En octubre de 2006, la escritora Joan Didion, publicó un perfil de Richard B. Cheney, quien era vicepresidente de Estados Unidos. “Se trataba de un hombre con considerable experiencia en la corrección de sus propios errores. Nunca fue una estrella. Nadie lo consideró un talento natural”, escribió. “Llegó a la vida pública con todas las razones para creer que continuaría cortejando el fracaso y superándolo, tomando los limones que parecía decidido a recoger para sí mismo y haciendo limonada, luego derramándola y dejando que otro la limpiara”.
Didion describió a Cheney como un “actor central en el sistema de errores y retrocesos” de la administración Bush y recordó que Cheney fue el artífice de la historia del supuesto vínculo entre el 11 de septiembre e Irak. Historia que justificó la invasión a Irak (y que fue desmentida por investigaciones posteriores). Didion insistió en que el vicepresidente no hacía solamente una “selección selectiva” de los datos de inteligencia, sino que también manipulaba pruebas e informaciones. Lo que hacía “no era seleccionar la información, sino rechazarla, sustituyéndola por cualquier rumor egoísta que impulsara mejor su narrativa”.
La invasión a Irak estuvo, así, anclada en narrativas personales y rumores egoístas que coincidían con los odios puntuales de Cheney contra poblaciones específicas. Y toda esta historia es una buena antesala para hablar sobre un video de 2003 en que el hoy subjefe de gabinete de la Casa Blanca, Stephen Miller, aparece elogiando la tortura contra iraquíes. En el mentado video Miller, que para ese momento era un joven activista, opina que los Estados Unidos deben cortarle los dedos “a Saddam Hussein y sus secuaces”, que “la tortura es una celebración de la vida y la dignidad humana” y que “la tortura es el camino a seguir”.
Han pasado veintidós años desde entonces. Richard B. Cheney acaba de morir y Stephen Miller, además de subjefe de gabinete, es asesor de política migratoria de la Casa Blanca.
Según informan los medios norteamericanos, cada mañana “un pequeño círculo de diplomáticos… se conectan para lo que algunos han llamado la Llamada de Stephen Miller”. En esta llamada el funcionario, que anduvo detrás de la “prohibición musulmana” y la política de separación de menores durante el primer mandato de Trump, repasa estrategias para expulsar y castigar “a los aproximadamente 11 millones de inmigrantes indocumentados que se cree viven en Estados Unidos”.
Al mismo tiempo que decide sobre migración, Miller, que sólo tiene 39 años, habría liderado la dirección de ataques contra embarcaciones caribeñas sospechosas de narcotráfico. De acuerdo con The Guardian, su papel habría superado al de Marco Rubio (secretario de Estado), pues las operaciones (al menos 11 ataques en el mar Caribe) se habrían coordinado desde el Homeland Security Council, que Miller dirige y que este año fue reforzado como entidad propia. Es decir, sus colaboradores controlan la información sobre qué barco atacar hasta poco antes de la acción.
Un perfil publicado por la revista The Atlantic cuenta cómo Miller, que creció en Santa Mónica (California), era conocido tanto en el bachillerato como en la universidad por tirar basura al suelo y luego insistir en que el personal de limpieza la recogiera. (“¿Soy el único aquí que está harto de que me digan que recoja la basura cuando tenemos tantos empleados pagados para hacerlo?”, se le cita diciendo).
De Irak a Venezuela, de 2003 a 2025, hombres nacidos en los Estados Unidos parecen destinados a ir por el mundo tomando los réditos que están decididos a recoger para sí mismos. Destinados a hacer daño. Y dejar que otros vivan con la devastación y las consecuencias.