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El liderazgo esperanzador de Susana Muhamad


Tatiana Acevedo Guerrero

20 de octubre de 2024 - 12:05 a. m.

Como ya sabemos, la diversidad biológica es la variedad de vida en el planeta. De ella hacen parte microbios como las bacterias y los hongos. O ecosistemas como los ríos, mares, bosques y sabanas. Hay quienes definen la biodiversidad como la red que sostiene toda la vida.

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Sabemos también que, en el mundo, bosques tropicales, humedales, manglares y esteros (que absorben grandes cantidades de carbono) están desapareciendo. No sólo debido a actividades extractivas, que sobreexplotan la naturaleza causando daños a comunidades y sus territorios, sino también al propio cambio climático. Es decir, los cambios de temperaturas están alterando irreversiblemente los ritmos en que se reproducen los ecosistemas de aguas dulces, mar y tierra, contribuyendo así a la extinción de las especies.

De hecho, es raro hablar de los dos fenómenos, pérdida de biodiversidad y cambio climático, por separado, pues hay una coincidencia (aunque quizá a destiempo) entre los procesos que los desataron. Como nos lo han explicado los historiadores ambientales, los genocidios llevados a cabo por hombres europeos en regiones de América o Asia no cristalizaron debido al asesinato de personas, sino mediante la destrucción de las redes que sostenían sus vidas. Los pueblos indígenas del Caribe, de norte, centro o sur América o de Indonesia fueron eliminados a través de la destrucción de sus ecosistemas. Los incendios de bosques, la matanza de animales silvestres, el drenaje de humedales, la introducción de plantaciones de monocultivos. Miles de personas murieron porque perdieron la red de animales que comían, los bosques en que vivían, las costumbres que sostenían la cotidianidad y la dignidad.

Las grandes conquistas y colonizaciones europeas están entonces en el corazón del menoscabo de la biodiversidad. Están también en el origen de la quema de combustibles fósiles por parte las economías más prósperas, desde la Revolución Industrial en el llamado Reino Unido, hasta la actualidad imperial en que pocos conglomerados gringos, canadienses, europeos, ingleses y chinos (con ayuda de élites económicas de todas partes) explotan la naturaleza y acumulan plata a expensas de la mayoría.

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En la semana que comienza se llevará a cabo en Colombia una discusión ambiental sin precedentes. Sin precedentes porque es acá, una tierra que firmó hace poco una paz imperfecta, porque se celebrará en Cali y no en Bogotá y porque está (por primera vez en la historia) un gobierno progresista en el poder. Esto no puede, sin embargo, hacernos perder de vista el horizonte. En el país no hay forma de afrontar la pérdida de biodiversidad o el cambio climático como proyectos técnicos. Ambos problemas nacieron y se fortalecen en el contexto de nuestro modelo extractivista, de nuestra desigualdad y de nuestros racismos. Ambas crisis empeoraron a lo largo del Plan Colombia y la contrarreforma agraria paramilitar.

Enfrentar la destrucción de los páramos, de la Amazonía, el Catatumbo, de los cientos de manglares y las ciénagas del Caribe y el Pacífico, implica una lucha por una mayor igualdad y por la emancipación de comunidades y barrios que no han sido escuchados nunca. Si regiones y poblaciones son consideradas carne de cañón o daños colaterales inevitables, de la conservación o la transición energética, estaremos reproduciendo el guión de siempre. Ir a contracorriente de este guión es y será dificilísimo. Pero la ministra Susana Muhamad está jugada por una lucha ambiental entrelazada con las luchas políticas para desmantelar los procesos que nos han conducido hasta acá. Estas luchas son las que, en palabras de la profesora Diana Ojeda, “son capaces de hacer frente a todas las formas de opresión… proteger los mundos vivos.. se centran en el cuidado y afirman la vida.. construyen alianzas para desafiar y superar la injusticia”.

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