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La Dirección Especializada contra el Narcotráfico incautó, a comienzos de Julio, un cargamento de 112 kilogramos de metanfetaminas que estaban pegados en el sistema de enfriamiento de un buque en el Puerto de Buenaventura. Esta semana que se acaba, la Policía Nacional decomisó 796 kilogramos de cocaína mezclados con pimentón molido en contenedores que descansaban en el mismo puerto. “Se recopilan las diferentes muestras, se envían a Medicina Legal y los arroja positivo de clorhidrato de cocaína. Es la primera vez que encontramos esta modalidad, pimentón mezclado con el estupefaciente”, explicó la Policía a la prensa.
Hace seis días, una reunión de la Mesa Nacional de Paz con voceros de las bandas Los Shottas y Los Espartanos, dejó como resultado la decisión de prorrogar por 20 días la tregua que serpentea entre tensiones desde el 18 de julio de 2023. Esta tregua, pactada por el gobierno nacional en el marco de un “Espacio de Conversación Sociojurídica para la Paz Urbana” estuvo en peligro el pasado diciembre, cuando miembros de Los Espartanos fueron asesinados. Tras nuevos diálogos en que, entre otras cosas, los integrantes de las bandas fueron invitados a sumarse al programa Jóvenes en Paz, la tregua se prolongó y ,como resultado, han disminuido significativamente (más de 70 %) los homicidios. La extorsión, el robo y los enfrentamientos armados están también a la baja.
Jóvenes en Paz es un programa del Ministerio de Igualdad que encausa a estos hombres jóvenes en un camino de formación y servicio a la comunidad. El programa incluye una “transferencia económica condicionada”. Es decir, un pago de (máximo) un millón de pesos al mes durante un año, “si y sólo si asisten puntualmente a las actividades pedagógicas y de formación y si cumplen con su servicio a la comunidad en las condiciones estipuladas”.
Mientras se negocian con dificultad las tensiones, la vida en la ciudad continúa. A diario las heridas de una guerra urbana de más de dos décadas se entretejen con calles, ventas de comida, puestos de mercado, buses, motos, playas, barrios, hogares y manglares.
Trabajos académicos sobre Cape Town o Berlín, nos hablan de “ciudades heridas” y nos explican cómo los espacios urbanos no solo hospedan la violencia, sino que la constituyen. Así mismo, tienen el potencial de germinar procesos de reconciliación y memoria. Procesos de reconciliación que, en Buenaventura, se abren camino entre el conflicto con iniciativas que van desde el paro cívico de 2017 hasta las rutinas domésticas diarias de cosecha de aguas lluvias. Que incluyen también la inauguración de nuevos colegios públicos y la reciente municipalización del acueducto. Iniciativas que de vez en cuando figuran en la prensa, pues producen expresiones artísticas o resultan en grandes movilizaciones y bloqueos de la carretera.
Buenaventura evoca su pasado reciente en narraciones y cantos. También recuerda cómo a través del paro cívico logró poner en el mapa injusticias y exigencias. La ciudad, que comparte su vida con un puerto que ha traído tantas ideas y promesas (pero dejado pocas ganancias) a las comunidades, atraviesa hoy momentos de esperanza y reparación. Momentos en los que podrá, quizá, sanar sus heridas como territorio. Territorio que, en palabras de la profesora Colombiana Catalina Ortiz “no es el lugar como espacio vacío que hay que llenar. Es también el fluir de las emociones, es la memoria de las transiciones y las catástrofes, de los silencios y los recuerdos. Es la prolongación del cuerpo del ser querido que aún no se encuentra, es la voz del desaparecido o la escucha de quién lo busca”.
