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Guerra y enfermedades en Colombia


Tatiana Acevedo Guerrero

21 de julio de 2024 - 12:05 a. m.

Por estos días, muchos niños y niñas en Gaza sufren infecciones de la piel, sarna, varicela e impétigo, una infección de la piel causada por las bacterias estafilococos o estreptococos. “Dormimos en el suelo, sobre la arena, donde los gusanos caminan debajo de nosotros”, dijo una madre de familia a la prensa, explicando cómo ella y su familia viven en una zona arenosa cerca al mar en el centro de Gaza. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, más de 150.000 personas desplazadas en Palestina han contraído enfermedades de la piel. Además de balas y bombas, las enfermedades han causado sufrimiento a poblaciones durante guerras a lo largo de la historia. Y el genocidio contra Palestina no es una excepción.

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Colombia tampoco. De hecho, violencia y enfermedad caminaron juntas a través de las décadas más duras del conflicto armado (y lo siguen haciendo a mediados de este 2024). En su libro Maraña: Guerra y enfermedades en las selvas de Colombia, la profesora Lina Pinto-García nos explica que la leishmaniasis, transmitida por moscas selváticas, no puede entenderse como una enfermedad aislada, desconectada de la cotidianidad del Caquetá, el Tolima o Nariño. Esta enfermedad y la guerra, afirma, “no sólo están vinculadas, sino que se entrelazan entre sí”. Un contexto violento, en carne viva durante los ocho años del Gobierno Uribe de la seguridad democrática, produjo prácticas médicas agresivas que, a su vez, contribuyeron “a mantener la violencia dentro de la sociedad”. El libro, que se lanzará en marzo de 2025 (The University of Chicago Press), narra primero cómo la guerra fue llevando varias poblaciones a la selva (a la maraña) y cómo estas acabaron sufriendo úlceras y cicatrices de leishmaniasis. Narra después cómo civiles portadores de úlceras (o cicatrices) fueron estigmatizados como miembros de la guerrilla. Ni ellos, ni los combatientes guerrilleros que tenían la enfermedad pudieron acceder libremente a tratamientos. Esto, pues la medicina militar en Colombia controló con celos la medicina. Esto no quiere decir que los miles de soldados con leishmaniasis contaran con mejor suerte. Sometiéndolos a un tratamiento altamente tóxico, el Ejército logró que sus soldados volvieran pronto a combates incluso si esto iba en contra de su salud en el largo plazo.

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En una Colombia devastada por el conflicto, escribe Pinto-García, “los cuerpos más afectados” tanto por la enfermedad como por el tratamiento tóxico “son los de hombres jóvenes de entornos pobres, a menudo rurales y racializados”. La leishmaniasis no es la única enfermedad enmarañada con la guerra. La profesora Juana Camacho describe cómo la guerra en la Mojana, una gran llanura inundable entre los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge, catalizó el despojo a través de la concentración de la tierra y (en paralelo) “por medio la contaminación por insumos tóxicos en la producción agrícola moderna”. El uso de abundantes insumos químicos, como el glifosato durante el ciclo agrícola, común entre grandes productores de arroces mejorados. “Mareos, rasquiña, enrojecimiento de la piel, dolor de cabeza, desmayo, diarrea, calor y debilidad” son las dolencias mencionadas por las poblaciones locales. En especial “los mezcladores y fumigadores de agroquímicos, trabajadores, en su mayoría hombres con bajos niveles de escolaridad y poco acceso al sistema de salud”.

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Quizás otra enfermedad enmarañada con la guerra es la dermatitis. “Cuando raspo coca”, explicó un hombre de nombre Mario a la Revista Gatopardo, “me da alergia y me salen ‘monedas’, que son como un honguito redondito. En cualquier parte del cuerpo le pueden dar a uno. A mí me dieron hartas”. Se trata, explica la revista, de una reacción al roce constante de las matas. “Por aquí nadie acostumbra ir al médico por esas cuestiones”, dice Mario. “Para la alergia hay gente que compra cremas. Para las monedas uno compra un salicílico o también les echa alcohol y así las quema”.

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