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El esperado retorno y el racismo en Bogotá

Tatiana Acevedo Guerrero

31 de agosto de 2025 - 12:05 a. m.
“En Bogotá se refuerza un racismo y desconfianza sin igual en contra de las poblaciones indígenas”: Tatiana Acevedo Guerrero.
Foto: Jose Vargas Esguerra

La Secretaría de Gobierno de Bogotá y la Unidad de Víctimas anunciaron hace algunas horas que “el esperado retorno de la comunidad emberá, asentada en la ciudad, comenzará el próximo 8 de septiembre”. La prensa coincide en advertir que, a pesar de que se han llevado a cabo varias jornadas de retorno similares (la alcaldía de Peñalosa coordinó el regreso de 1.300 personas y la de López el de más de 150 familias), muchas personas emberá retornaron a la ciudad porque sus territorios, todavía marcados por el conflicto armado, no les ofrecían garantías para la vida.

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Durante la última década la narrativa de la prensa y los políticos de la capital ha presentado el regreso a casa de los emberá como lo opuesto a la situación de desplazamiento en parques, albergues distritales sin agua potable y potreros de Bogotá. Pero quizá no hay tal oposición, sino que ambos sitios son parte de un rompecabezas nacional. Lugares complementarios que cuentan una misma historia.

Las comunidades emberá que han llegado por décadas a Bogotá vienen de los departamentos del Chocó y Risaralda. De acuerdo con el trabajo del fotoperiodista Santiago Mesa, el hogar de la comunidad emberá dobida de Puerto Antioquia (Chocó), compuesta por 141 habitantes (en su mayoría niños), se asienta a orillas del Río Bojayá, a donde se llega sólo en lancha. En sus fotografías, Mesa muestra la mano de Nelli, una niña de diez años, con un pescado que agarró del río. El pescado es pequeñísimo, en el contexto de minería de oro y la altísima contaminación con mercurio y cianuro en los cuerpos de agua en que basa su subsistencia la comunidad. Otra de las fotografías muestra la espalda de Liria, la madre de Nelli, que intentó suicidarse a orillas del mismo río, el 7 de abril de 2023, tras sufrir abusos por parte de su esposo.

Mesa ha alertado sobre cómo en la comunidad emberá de Bojayá, Chocó, los casos de suicidio han crecido de forma significativa: mientras que entre 2015 y 2020 se registraron 15 casos, para 2024 la cifra llegó a 67 suicidios y más de 400 intentos. Además de una violencia de género que anida dentro de las familias, está la violencia de afuera. Entre otras amenazas, está siempre la del reclutamiento de niños y niñas en medio de los enfrentamientos entre el ELN, las disidencias de las FARC y el Ejército Gaitanista.

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Ahora bien, todas las violencias y carencias vividas en los hogares en el Chocó tienen un correlato en Bogotá. La minería ha enriquecido a un país cuyos poderes más estables se saben en la capital. Fue en esta capital también en la que se descuidó el rearme de cuadrillas tras el proceso de paz. En la que el gobierno de Duque se esforzó por hacer trizas la paz. Y es en la ciudad, además, en que se refuerza un racismo y desconfianza sin igual en contra de las poblaciones indígenas. Los emberá viven en parques (en carpas) o en albergues sin condiciones para seres humanos. El edificio La Rioja, que originalmente estaba diseñado para 120 personas, ha acogido este año a más de 1.200.

Mil personas, sin buen acceso a agua ni drenaje, en un espacio hecho para cien. Una situación como una cárcel. Aun así funcionarios y medios de comunicación se extrañan y rasgan las vestiduras porque hay riñas y muertes y enfermedades y borracheras. Cada que se escribe una noticia o que se da una declaración, se resaltan los conflictos entre grupos o líderes indígenas o se hace énfasis en su falta de virtudes (no cooperan, toman trago, son machistas). Casi nunca se entrevista o se da la voz a mujeres u hombres de la comunidad.

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En días pasados, el Tribunal de Cundinamarca ordenó reubicar a quienes viven en La Rioja y en el Parque Nacional debido a las graves condiciones de hacinamiento y salud pública. Haciendo aspavientos sobre su excelente gestión, la alcaldía encontró un lugar idóneo para organizar otro albergue en el sector Salitre. Sin embargo, los residentes protestaron y frenaron el traslado previendo problemas para sus familias de “seguridad, salubridad y convivencia”.

Un hogar tranquilo en Bogotá, con sus propios machismos, violencias (y borracheras), depende de la expulsión del otro, que se ha quedado sin hogar.

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