economía y la conciencia ambiental”. En todos los escenarios hay un incremento de las temperaturas máximas a lo largo de los próximos cien años. “Queremos resaltar la situación de La Guajira, el departamento con menos precipitaciones del país, y que, en un escenario medio, experimentaría una fuerte disminución de lluvias y un aumento de la radiación solar”, alertó Elizabeth Patiño, subdirectora de Estudios Ambientales.
Sin ir hasta tan lejos, es posible ver, en los propios informes del Ideam de este 2025, tendencias preocupantes. En el Informe Técnico Diario correspondiente a enero de 2025 se alertó sobre el registro de temperaturas inusualmente altas en distintas regiones del país, superando en varios municipios los 36 °C. Entre los registros más destacados se encontraba Jerusalén (Cundinamarca) con 37,8 °C, Valparaíso (Caquetá) con 37,4 °C, Valledupar con 36,7 °C, Montería con 36,1 °C, Capitanejo (Santander) con 36,2 °C y Saldaña (Tolima) con 36,4 °C. El 10 de mayo, el IDEAM emitió alertas por temperaturas anómalas en el Caribe, donde la sensación térmica alcanzó niveles extremos debido a la combinación de calor y humedad. En ciudades costeras el calor fue peligroso: 50 °C en Bosconia (Cesar), 49 °C en Cereté (Córdoba), 48 °C en Barranquilla, 46 °C en Plato (Magdalena) y 42 °C en Santa Marta.
Los números y escenarios nos llaman a examinar la producción y distribución desigual del aire, la atmósfera y las condiciones climáticas relacionadas con la temperatura, los eventos extremos (huracanes y sequías) y el cambio climático, con el fin de generar conocimiento que contribuya a mejorar la salud y el bienestar de todos y todas. En Colombia, esta tarea exige especial cuidado porque somos un país altamente centralista, donde las políticas públicas se definen en gran medida desde el contexto más frío de Bogotá, lo que con frecuencia oscurece o minimiza las realidades cotidianas de las regiones que enfrentan calor extremo de manera recurrente. Acá basta recordar que los lineamientos ante la epidemia de zika hace algunos años recomendaban a los habitantes abstenerse de “visitar clima caliente”. En un territorio nacional en su mayoría caliente, se escriben las recomendaciones en saco y corbata.
Las desigualdades más duras, en términos de calor, tendrán que ver con el trabajo. El cuerpo necesita refrescarse para mantener estable su temperatura interna, y esto se vuelve más importante cuando el trabajo se hace bajo calor intenso. El riesgo aumenta durante las olas de calor, tanto para quienes trabajan en espacios cerrados (como fábricas, call-centers, restaurantes o bodegas) como para quienes lo hacen al aire libre (sembrando y cosechando, manejando motos de Rappi, o como obreros de construcción). La literatura sobre picos de calor nos explica cómo, cuando no se hacen pausas de descanso, la capacidad física disminuye a medida que sube la temperatura, lo que eleva el peligro de sufrir problemas de salud.
Las personas privadas de la libertad viven también entre trampas de calor. El Centro de Detención Transitorio de Santa Marta (con un nivel de hacinamiento del 385,3 %) y el Centro Bellavista en Cartagena (con un hacinamiento del 480 %) concentran a grandes grupos humanos expuestos a temperaturas extremas sin posibilidad de buscar refugio. Estas cárceles, construidas con materiales como concreto, ladrillo o metal —que acumulan y transmiten calor— y con mala ventilación, muestran el desinterés de todo el mundo por la salud y la vida de quienes viven allí. Niveles de calor insoportables son una forma de violencia ejercida por el propio Estado.
