En su Historia del Nuevo Mundo (publicada en 1565), el italiano Girolamo Benzoni describe los viajes que hizo junto a conquistadores españoles. Narra los pormenores de expediciones en busca de oro y detalla el saqueo tenaz en contra de pueblos indígenas del Caribe y lo que es hoy la América del Sur. Pese a viajar con los artífices del orden colonial, Benzoni consiguió entrevistarse con algunos pobladores originarios.
El libro cuenta que “los indígenas de Quito y Lima” describían a los europeos como “demonios”. “Dicen que vinimos a esta tierra para destruir el mundo”, escribe Benzoni. “Dicen que lo devoramos todo, que consumimos la tierra, que desviamos los ríos, que nunca estamos tranquilos, nunca descansamos, sino que siempre corremos de un lado a otro, buscando oro y plata, nunca satisfechos, y luego jugamos (con el oro y la plata), comenzamos guerras, matamos, robamos, maldecimos, nunca decimos la verdad, y los hemos privado de sus medios de vida”.
Trescientos ochenta y cinco años después, el poeta de Martinica, Aimé Césaire, publicó su Discurso sobre el Colonialismo. Hablando sobre la rapiña francesa del Caribe, Césaire renegó sobre el agotamiento de los suelos y los pueblos. Lamentó cómo “economías naturales, economías armoniosas, viables, adaptadas a la población indígena y cultivos de subsistencia” habían sido y seguían siendo perturbadas y arruinadas. “Hablo de malnutrición permanentemente implantada”, explicó Césaire, “de desarrollo agrícola orientado únicamente al beneficio de las metrópolis; del saqueo de productos, del saqueo de materias primas”.
Cinco años después, Achmed Sukarno, habló sobre “otro” Nuevo Mundo, en el archipiélago de Indonesia, colonizado a plomo por los Países Bajos desde 1602. En su discurso Para construir un mundo nuevo, pronunciado ante la Conferencia de Bandung que unió países asiáticos y africanos, Sukarno sentenció: “No temamos decirlo claramente: el colonialismo aún no ha muerto. El colonialismo también se presenta en forma de control económico, control intelectual y control físico por parte de una comunidad pequeña pero ajena dentro de una nación. Es un enemigo hábil y decidido, y se presenta bajo múltiples apariencias”. Sukarno hizo un llamado a los pueblos de África y del sur de Asia. “Nos une una aversión común al colonialismo, sea cual sea su forma”, señaló, “Nos une la determinación común de permanecer libres, de permanecer independientes”.
En uno de sus discursos en 1986, Thomas Sankara, entonces presidente de Burkina Faso, explicó cómo el colonialismo occidental consumía su continente. “El saqueo colonial”, dijo, “ha diezmado nuestros bosques sin la menor consideración por nuestro futuro”. Calificó a la “lucha por defender los árboles y los bosques” como “ante todo, una lucha contra el imperialismo” y concluyó que “el imperialismo es el pirómano que incendia nuestros bosques y nuestras sabanas”.
Sankara fue asesinado sólo un año después de dar su discurso y África se debate hoy entre la celebración de medio siglo de independencias y el saqueo cotidiano de multinacionales europeas, gringas, canadienses y chinas. Un saqueo que también protagonizan las élites de cada país. En Mozambique, que celebra este mes los 50 años de su independencia de Portugal, el 5 % de la población gana alrededor de 2.000 dólares al mes. Pero la gran mayoría del país recibe aproximadamente 200 dólares mensuales.
Volvamos a la Sudamérica de los pueblos indígenas de Lima y Quito, entrevistados por Benzoni. La de los colombianos que celebramos hoy más de 200 años de independencia de los españoles. Como en el caso de Mozambique, y haciendo ecos del pensamiento de Sankara, Sukarno y Césaire, tendríamos que preguntarnos si hemos puesto límites a la devastación de los bosques y el desvío de ríos en las manos de pocos que se lucran. Y cuál es el otro mundo nuevo con el que soñamos.