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El ataque deliberado o bombardeo de entornos urbanos con objetivos políticos se conoce como urbicidio. Mientras escribo esta columna comunidades alrededor del mundo marchan y bloquean calles en solidaridad con el pueblo Palestino, víctima de urbicidio.
“Nadie podría decir que no ha visto las imágenes de la destrucción masiva de la arquitectura”, escribe el investigador sirio Ammar Azzouz. “Nadie podría decir que no ha visto los vídeos de palestinos desplazados que huyen de sus hogares siguiendo los mismos pasos que sus padres y abuelos caminaron durante la Nakba; muchas personas en Gaza han sido desplazadas antes”, relata Azzouz. Nakba es una palabra árabe que significa “desastre” y se usa para hablar del éxodo palestino o la catástrofe y desplazamiento forzado de la nación Palestina entre 1947 y 1948.
La eliminación de la arquitectura de Gaza, que vemos a diario por teléfono y televisión, abarca viviendas y espacios públicos e históricos. La ruina de las ciudades, con sus densidades, archivos y empleos, es la eliminación de un pueblo. La memoria es otro objetivo militar.
¿Cuándo Israel se dará por bien servida? ¿Cuándo logrará sus objetivos en Gaza? Nos preguntamos muchos y muchas en este domingo del mes de mayo. “¿Qué significa la victoria total que Israel exige? ¿Dónde termina esta victoria? ¿Cuántos palestinos habrá que asesinar para lograr esta victoria? ¿Cuánta destrucción se necesita para ganar?”, concluye Azzouz.
A lo largo del mentado urbicidio, escuelas y universidades han sido dañadas y destruidas. En Gaza, las fuerzas israelíes convirtieron la Universidad Al-Israa en una base militar durante algunas semanas, para después bombardearla hasta convertirla en polvo. Las Naciones Unidas reportan día a día el bombardeo sistemático de todas las universidades y escuelas secundarias y primarias de la Franja de Gaza. Una escuela, nos recuerda Azzouz, “no es sólo un edificio, sino más bien un lugar de producción de conocimiento, el sitio donde se construye el futuro, donde la próxima generación aprenderá”. La lucha no solo es contra el pasado, sino que incluye lo que se puede hacer hacia adelante. La destrucción del colegio y la universidad es una que apuesta por arrasar el futuro.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia UNICEF informa que Israel ha asesinado a más de 4.327 estudiantes y 231 maestros y maestras de escuela. Y, en marzo pasado, el periódico francés Le Monde reportó que tres rectores universitarios y de casi un centenar de decanos y profesores titulares han sido asesinados en los bombardeos más recientes.
Ante todo esto, hace bien este país de pueblos desplazados y de colegios arrasados en declarar su solidaridad con el pueblo palestino, que se enfrenta a la violencia más cruda, a los crímenes de guerra sin dolientes y al genocidio. Hace bien la Cancillería al anunciar la decisión de romper relaciones diplomáticas con Israel enfatizando cómo, tras insistir en “la necesidad de lograr un alto al fuego y la negociación de la paz”, Colombia y el mundo “han visto la hambruna cernirse sobre la población, la destrucción de la infraestructura civil, las muertes de cientos de trabajadores humanitarios, periodistas, personal médico, mujeres y niños, que siguen cayendo víctimas de la represalia de Israel que no ha respetado los principios de distinción, proporcionalidad ni precaución que sustentan el derecho internacional humanitario”.
